LA TRIBU
Paro
Las cifras del paro, hoy, asustan en toda España y en Andalucía, y en nuestro territorio, donde más nos duele

Aunque no faltaba un montón de arena en alguna acera, y no era infrecuente ver un carro que, desde el horno al pueblo, circulara cargado de ladrillos, ni alguna tabla de andamio amarrada con trallas a unos palos, ni un albañil con palustre y plana ... que labrara una tapia o enluciera una fachada, las obras en la tribu eran cuatro, y a veces ni siquiera al mismo tiempo. Otro tanto pasaba con los pintores: había tres o cuatro manos que se dedicaban a blanquear, a darle temple a un piso o a repasar unas rejas. Un fontanero que al mismo tiempo era relojero, mecánico y fotógrafo; un arriero con varios burros que acarreaban en serones arena desde el río, y un par de hornos de cal y ladrillos. Hoy, todos esos oficios no serían suficientes para darle servicio siquiera un día a las necesidades de la tribu.
La palabra paro, si se daba en alguien, duraba un día: el campo, algunas fábricas de madera y los pinares tenían tajo para cuantos brazos estuvieran dispuestos a trabajar. Pero llegó la máquina —a todo— y aunque los paisanos celebraban su llegada como un efectivo símbolo de progreso que aliviaba la penosidad bracera o acababa con ella, no sabían que cada máquina que llegaba despediría del campo a mucha gente. Un tractor, una cosechadora, una hormigonera, por mentar sólo tres motores, iban arrinconando en el paro a muchos hombres. Y entre eso y el campo cada vez más abandonado, la gente empezó a orientarse en la capital, en fábricas; y en la tribu surgieron oficios y gente que los aprendía, y a pesar de todo, por una cosa o por otra, incluido el crecimiento demográfico, el paro fue sonando como un lobo invisible que se comía el pan del hombre. Hoy, que no es fácil encontrar a un albañil que esté libre, a un fontanero que pueda acercarse al momento para una avería, a un electricista, a un herrero, a un cristalero, a un carpintero, a un mecánico, hay más paro que nunca hubo. Solos, el campo y los pinares; sola, la vega. Hay veinte veces más talleres que ayer, y veinte veces más profesionales que ayer, y cien veces más estudiantes que ayer, y hay paro. No estoy preparado para analizar el por qué, ni tengo a mi alcance todos los elementos que concurren para ello, pero en los sesenta tenía trabajo todo el mundo, aunque no todo el mundo tenía el trabajo que quería. Las cifras del paro, hoy, asustan en toda España y en Andalucía, y en nuestro territorio, donde más nos duele. Mucha subvención y poca inversión. Y somos muchos, y nos hemos echado encima muchas necesidades. No señalo en ninguna dirección, porque no sé en verdad por qué se da esto. Sólo sé lo penoso que es ver las cifras del paro, y cómo celebramos que baje. Mientras, el campo y los pinares siguen solos…
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