toda una vida
José Rubio Agroba y Trinidad Terrero Gómez: 77 años de matrimonio, 84 de novio y aún enamorados
A diario, en el aperitivo, tras el Ángelus, toman una copa de vino y brindan juntos antes de empezar a comer
La romería de Valme aúna el sentimiento de un pueblo con la fe de una gran ciudad

La historia de José Rubio Agroba y Trinidad Terrero Gómez puede se podía resumir en el título de la canción del mítico Antonio Machín 'Toda una vida'.
Él tiene 102 años, y ella, 98, y se encuentran perfectamente de salud, ... con una memoria y claridad mental admirable.
Sin embargo, lo más importante es que pese a los años que llevan juntos el amor sigue rebosando en esta pareja centenaria de las que, a buen seguro, quedan pocas.
Como ella cuenta, «yo lo conocí cuando tenía unos 13 años pero por entonces no éramos novios todavía, pero ahí ya empezamos poco a poco. Y lo único que yo puedo decir es que recuerdo siempre estar con él».
Ambos son de Dos Hermanas y sus familias, también, y echan la vista atrás para contar cómo era el pueblo cuando eran jóvenes. «Muy chico, éramos unos pocos, los de por aquí del centro nada más, aunque yo de niña vivía en el campo, cerca de Los Frailes», comenta Trinidad. Allí, en la Capilla del citado colegio San Hermenegildo, que todavía se conserva y es una de las joyas de la localidad, acudía a Misa con su abuela, que la llamaba 'Trinidaíta', su madre y su tía cada domingo.
José es un poco más reservado pero tiene una memoria privilegiada. Era panadero, primero obrero y, con el tiempo, dueño de una panadería, en una zona céntrica, donde actualmente residen.
Esa actitud de crecimiento, que hoy día se denominaría emprendedora, invadía el espíritu de José quien montaba un negocio con cualquier idea que le rondaba por la cabeza. Por ejemplo, tenían un corral con patos, mejor dicho, patas, y vendía los huevos que ponían entre el vecindario. O se dedicaba a comprar casas, que él mismo reformaba – con algún que otro incidente como trabajador de la construcción como caerse a un pozo y sostenerse con los brazos hasta que lo rescataron, como cuentan- y luego las ponía a la venta.
Pero su base era el pan y la panadería. La mayoría de las personas acudían al despacho que regentaba su mujer, en el mismo terreno que estaba el obrador, a comprar el pan diario y, como explica «me llevaba allí desde bien temprano y a las diez de la noche venía alguna vecina, ¡ay Trini!, que me he quedado corta o que me falta pan y si quedaba, iba y se lo vendía. ¿Qué iba a hacer? ¿dejarla sin pan? pues no», dice con gracia ella.
Su pan era muy conocido y valorado por los nazarenos. Pese a que tenía varios despachos había zonas, como las Casas Baratas, a las que iban repartiéndolo. Al principio, lo llevaban con una mula y su hijo Miguel, recuerda, que cuando él tenía que hacer el reparto, la mula sabía a la perfección dónde tenía que pararse y hasta que no la mujer no recogía el pan y pagaba no continuaba andando y paraba en la siguiente casa.
Y así, ese carácter lo llevó, con el tiempo, a ser uno de los que ideó y creó Sainpan, siglas que él mismo dice lo que significaban: Sociedad Anónima de Industriales Panaderos Nazarenos. «Era la fábrica que más pan hacía de toda España», afirma. Con el tiempo, tuvieron hasta cafetería y confitería, de dulces como cuñas o susos pero el negocio, una vez él ya jubilado, no continuó y en sus terrenos se levantaron viviendas.
Toda una vida
José y Trinidad tuvieron tres hijos, Miguel, Paco y Carmen aunque, lamentablemente han tenido que despedirse de dos. Tienen cuatro nietas y siete bisnietos.
Han celebrado sus bodas de platino o de diamante, la de los 75 años, y acudieron a la parroquia Santa María Magdalena para renovar sus promesas. El sacerdote que presidió la ceremonia, Manuel Sánchez de Heredia, exclamó que nunca había celebrado tantos años de matrimonio y con dos personas así de bien.
