UNA RAYA EN EL AGUA

Marco Polo

El régimen chino carece del perfil de aliado que las democracias europeas necesitan para compensar el repliegue americano

Producto nacional

El manual de la pandemia

Ignacio Camacho

Ha ido ya Sánchez a China más veces que a Paiporta. También lo reciben mejor, para decirlo todo, y le hacen la estancia más cómoda. Sostiene Alsina que si hiciera esos trayectos en Iberia en vez de en Falcon tendría puntos para dar gratis ... la vuelta al mundo. La recurrencia obedece al influjo de Zapatero, convertido en agente de viajes y asesor estratégico del jefe del Gobierno, que lleva haciendo lobby para Pekín un cierto tiempo. Se ha vuelto prochino, como aquel Partido del Trabajo que en la Transición preconizaba la pureza revolucionaria frente al pragmático PCE de Carrillo y cuyos dirigentes acabaron en su mayoría integrados en la estructura de poder del felipismo. Como la revolución maoísta ha devenido en capitalismo de Estado, lo que le interesa a ZP del gigante amarillo son los negocios, aunque la tensión con Estados Unidos le permite rescatar también uno sus inveterados fetiches ideológicos. Y cobrarse de paso algún viejo oprobio.

A primera vista, el plan de abrirse a China en pleno conflicto con Trump tiene sentido. La guerra arancelaria obliga a buscar mercados distintos y socios comerciales deseosos de estrechar vínculos con una Europa de escaso talante proactivo. Sin embargo, conviene enfocar el asunto con cierta cautela, y no sólo por la desconfianza que suscita la mediación zapaterista –ni una mala palabra, ni una buena idea– sino por la posición de inferioridad que siempre revelan las urgencias. Y desde luego, porque el régimen dictatorial de Xi Jinping, afectuoso compinche de Putin, carece del perfil de aliado que las democracias occidentales necesitan para contrarrestar el brusco repliegue americano. Por ser exactos, la UE y la OTAN lo consideran una amenaza directa –un enemigo potencial, vaya– contra la seguridad del territorio comunitario. Si es menester elegir una potencia imperialista para echarse en sus brazos, habría que procurar al menos no equivocarse de bando.

La Moncloa vende la visita como una suerte de avanzadilla exploratoria europea, coordinada con las autoridades de Bruselas. Pedro vendría a ser así un Marco Polo posmoderno comisionado para trazar una nueva Ruta de la Seda. No hay motivo para dudarlo –¿o sí?– aunque hasta el tarifazo trumpista, antier como quien dice, la Unión definía a China como 'adversaria sistémica' y se declaraba incompatible con su modelo autoritario, su control social, su discrecionalidad administrativa y sus opacos métodos de competencia. Puede que el cambio de escenario mercantil haya alterado también el geopolítico y esos recelos se hayan mitigado, si no desaparecido. Pero los objetivos del periplo, y sus eventuales logros, requieren un bosquejo más preciso para alejar las sospechas de movimiento unilateral cercano al quintacolumnismo. Porque hasta en los momentos más críticos existe un mínimo deber moral de lealtad a los amigos… y a unos ciertos principios.

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