Televidente
Gastrificación
«Hubo un tiempo en que en Madrid, a las ocho de la tarde, si no dabas una conferencia te la daban. Ahora es más posible que un camarero te explique un plato»
Un paraíso perdido

Hubo un tiempo en que en Madrid, a las ocho de la tarde, si no dabas una conferencia te la daban. Ahora es más posible que un camarero te explique un plato. Sucedió el otro día, en una de esas terrazas que parecen normales, como un asesino en serie para sus vecinos, pero que en su inocencia de mesa de metal sin mantel escondía una experiencia gastro, que es la muerte de la ligereza en favor de la gravedad de la comida. Quiero decir que en lugar de patatas fritas con la cerveza te ponían las mismas patatas fritas pero con una salsa de yogur que requería un manual de instrucciones, y que en vez de bravas tenían un surtido de tostas fusión, evolución de la tostada más allá del desayuno, o mejor todavía, involución del sándwich. Tocó pedir la de pulpo con guacamole, canónigos, granada y, ojo, sal chipotlera. La camarera, amabilísima, fue desgranando uno a uno los secretos del plato, y terminó diciendo: «Pica un poco, pero es para levantar el sabor».
En el Telediario de La 1 han llamado a este fenómeno gastrificación: la desaparición del bar de siempre en favor del aguacate, el tartar de salmón, el bao de pulled pork, las gyozas de lo que surja y la salsa siracha. Y siempre, claro, con decoraciones inflamables e instagrameables. Es difícil ya encontrar un local sin violar por el diseño de interiores, hay que buscarlos como se busca a las tribus del Amazonas que no han tenido contacto con la civilización. Dan ganas de plantarse en la Gran Vía y gritar: ¡Que nos gastrifican!
El fenómeno, un fantasma que recorre Europa y alrededores, ha llegado a la televisión. Donde antes tenías un escritor atormentado por sus demonios, sexy en su depresión, hoy te encuentras a Jeremy Allen en 'The bear' haciendo de chef, desesperado no por encontrar una metáfora para concretar su dolor, sino por pasar la revisión del gas para poder abrir su restaurante. Y en 'Nada' tenemos a Luis Brandoni, un dandi con todas las poses del letraherido, pero que se dedica a la crítica gastronómica y filosofa ante un plato de sopa paraguaya.
Tal vez todo esto empezó cuando Ferran Adrià visitó 'El hormiguero' y soltó su bomba atómica liofilizada: «Hay que innovar aunque seas una carnicería de barrio».
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