EDITORIAL
Un personaje indigno
Rubiales debe irse o deben echarlo, pero no para calmar conciencias de tanto hipócrita, sino porque es una cuestión de dignidad nacional ante lo que ya es un esperpento
Luis Rubiales dio la sorpresa al anunciar ante la Asamblea de la Real Federación Española de Fútbol que no dimitía. Repitió un discurso parecido a otros pronunciados por él mismo frente a informaciones sobre su comportamiento al frente del fútbol español: es víctima de una cacería y no ha hecho nada que merezca su dimisión. En este caso, Rubiales se presentaba ante una asamblea silente y complaciente con imágenes que habrían tumbado a cualquier personaje público: agarrándose los testículos a un metro de la Reina Letizia y de la Infanta Sofía, echándose a una jugadora al hombro y besando en la boca a otra, Jenni Hermoso, mientras agarraba su cabeza con las dos manos. Una colección de zafiedad, mal gusto y abuso que ha opacado, de forma imperdonable, el éxito de una selección al que, justo es reconocerlo, él también ha contribuido. Sin embargo, con el respaldo de los miembros de la Federación, Rubiales ha decidido mantenerse en el cargo, abrazándose a la tradición política de no dimitir, de vaciar de contenido las disculpas que se ofrecen y de convertir al culpable en víctima.
No es este un buen escenario para un Gobierno tan feminista y militante como el que preside Pedro Sánchez y anima Irene Montero. Cierto es que su autoridad moral y política para lamentarse por estos hechos quedó anulada por la excarcelación y reducción de penas a decenas de violadores con aquella lamentable ley del 'solo sí es sí' que sí debería haber provocado no la petición de cese de la ministra de Igualdad sino su cese por su inmediato superior: el presidente del Gobierno. Sin embargo, el beso de Rubiales a Hermoso habría sido una buena ocasión para medir la calidad de esa ley, pero, dejando a un lado el dato no menor de que el hecho se cometió en Australia, la situación se complicó por la falta de una valoración personal de la jugadora, valoración que Hermoso realizó anoche por medio de un comunicado en el que desmiente punto por punto a Rubiales.
No se trata de alterar la carga de la prueba, sino de saber si hubo 'sí' o 'no' y el testimonio directo de la víctima es insustituible. En todo caso, insistimos, debería dar lo mismo la relevancia jurídica, penal o meramente deportiva, de las conductas de Rubiales. Es un personaje inhabilitado para ostentar la máxima representación del fútbol español, el cual, consintiendo la continuidad de este personaje al frente de la Federación, asume una corresponsabilidad evidente en el deterioro de la imagen internacional de nuestro país, no sólo de sus equipos de fútbol. La Federación es una entidad privada de utilidad pública, lo que hace muy difícil que las administraciones públicas puedan tomar decisiones drásticas sobre Rubiales. Pero, al menos, habría sido razonable esperar del Gobierno una petición explícita de dimisión, sin rodeos ni medias tintas, porque también ha quedado grabado en los medios el apretón de manos entre Pedro Sánchez y su amigo Luis Rubiales en La Moncloa, a los dos días de que el presidente del fútbol español exhibiera al mundo entero un comportamiento cavernícola. Tampoco hay mucho que esperar del expediente de la FIFA, vista la facilidad con la que deja pasar situaciones tan reprobables o más que la de Rubiales.
La continuidad de Rubiales es el síntoma de un país sin exigencias morales suficientes para crear códigos de conducta no escritos. El examen de conciencia y la asunción autónoma de responsabilidades son puras ilusiones en el ejercicio cotidiano del aferramiento al cargo y el privilegio. Y de esto no solo Rubiales es un ejemplo. También muchos de los que se rasgan las vestiduras con sus zafiedades, pero callan ante los datos de feminicidios en estos años. Rubiales debe irse o deben echarlo, pero no para calmar conciencias de tanto hipócrita, sino porque es una cuestión de dignidad nacional ante lo que ya es un esperpento.
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