EN OBSERVACIÓN
Cierra la verja y suelta a los búfalos
Trump selecciona a la guardia de corps con la que planea recorrer el mundo
La chica del 17 y los del artículo 47
Viaja sin límites, trabaja menos, vive mejor
Una de las señas de identidad del caudillismo es su afición por la baja costura y su apego a las hechuras y los motivos étnicos, utilizados para distanciarse de los códigos de etiqueta de Occidente y reivindicar una singularidad que les permite ir por libre, ... cautivos de su mal. Gadafi se hacía escoltar por el cuerpo superior de la Guardia Amazónica, harén de monjas revolucionarias con las que hacía turismo y metía miedo; Berlusconi, en cambio, dejaba en casa a unas 'velinas' cuyo uniforme de gala era, si acaso, el traje de baño; Putin se hace flanquear por los soldados, escorzo zarista o soviético, que estiran el pescuezo en los salones del Kremlin, de donde como el Probe Miguel hace mucho tiempo que no sale para deleitarnos con sus posados, cinegéticos o moteros; Franco tenía a la Guardia Mora para sus cabalgatas, Evo Morales tiraba de fondo de armario andino, chompa y chamarra de alpaca, y Trump, aún más tribal, ha contratado como altas ejecutivas de su edad de oro a una compañía estable de señoras que comparten, además de protuberancias faciales, tinte de pelo y peinado; por sus tirabuzones las conoceréis. Las camareras que en perfecta sincronía sirven el té en la Asamblea Popular Nacional de China son elementos escenográficos de un régimen que las utiliza, cortadas por el mismo patrón, seda y robótica, como estampita del orden y la disciplina. No es fácil saber cómo se uniforman ahora en Cuba, donde están a oscuras, lo mismo en cueros. En Venezuela aún rige el chándal, en Gaza no pasa de moda el pasamontañas y en la República Democrática del Congo hay que esperar a ver cómo acaba lo de los hutus para ver quién se viste por los pies y qué se pone. Como escaparate de la democracia liberal, Zara de los consensos y los estándares, Europa es muy aburrida. Ni siquiera los autodenominados Patriots, los de la derechita valiente, se atreven desentonar por lo folclórico. Todo de boquilla.
Volvemos a Trump porque es tendencia y porque la semana pasada soltó en Múnich a J. D. Vance, que es el perro que Putin metió en la salita de su dacha para intimidar a Angela Merkel. Vance ladra y los del Zara de la esquina se esconden en el probador para salir en tropel y envalentonados cuando el labrador se ha marchado. Eso es Europa. Distraído con el rotulador y el niño de Musk, despachando como el que dice, Trump aún no se ha dado el gusto de salir de gira y moverse a codazos entre sus pares globales, cada vez más impares. En su primer mandato tardó cuatro meses en darse una vuelta, y de momento ha soltado a sus perros para que vayan marcando territorio. Refundador de la democracia, actividad que comparte con Putin, la otra mitad de la pinza contra la Europa del probador, Trump necesita una guardia de corps, exótica e identitaria, que sustancie y encarne los ladridos de Vance, una compañía de suripantas de revista y pasacalles que dé empaque a la idea de democracia que practica y predica. Ha llamado ya a aquel antropomorfo, mitad bisonte, mitad Village People, que entró a sangre y fuego en el Capitolio, modelo de baja costura y alto golpismo, toro indultado, para que reúna a la manada. Lo mismo se los lleva de gira, para que el mundo se vaya haciendo una idea renovada de lo que Tocqueville llamó 'La democracia en América', ahora bailoteada y potreada al ritmo de ‘YMCA’..
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete