Cambio de guardia
La lengua que ya no seremos
El latín es el patrimonio de Europa. Y el depósito más trascendente de la historia humana
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Leo que el Papa Francisco ha restringido drásticamente el uso del latín en las liturgias católicas. Es el último giro de tuerca. Y el fin de una cultura que duró más de dos milenios. Ese crepúsculo nos afecta a todos. También a los que no ... somos creyentes. Porque es síntoma primordial del fin de una civilización. Que fue la nuestra. Creamos o no creamos en lo que creemos o no creemos.
El estupor del que hablo aquí no es, pues, el del fiel que no soy. Es sólo (‘sólo’) el de un hombre culto, que aprendió a ser hombre en el latín de Cicerón y Séneca, en el latín de san Agustín. También, en el de Baruch de Spinoza. La misma lengua. Con las tenues modificaciones que el paso de los siglos impone. No hay más continuidad firme de la cultura occidental que la del latín: del latín clásico al eclesiástico o al escolástico, sin los cuales jamás hubieran existido las Universidades.
El latín es el patrimonio de Europa. Y, junto a la lengua griega, el depósito más trascendente de la historia humana. Guste o no guste a ‘wokes’ o políticamente correctos. No es juicio valorativo. Sólo un hecho.
¿Qué quedará de lo humano cuando ya nadie sepa leer un hexámetro de Virgilio? ¿Qué, cuando los versos en que Ovidio canta su desvalimiento de ‘cantor de nimios amores’ no conmueva ya a espíritu alguno? ¿En qué pensarán aquellos para quienes nada sean ya las páginas de san Agustín que dicen la paradoja del tiempo? ¿O en qué aquellos a quienes suene a chino el ‘intellectus’ de Spinoza?
Pero no sólo a los griegos y romanos perdemos. ¿Cómo disfrutar la belleza de un endecasílabo castellano o italiano, cómo percibir la música de un alejandrino francés, sin el Horacio, el Ovidio, el Virgilio en cuya lectura Fray Luis, Petrarca, Ronsard lo aprendieron todo? Y, sin el seísmo latino de Lucrecio, ¿qué Renacimiento hubiera sido posible en filosofía? No, no hablamos, ni españoles, ni franceses, ni italianos, ni cualquiera que se exprese en una lengua romance, lenguas autónomas. Las llamamos así y nos equivocamos. Nuestras lenguas son sólo estados de evolución, en espacios y tiempos definidos, de una sola lengua: el latín. Apenas si dialectos suyos.
Matar ahora la veta de continuidad cultural que fue el latín eclesiástico es un crimen cultural. Y un error grave: con él, lo esencial de Europa se destruye.
¿Era conveniente matar la lengua litúrgica bajo argumento de que nadie la entendía? Es absurdo. La resonancia emotiva de una lengua ceremonial no le viene de su significado. A nadie le arruina la escucha de Bach el no entender su alemán. A mínima escala: ¿le importa demasiado a alguien no entender el inglés de los Beatles o los Stones? Es un problema, más que falso, ridículo. Las lenguas litúrgicas -como las estéticas- conmocionan al que escucha. Traducidas, queda un cascajo sólo de vulgaridad: lo efímero.
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