La tercera
Paseos por París con Pierre Le-Tan
Siempre pienso en Le-Tan cuando paseo por el Palais Royal, con sus gafas redondas y su sonrisa enigmática
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París probablemente sea la ciudad más escrita del mundo. En ella Baudelaire encarnó como nadie al 'flâneur'. Antes que él, ya los hubo, desde Louis Huard, el autor de esa joyita que es 'Physiologie du flâneur', hasta el inmenso Victor Hugo, que además de crear ... dos obras maestras capitalinas como 'Les miserables' y 'Notre-Dame de Paris', metió mucho de la ciudad en sus 'Choses vues'. Después surgirían la 'Recherche' de Proust, y libros de Apollinaire ('Le flâneur des deux rives'), Aragon ('Le paysan de Paris'), André Breton ('Nadja'), Cendrars ('La banlieue de Paris', con Doisneau), Léon-Paul Fargue ('Le piéton de Paris')... Hoy mismo, siguen siendo legión los que inscriben sus pasos en los de tales predecesores, siendo especialmente relevante el caso de Patrick Modiano, cuya obra es un puro canto a París. Canto a la ciudad-luz también en Rilke, Hemingway, el checo Viteszlav Nezval ('Rue Git-le-Coeur'), o el más grande de todos, Walter Benjamin, con su 'Libro de los pasajes, apoteosis de la ficha y la divagación a partir de la ficha, con París como telón de fondo. Y españoles, claro, de Emilia Pardo Bazán a Vila Matas, pasando por Azorín, Baroja, Ramón o González-Ruano. Y latinoamericanos: 'Rayuela', de Cortázar, pero también Rubén Darío, Asturias, Carpentier, César Vallejo… Pasear por París es en gran medida leer un libro inacabable, hecho de fragmentos de libros como los citados, y otros muchos.
Quiero evocar ahora el caso del añorado Pierre Le-Tan (1950-2019), un pintor e ilustrador que escribía, y tan maravillosamente como empleaba la plumilla, y del que Cabaret Voltaire, la más francesa de nuestras editoriales, da al fin al conocer su libro 'El París de mi juventud', autoilustrado con sus clásicos dibujos línea clara, y prologado por Modiano, que se describe, lo mismo que a sí mismo, como un niño de los cincuenta. Un libro que en francés vio la luz, como 'Paris de ma jeunesse', en Aubier, en 1988, y cuya reedición ampliada de 2019, en Stock (los trece capítulos de la primera, más otros tantos nuevos) es la que ha traducido ahora Lola Bermúdez Medina. Durante bastante tiempo, José Carlos Llop y yo especulábamos con que Le-Tan, autor con Modiano de dos libros, igual no era sino una máscara del escritor. El día en que conocí a este último, en casa de su colega Bernard Minoret, se rio mucho con nuestra suposición, y me dijo que en cualquier momento nos lo podía presentar.
En 2004, organizamos en el Reina Sofía la única muestra Le-Tan que ha tenido por marco un museo. Llop fue su comisario. La cubierta del catálogo, con su automóvil cuyos faros iluminan la noche rural francesa, un original de 1980 para 'The New Yorker', ha sido la puerta por la que los happy few españoles han ingresado en el planeta Le-Tan. A la inauguración asistieron su madre, francesa, viuda del gran pintor vietnamita Le-Pho, así como las hijas del ilustrador.
A Le-Tan, como a Modiano (que contribuyó a aquel catálogo con un texto), uno tiene tendencia a ubicarlo Rive Droite. Siempre pienso en él cuando paseo por el Palais Royal, al fondo del cual está la mínima tienda rosa, decorada por él, de su hija Olympia, la creadora de los bolsos más literarios y caros del mundo. No muy lejos, también es para mí inevitable recordar su figura de dandi, con sus gafas redondas y su sonrisa enigmática, en mi pasaje favorito, la Galerie Véro-Dodat, donde ambos fuimos clientes del gran librero anticuario Bernard Gaugain, que compartía muchas quests con nuestro amigo, al que proporcionó tantos tesoros. La figura de Gaugain trae a mi memoria a un inglés (¿cómo se llamaba?) dedicado al corretaje de libros raros, que era uno de sus grandes suministradores. Vestido como un tipo nineties, con pantalón escocés, sombrero blando, enorme bolso con el que acarrear material, me lo tropezaba a menudo por Vanves y Brassens, dando grandes zancadas, y pillando siempre.