Y lo que es mejor, y se puede constatar, es que están como el primer día. «Yo no sé por qué ni cuál es la clave de estar juntos tanto tiempo y tan bien; hemos pasado rachas malas y muy malas y sí, discutir también, en tantos años pero pelearnos nunca», asegura Trinidad mientras José asiente con su cabeza.
Y mientras ella habla, él la mira, embelesado como si acabara de conocerla y cualquier persona que contemple esa mirada puede afirmar que continúa enamorado de ella, que no es sólo su compañera de vida sino el amor de su vida. Trinidad gira su rostro, lo mira y agacha la cabeza y sus ojos, como una adolescente cautivada por los encantos de José. La escena es maravillosa.
Todos los mediodías toman una copita de vino y brindan juntos. Además, no tienen problemas de salud y pueden comer de todo. Y hacen sus cuatro comidas, desayuno, almuerzo, merienda y cena; como dice su hijo Miguel, «es una bendición tenerlos y disfrutar así con ellos. Tienen tan buena memoria y recordamos tantas cosas que da gusto con lo que estamos viviendo», expone.
Planes
La energía, la vitalidad y cómo se han adaptado al paso del tiempo, pese a sus años, es cuanto menos, sorprendente. Subidos al carro de la tecnología, tienen teléfono móvil para llamar o recibir llamadas. Además, ella ya está pensando en su marcha al campo, que tienen a las afueras de Dos Hermanas, donde pasan todo el verano y parte del otoño. «Me gusta estar allí porque estamos todos juntos, mi hijo y mi nuera, mis nietas, mis bisnietos, … Y los chicos no veas cómo están conmigo, me dan besos, abrazos,…» Allí empieza a hacer una de las tareas que, desde hace muchos años más le gusta: rizar flores de papel de seda para la carreta de la Virgen de Valme. «Todavía no me las han traído pero en cuanto llegan empiezo a dar los dos pellizquitos pero como hay que darlos, chiquititos, con la yema de los dedos para que queden perfectos, y luego las voy poniendo en una caja para que no se arruguen ni se pisen unas con otras. Hay que cuidarlas que son las flores de la Virgen», matiza.
Y al tiempo él le pregunta a su hijo, presente en la entrevista, cuándo lo va a llevar a Utrera a comprar pasteles, a una confitería específica, para traer a casa y ya que están, tomarse uno allí mismo.
Pese a que puede parecer tímido, a José le encantan los chistes y con arte e ironía cuenta alguno… Su humor, con dobles sentidos, es loable, en una persona que ha vivido tanto y ha trabajado muchísimo, sin descanso, todos los días de la semana, y levantándose de madrugada para tener el pan listo. Pese a ello, comenta que «no me ha pesado nunca».
Aparte de su panadería y los otros negocios comentados, eran muchos los que iban a buscar a José para poner en marcha algo y asociarse. Así, le hicieron una oferta para llevar una imprenta. La idea la maduró y en vez de quedársela él la cedió a su hijo Miguel, quien estaba estudiando y, aunque a veces tenía que ayudar en la panadería, aceptó la propuesta. Actualmente continúa siendo impresor y realiza importantes trabajos para Dos Hermanas, Sevilla y muchos puntos de España bajo Gráficas Mirte.
Las fotografías que envuelven la casa de José y Trinidad hablan por sí solas de lo familiares que son y lo nazareno también. Hermanos de diferentes hermandades como Vera-Cruz o Gran Poder, donde él es, sin duda, el hermano de mayor edad. Estampas de su adolescencia donde se aprecia la belleza de Trinidad que aún conserva, con sus ojos azules -que ha heredado su hijo Miguel y los nietos de este-, dulce rostro y estilo que se aprecia en cualquier gesto.
Pocas historias como esta quedan, principalmente con un lazo tan fuerte de unión, complicidad, compañerismo, amistad, entendimiento y… amor, en mayúsculas. La vida ha querido que sean un matrimonio especial y que puede servir de ejemplo a otros muchos de hoy día. Sin duda, tanto para su hijo como para sus nietas, son un referente. Y, a partir de ahora, lo serán para muchos más.
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