Honrando Zaragoza

Que ya no es Frankenstein, sino una 'rave' de enemigos de España donde Miquel Iceta, Iceta de la 'icetería', hace lo más suyo: el egipcio, el bailarín y lo que le echen cuando todo en él es una fiesta. Celebra su presente y pasado y, contra eso, hay poco que hacer. De todos, fue el menos creyó internamente la bilateralidad. Y el que más la famoseó porque andaba a otras cosas más rentables.

Días de cierzo duro, de calor inhumano aragonés, le esperan a la Princesa, pero así fueron forjando el carácter los jefes del Estado. Si Sánchez blanquea la infamia, Leonor y y su familia cercana dan esplendor patrio. Y no es un debate sobre la monarquía. Es sobre qué será España con Sánchez.

Allá donde Sánchez miente y cambia la verdad, la milicia convierte a la Princesa de Asturias en garante de lo que su padre, por la vía de las miradas y la existencia, frenó. Ya pasó en el otoño catalán, y volverá a pasar siempre que a España le tocan el badajo y, con el constreñido vestido del arbitraje, se ha mucho: lo enseña la Historia. En esos días los de los balcones, hasta Borrell sacó con prurito la bandera patria. Todo era posible.

Hay quien ve que en verano no se puede hablar de los más sagrados. Yo solo comparto aquí moralmente dos fotos mentales: la de Puigdemont y la de la Princesa de Asturias. Comparen, en su fuero interno, quién llega al alma con las sonrisas que están consignadas en la Constitución, y quién, con ese 'cv' de robagallinas de Gerona, nos tiene el 'oremus' más que secuestrado en su demencia de césar fugitivo.

En horas, Leonor entra a Zaragoza. Confiamos en ella como en la Virgen del Pilar. Bajo la medallita del retrovisor. La que nos cuida camino de Soria de todo mal. Amén.