Festival de San Sebastián
'Girasoles silvestres' y Anna Castillo miran de reojo la Concha
La película de Jaime Rosales tiene una infinidad de señales de gran cine
Nada hace más feliz al público de festival que una gran película sobre la infelicidad, y es lo que ofrecía la competición con ' Girasoles silvestres' , un preciso trabajo de captación del significado de cada una de las letras de la palabra desventura. Su ... director, Jaime Rosales , tiene bien demostrado en su cine el interés por tocar esas teclas que distorsionan lo melódico de la vida y por los personajes coronados de infortunio en títulos como 'La soledad', o 'Sueño y silencio', o 'Petra’' Aunque lo cierto es que en 'Girasoles silvestres', más cercana y abierta (con un hilo que la une, en cierto modo, a 'Hermosa juventud'), también más luminosa y cálida, consigue que esa infelicidad que su protagonista no puede eludir contenga ingredientes, momentos, de alegría, planes, ese tipo de esperanza transitoria que endulza un día pero amarga un mes.
El personaje, magnífico, es una joven de apenas veinte años, Julia, que también es madre de dos chiquillos, experta en fracasos y errores, y sin apenas agarraderas laborales y económicas. El argumento descorre los visillos de su presente y nos la muestra a través de tres relaciones complicadas con tres hombres distintos, que van de más a menos en su lista de contraindicaciones: de la violencia, a la inoperancia y al hastío. Se explican, o mejor, la prudente, discreta y rigurosa cámara deja que se expliquen, los motivos y detalles por los que Julia tiene grandes dificultades para ser feliz, trabajo para el que la cámara cuenta con la enorme ayuda de una actriz como Anna Castillo, que asume por completo al personaje, que lo acerca, lo aleja, lo adorna de ímpetu, gracia y conmoción…, una actriz que le dice a la pantalla cosas que ni la cámara se podía imaginar al apuntarla. Una de esas interpretaciones maravillosamente esculpidas sobre el pedernal de un personaje aparentemente vulgar, lo que lo hace aún más complicado, sublime, atractivo. También arrojan mucha elocuencia a los dobladillos de la historia el resto de los actores, todos, pero en especial el impulsivo Oriol Pla.
Tiene esta película de Rosales una infinidad de señales de gran cine, desde el uso de los tiempos o de la elipsis (fluye de una historia a otra), hasta el tratamiento de la luz, los estados de ánimo y el equilibrio de los pulsos y los impulsos, y la voluntad siempre estimable en un director de no ponerse delante de su historia y taparla con pretensión o, peor, presunción. Y dejarla, además, radiante y esperanzadora.
También en la competición por la Concha de Oro se presentó la argentina 'El suplente', de Diego Lerman , que trató a su modo una vieja historia: a un colegio del extrarradio y conflictivo llega un nuevo maestro a dar la clase de Literatura a unos alumnos marginales y con otros problemas que riman mal con la poesía. Lo hemos visto en el Bronx o en los suburbios parisinos, pero la propuesta de Lerman tiene esa personalidad de lo bonaerense (le permite a Bárbara Lennie sacar su mejor acento argentino) y varias interesantes 'lecturas' sobre la escasa afición a la lectura en esas edades que antes se abre una caja de botellines que un libro. Entre las varias cualidades de 'El suplente', como las descripciones ambientales y las interpretaciones, no está la de haber afilado más los conflictos generacionales y de barriada, y profundizar con intención en la mochila personal del maestro.
El día de películas se completó con unas cuantas perlas, y proyectaron -por solo mencionar dos de ellas- ' Un año, una noche', de Isaki Lacuesta , demasiado compleja para asestarle aquí solo un par de adjetivos, y la dirigida por Santiago Mitre, ' Argentina 1985’' con Ricardo Darín , sobre los juicios a la Junta Militar, entretenidísima sí, pero, sobre todo, aplaudida a rabiar.
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