La tercera
Todas somos Ise Gropius
Cuánto trabajo que no se ve, pero que constituye los cimientos de medio mundo, es obra de dos manos que revolotean sobre un teclado
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Lo más probable es que a nadie le diga nada el nombre de una joven periodista de familia acomodada de Dillenburg, provincia de Hesse, que, allá por 1925, coincidió con Walter Gropius en una conferencia que él daba en Hannover y le robó el corazón. ... Luego él le robó a ella una letra y, más o menos, le dijo ven y ella lo dejo todo por seguirlo a la Bauhaus en sus últimos meses de Weimar (bueno: él insistió mucho y le metió prisa, que no era hombre de esperar, y ella se lo pensó dos veces, pero tampoco más, pues, al fin y al cabo, irse con el genio de la nueva arquitectura era una perspectiva harto más interesante que quedarse con el novio de toda la vida en una existencia burguesa que tampoco le habría permitido desarrollar su carrera de escritora). Se casaron en octubre del mismo año, con Paul Klee y Wassily Kandinsky de testigos, y la joven Ilse Frank se convirtió en Ise Gropius. Lo del nombre fue iniciativa de él, que, en plan Pigmalión, lo consideró más glamuroso (a nosotros también nos suena glamuroso Ilse, pero en alemán tiene de vanguardista lo que aquí llamarse Mercedes o Pilar). Valga la chufla arquitectónica, como la joven no tardó en convertirse, a todos los efectos, en pilar clave de la institución, le pusieron el apodo de Frau Bauhaus.
Movilizó a todos sus contactos por establecer una nueva sede en Colonia, pero finalmente se trasladaron a los terrenos que les habían cedido en Dessau, donde Ise Bauhaus dedicó toda su energía al trabajo organizativo, a llevar las cuentas y a gestionar la producción y posterior comercialización de los productos que diseñaban y fabricaban. Ella misma destacó como inventora de algunos artilugios para facilitar la vida a las mujeres modernas (un día hablamos de cocinas), era muy buena fotógrafa y reportera, y le revisaba los artículos y conferencias al marido, quien siempre la consideró su igual. Por las estupendas anécdotas que recoge Ise en sus diarios, poseía unas dotes diplomáticas envidiables para lidiar con las quejas constantes de todo el mundo (la zona es como 'la Alemania vacía', pero más industrial y con peor clima), y supo ingeniárselas para salvar las constantes dificultades económicas, fruto de la hiperinflación y del 'crack' del 1929. (Por cierto, en julio se cumplen 90 años exactos desde la disolución definitiva de la escuela, tras un último traslado a Berlín bajo la dirección de Mies van der Rohe).
Mi simpatía incondicional por Ise Gropius también se debe a su callado triunfo sobre una musa que me es antipática, a saber: Alma Mahler, primera esposa del arquitecto (1915 a 1920). Es innegable que Alma convirtió en genios a sus amores de todas las disciplinas (también 'inspiró' a Kokoschka y a Werfel), y me da pena que no se abriera camino como compositora en lugar de andar de genio en genio. A Gropius, sin embargo, lo trató muy mal, así que veo como cierta justicia divina en que Herr Bauhaus acabara compartiendo su larga vida no con ella, sino con la jovencita lista que se dejó la piel en su proyecto y a quien nunca se le cayeron los anillos por trabajar en cuanto hizo falta, ya fuera en Alemania, después, en el exilio londinense y, por último, en Harvard.
Mrs. Gropius no tuvo éxito como periodista en América, pero publicó algunos reportajes en revistas con los que redondear el presupuesto familiar, siguió siendo 'la mejor mitad' de su marido en todas sus tareas y, tras morir éste, en 1969, se ocupó de editar sus memorias y cuidar de su legado (ella murió en 1983, a los 86 años).
Temo haberme excedido con el título. Lo cierto es que no; no somos todas Ise Gropius, entre otras cosas porque tampoco abundan los caballeros que merezcan una entrega así, empezando por la entrega de una letra a fondo perdido. Ahora bien, en ser la mano derecha de alguien o incluso las dos manos o en que nos falten manos para apagar los múltiples fuegos que surgen a diario creo que sí, que la mayoría de las mujeres de hoy, de ayer y de anteayer nos podemos identificar con ella… una mujer a un teclado pegada: en su caso, una Olympia de las pequeñas, que se llevaba a todas partes. La cita que sigue se refiere a otra máquina, pero sirve igual:
«Quietas, dormidas están,/ las treinta, redondas, blancas./ Entre todas/ sostienen el mundo./ Míralas, aquí en su sueño,/ como nubes,/ redondas, blancas, y dentro/ destinos de trueno y rayo,/ destinos de lluvia lenta,/ de nieve, de viento, signos./ Despiértalas,/ con contactos saltarines/ de dedos rápidos, leves,/ como a músicas antiguas…»
'Underwood Girls' de Pedro Salinas es uno de mis poemas preferidos, y en parte se debe a esa imagen de las teclas pequeñitas que sostienen el mundo. Cuánto trabajo que no se ve, porque no luce, pero que constituye los cimientos y el andamiaje de medio mundo es obra de dos manos que revolotean sobre un teclado. Cuántas veces son manos de mujer, y cuántas mujeres tremendamente brillantes han caído en el olvido o quedan en la sombra por ser, a los ojos de su tiempo o de la posteridad, poco más que 'señoras de'.
Una de las primeras feministas alemanas, Hedwig Dohm, nada más y nada menos que la abuela materna de la 'señora de' número uno, Katia Mann (sí, la mujer del ínclito T. M.), utiliza el término «criaturas en transición» para las mujeres de su tiempo (ella murió en 1919). Era consciente de que no se había alcanzado la igualdad, pero estaban consiguiendo mucho, avanzaban en la buena dirección y no era potencial lo que les faltaba. Solo necesitarían las condiciones adecuadas durante el tiempo suficiente, y eso fue lo que no sucedió: en Alemania, su 'transición' fue a caer al vacío en 1933, y luego apenas hubo margen por el que transitar de nuevo, pues la sociedad posterior a 1945 fue, durante décadas, bastante menos moderna que la de Weimar.
Sin ánimo de echar a ningún señor de ningún sitio, me parece justo y me hace ilusión visibilizar algunos de esos nombres que, en su día, contaron con un lugar propio, aunque fuera provisional. Del mismo mundillo tengo otra Ilse y otra Alma, al menos tres Lilys, una Benita y una Margarete (las de las cocinas), que no se me olviden ni Friedl ni Erika ni Lu... En fin, puesto que dudo mucho que vaya yo a ser musa en esta vida, sirvan mis dedos sobre un teclado para abrir un pequeño espacio a quienes me habría encantado conocer en otra.
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