TRIBUNA ABIERTA
Universidades y chiringuitos
Lo que caracteriza a las mejores Universidades de cualquier sistema universitario, sean públicas o privadas, es que las personas que forman sean valiosas para la sociedad

Lleva razón la ministra de Educación y Portavoz del Gobierno, doña Pilar Alegría, cuando habla de que el debate sobre las universidades ha de versar sobre la calidad de las universidades y no sobre su titularidad. Sin embargo, se equivocan el presidente Sánchez o la ... vicepresidenta Montero cuando dan a entender que las Universidades privadas son «chiringuitos» que venden títulos y, por elipsis, las universidades públicas son las verdaderas universidades.
Para empezar, entre las 20 mejores universidades del mundo hay 14 (un 70%) que son privadas. Harvard, Stanford, MIT, Princeton, Chicago, Yale, etc. son universidades privadas y no creo que ningún universitario las considere chiringuitos. Y, en España, Deusto, Comillas, Navarra o Loyola (sí, Loyola) son Universidades privadas (algunas con más de un siglo de antigüedad) y no son chiringuitos, siendo, incluso, de mayor calidad media que la mayoría de las Universidades públicas.
Pero, ¿qué es la calidad universitaria? ¿Cómo se mide la calidad de una universidad?
Lo que caracteriza a las mejores universidades de cualquier sistema universitario, sean públicas o privadas, es que las personas que forman sean valiosas para la sociedad, que sean apreciadas por las instituciones y las empresas, al tiempo que generan ideas que se transformen en innovación y tecnología para mejorar el bienestar de la sociedad. Dicho de otra forma, una universidad es buena, es de calidad, si sus titulados tienen una alta empleabilidad y si su profesorado genera mucha investigación útil.
Pues bien, según los datos oficiales disponibles, la empleabilidad de la Universidad de Deusto, Comillas, Navarra o Loyola, medida por la tasa de afiliación (tener contrato), porcentaje de contratos indefinidos y a tiempo completo y nivel salarial de sus titulados, es, en los cuatro apartados, mayor que la de cualquier, por ejemplo, Universidad pública andaluza. Y esto es así desde hace años.
Para alcanzar esta empleabilidad, la primera clave está en la exigencia al estudiantado y en la calidad docente. Así, en Loyola (y las condiciones son similares en las demás privadas de prestigio) la asistencia a clase es obligatoria, el cumplimiento del calendario académico es estricto, es necesario superar cinco asignaturas como mínimo para continuar, los grupos son pequeños, las prácticas son obligatorias, la internacionalización es una realidad y las tutorías son parte del sistema estándar.
Mientras que la segunda clave es un profesorado vocacional y motivado. Y, para ello, existe una carrera profesional clara ligada a sus acreditaciones, a su investigación (artículos y sexenios), a sus estancias en el extranjero, a su calidad docente. Lo que da como resultado, no sólo la calidad en la formación de los estudiantes, sino una mayor productividad científica.
Y también esto se puede demostrar con datos. Así, por ejemplo, y usando las dos ratios de investigación que aprobó el Gobierno de Pedro Sánchez en 2021 (Real Decreto 640/2021, de 27 de julio, artículo 7), con datos públicos del Informe de la Fundación CYD 2024, la ratio de producción científica por profesor de la Universidad Loyola es de 5,82, sólo por detrás, en Andalucía, de la Universidad de Córdoba (5,96), Jaén (5,95) y Granada (5,83, a una centésima). Y lo mismo ocurre con los tramos de investigación acreditados -sexenios vivos de investigación- (por las agencias nacionales) en los que Loyola es la segunda de Andalucía (0,62), sólo por detrás de Jaén (0,67).
Dicho de otra forma, en España, y los datos así lo demuestran, hay Universidades privadas de alta calidad (como en todo el mundo) y hay otras que sólo son negocios que venden títulos universitarios. De la misma forma que también hay Universidades públicas de alta calidad y otras que son sólo burocracias ineficientes, pagadas con nuestros impuestos, que tienen estudiantes porque sus títulos son gratis.
Distinguir a las universidades y los chiringuitos va mucho más allá de un debate ideológico, y es algo muy serio, pues nos va en ello la formación de las generaciones futuras y la competitividad de nuestra economía.
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