En el libro ahora traducido, el 'flâneur' mezcla ficción y realidad, recorriendo ensoñadamente las calles desiertas de la ciudad de su juventud. La Rive Droite, sobre todo. La Place Vendôme. Nuestro amado Passy («no sé por qué el Square de l'Alboni es uno de mis lugares preferidos de París») y el metro aéreo que cruza el Sena, y la rue de Boulainvilliers con su antigua estación de la Petite Ceinture, y la lóbrega (el calificativo, muy apropiado, es suyo) avenue Paul Doumer, donde el piso de Brigitte Bardot, al que alude al paso, lo ocupan hoy los Cremades. Trocadéro y las escaleras metafísicas de la avenue de Camoëns. Una iglesia déco, Boulevard Sérusier. El Raspoutin, rue de Bassano, junto al Cervantes. Farolas, bancos. Automóviles, como en las novelas de Modiano, o en Tintín, y recuerdo una foto de un Le-Tan ensombrerado, de aire tintinesco, por Marc Gantier. Sombras idas: Jacques Fath, Lucette Almanzor, Barbara Hutton, el rey Faruk, el singularísimo arquitecto Jean-Charles Moreux, Yul Brinner, Topor, David Cooper, varios dignatarios vietnamitas amigos de su padre…
Magistrales cubiertas las de Le-Tan para las ediciones de bolsillo (Folio) de las novelas de su amigo Modiano. Absurdamente, las jubilaron, y hoy a Modiano lo venden bajo cubiertas-postales de grandes fotógrafos. De las le-tanianas, mi preferida es la de 'Quartier perdu': iluminada en la noche, la imponente pagoda roja de la rue de Courcelles. No muy lejos, rue Saint-Honoré, siempre Rive Droite, está el anticuario donde él, que nunca tuvo galería, solía exponer.
Le-Tan acabó viviendo Rive Gauche, casi a la sombra de la Assemblée Nationale, en la place du Palais Bourbon, aquella donde residió Josée de Chambrun, née Laval, la hija de Pierre Laval. Plaza a la que, cuando la descubrí yendo a visitar a nuestro amigo, encontré un aire provinciano, de ciudad de provincias atlántica, pongamos Nantes o Burdeos. En el libro también sale, aunque menos, esa orilla: la rue de l'Université, la place Jussieu, los anchos espacios del melancólico barrio de los Inválidos, la rue Guénégaud y sus anticuarios, la avenue René-Coty junto a Montsouris… Falta la Place Furstenberg, maravillosamente evocada en una de las mejores viñetas de su agenda 'Paris 1994', donde también borda los bouquinistes o la Île Saint-Louis.
La casa de la vida, tan praziana, tan John Soane, de Le-Tan, era el interior de un coleccionista obsesivo (¿cuál no?), letraherido, eruditísimo. El catálogo de la subasta de sus bienes nos permite reconstruir la atmósfera que reinaba ahí. Pintura, ilustración, literatura y música de entreguerras, Bérard y los hermanos Berman y otros neorrománticos, excéntricos ingleses como Lord Berners o Reg Whistler, el poundiano Antheil, Foujita, Leonor Fini, Clerici, Louise de Vilmorin, raros absolutos como Pierre Roy o Jacques Mauny... Un mundo muy Cocteau (Le-Tan decoró el que fuera su apartamento del Palais Royal), muy Poulenc, muy Patrick Mauriès…
Nuestro último encuentro fue en un restaurante poblado de 'bric-à-brac' cocteauiano, La Méditerranée, place de l'Odéon. Veníamos de La Coupole, de un conversatorio entre Le-Tan y Llop. Pensaba llevarlos a cenar junto al Sena, pero mientras caminábamos, de repente el autor de 'El informe Stein' evocó La Méditerranée, y allá que redirigí la alegre expedición. Pocas cenas de nuestros años parisienses, tan feliz como aquella. Hoy, puro recuerdo también, como casi todo.
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