pásalo
Un peñón en la boca
Una lengua como la nuestra tiene en la boca el peñón colonial del inglés
Me lo resume claramente nuestro colaborador Antonio Benítez, biolingüista de la Hispalense. La lengua es como una casa enorme donde, de forma continua, entran y salen palabras, como si esa enorme casa fuera un hotel al que acceden turistas que entran y salen una vez ... cumplida su estancia en el mismo. O sea, las palabras, nos pueden llegar, como los turistas, desde sitios insospechados y hasta exóticos, como a Corea les han llegado las palabras españolas tapas, vinos y churros. El hispanista surcoreano Park Chul, catedrático emérito de Literatura hispánica en la Universidad de Hankuk, primer coreano que le echó un par de narices al Quijote y lo tradujo a su idioma, nos adelanta que España está de moda en su país y que las palabras antes referidas se han coreanizados. No está mal que, una lengua como la nuestra, coloque algunas de su rico diccionario en algún país del mundo. Sienta bien a la autoestima, tan maltratada por nuestros complejos históricos.
Pero no repiquemos campanas y arrojemos petaladas sobre el gran hotel de nuestra lengua. Porque, desde que el inglés, con su bombín y su monóculo victoriano, influye en el mundo, nuestra talega de palabras se ha llenado de anglicismos. Hasta el extremo de que, los que más las usan, se creen más preparados que los que no, más cultos incluso, porque comprenderán que no es lo mismo decir desde dentro que inside. Para ser objetivo colonial, tanto en economía, costumbres y lengua, hay que valer. Y nosotros, por patologías varias a la que no es ajena el simplismo bobo de creer que lo de fuera es mejor que lo nuestro, valemos muchísimo para llevar un peñón a cuestas. Sísifos de la lengua más tontos que Pitote. Sin ánimo de parecer un talibán en el gran hotel de las palabras, paso a aclararles que, no hay lengua que no comparta palabras importadas. El color blanco, por ejemplo, tiene ascendencia germánica, al igual que los puntos cardinales. La cerveza, aunque la tiren primorosamente en el Vizcaíno y la hagan de premio nobel en la Cruzcampo, es palabra celta. Y alberca o alcayata tienen un cuarterón árabe que no lo tapa el turbante más grande que un rey Baltasar haya lucido en la cabalgata del Ateneo. La anomalía es la acogida de bienvenido míster Marshall que se le da al inglés.
Una palabra tan bella como azotea se ha convertido en rooftop en la industria hotelera, para indicar que no hay mirador más ventajoso que el suyo para ver la ciudad. Los más jóvenes, para decir que toda va bien, dabuten decían los chelis, usan la palabra flow. Y los líderes de opinión son hoy influencers. El correo es email. Y un caza talento, mejor Monchi que Orta, dónde va a parar, es un headhunter. El hechizo, la seducción por los anglicismos es tan exagerada, que estamos embrujados por ese peñón colonial que nos meten en la boca. Con lo redondo que suena carajote…
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