Crítica de 'La última sesión de Freud' (**): Una tarde de charla entre un ateo y un cristiano
Es una producción elegante, bien ambientada, con algún cierto despliegue técnico en los 'flash back', especialmente los bélicos
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El título y el propósito de esta película dirigida por Matt Brown suenan altamente prometedores: se trata de ambientar un encuentro (ficticio, o no comprobado) entre Sigmund Freud, neurólogo y padre del psicoanálisis, y C.S. Lewis, escritor conocido mundialmente por 'Las crónicas de ... Narnia'. Y este sugerente encuentro se produce durante la estancia de Freud en Londres, tras salir con su familia de Viena cuando la anexión de Austria por los nazis… Una casa en Londres y una tarde lluviosa, con un asunto en el centro del debate, la existencia de Dios entre el profundo cristianismo de Lewis y el rotundo y belicoso ateísmo de Freud.
Lo esencial debiera ser el texto y la interpretaciones, muy buena, como siempre, de Anthony Hopkins, y algo mortecina la de Matthew Goode; pero hay demasiado 'ruido', subtramas, recuerdos, 'flashbacks' e interrupciones que le impiden al texto ser lo esencial de la obra. Tampoco da la impresión de que el intercambio de opiniones estén sólidamente armadas, o al menos a la altura de los dos personajes. Anthony Hopkins compone un Freud irónico, acorralado por el cáncer, la vejez y la proximidad de la muerte, también por la dependencia absoluta de su hija Anna; y Matthew Goode, con menos terreno en la pantalla para exhibirse como actor, deja un Lewis muy de interior, que expresa poco y que apenas presenta batalla ante el empuje y la furia de Freud, un ateo como Dios manda.
Es una producción elegante, bien ambientada, con algún cierto despliegue técnico en los 'flash back', especialmente los bélicos, y con ese aroma tan británico entre lo humorístico y lo trágico. Queda algo por debajo de lo que promete, aunque hay ideas y alusiones interesantes sobre Dios, la muerte, el amor, los sueños y los caprichos del cerebro. Y queda, también, esa fortaleza de Hopkins ante la cámara, un actor que a sus ochenta y seis castañas para un miura con su mirada.
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