MAR DE FONDO
La farsa del pacto de Estado
El enésimo trato de privilegio de Sánchez a Cataluña: un cupo del 25 por ciento de las ayudas reservadas a costa de los demás territorios
El chiringuito del sanchismo
Luigé y la moral del sanchismo
Incluso Pedro Sánchez, al que no le falta intuición política, sabe cuándo toca escenificar cierto sentido de Estado. Ha vuelto a ocurrir con la crisis arancelaria. Eso sí, aunque tiene dotes para adivinar por donde sopla el aire del 'momentum', tiende a fallar en la ... puesta en escena: a su interpretación siempre se le ven demasiado las costuras teatreras. De hecho, transmite, a su pesar, una falta de autenticidad absoluta. Claro que la simulación, en su caso, es una seña de identidad. Sólo un tipo como Sánchez tiene el cuajo de presentar una campaña con el eslogan de «Nuestros valores no están en venta. Nuestros productos, sí. Compra lo tuyo. Defiende lo nuestro». Ahivá la leche: ¡Nuestros valores no están en venta! El castizo diría aquello de hay que joderse y agarrarse para no caerse. Ojalá el sanchismo supiera vender productos con la misma eficacia con que vende sus principios, como ya demostró encamándose con Podemos, entregándose a Bildu, vendiéndose a Puigdemont, pervirtiendo el Código Penal contra sus promesas, abaratando el golpismo, traficando con la amnistía contra el Estado de derecho, incumpliendo todo lo prometido sobre la separación de poderes… ¿A quién le extraña que su jefe de gabinete se doctorase brillantemente en la teoría del engaño político?
Pero, sí, Sánchez tiene habilidad para intuir el 'momentum'. Y ante una amenaza exterior tuvo claro que tocaba orgullo nacional y liderazgo de estadista. Como en la pandemia, vio rápido la oportunidad, y eso no se le escapa a un oportunista. El video de la campaña puesta en marcha tira de ínfulas bastante casposas y arranca afirmando que España es «el motor económico de la UE». No es tanto que sea falso como ridículo. Si eres el motor, ¿por qué estás pidiendo fondos a la UE insistentemente? Después sigue apelando al Alma de España –«aquí sabemos lo que hacemos»– con la épica hueca de los viejos nodos nacionalistas. Allá quién aún vaya a creerse el mensaje de que no dejarán a ningún español atrás, con ese tonito impostado de compasión, pero Sánchez ha visto clara la oportunidad política para reforzar su liderazgo. Por eso encargó una negociación amable con el PP a Carlos Cuerpo, sacando de ahí a Marisú Montero. Perseguía la imagen de un Gobierno a la altura en un momento difícil para liderar un diálogo de Estado evitando la confrontación. Pero, ay, el cinismo le ha durado apenas dos telediarios. Y no ya por dejar de lado al PP en el BOE, como era previsible en el escorpión de la fábula, sino por el enésimo trato encubierto de privilegios para Cataluña con un cupo del 25 por ciento de las ayudas reservadas a costa de los demás territorios. Menas no, fondos sí. Y todo esto bajo el eslogan de «¡Nuestros valores no están en venta…!». No puede haber ningún pacto de Estado, en realidad ninguna política de Estado, en alguien que no respeta al Estado. Y es lo que hay.
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