Publican 'Días sin escuela', la primera novela de Umbral que permanecía inédita
'Días sin escuela' vertebra en tríada, junto a 'Balada de gamberros' y 'Tamouré', el debut en libro del periodista en el año 1965
Una novela inédita de Umbral enterrada durante 50 años
Era difícil imaginar que Umbral, que no perdonaba un folio, dejara algo inédito
Algún día Francisco Umbral adornó de borradores silvestres sus dos primeras obras, que son 'Balada de gamberros', y 'Tamouré', ambas fechadas en el 1965, ahí en la horma equívoca de la novela breve o el relato largo. Pero resulta que no son dos las obras inaugurales de la obra arborescente de Umbral, sino tres, porque acaba de rescatarse 'Días sin escuela', un texto de ese mismo año citado, que hace hermandad de ancla y también hermandad de vuelo con los anteriores, donde se arriesga el más difícil todavía del cuento que cuenta nada. Que cuenta nada, sí.
'Balada de gamberros' es eso mismo, una partitura canalla, un tarareado en prosa donde unos chicos siguen la demora de la vida salvaje. 'Tamouré' aúpa un relato del clima de la nada de un fragmento de verano, donde unos chavales cantan en la lejanía 'Tamouré', canción sin canción, sólo bella palabra recalidísima, que da motor de música a un texto concéntrico que nace y muere por cualquier sitio, como un chaparrón de errancia. Mucho de ambos libros ocurre en 'Días sin escuela', y casi yo diría que los tres libros pudieran ser un mismo libro, donde se acredita «el vuelo sin motor», según acuñación de Ruano; un mismo libro interrumpido, en tres compases, donde la forma siempre edifica el fondo, donde la palabra improvisa el sentido, donde el tema es no tener tema alguno. 'Tamouré' es una prosa que da vueltas alrededor de una deshora de agosto. 'Balada de gamberros' hace lo mismo, pero alrededor de un ocio caníbal. Y también 'Días sin escuela' repite esa fórmula sin fórmula, con la ciudad de León de fondo.
Era difícil imaginar que Umbral, que no perdonaba un folio, dejara algo inédito. Pero aquí está. Estas páginas vertebran, en tríada, el debut en libro de Umbral, que bebe del relato, un género que nuestro autor sólo ofició de joven, y sin continuidad luego en su promiscua obra memoriosa, desordenada y desobediente. De ahí que este título de Umbral resulte, hoy, una gozosa novedad doble: es una rareza de género en su obra sin género, y es una reliquia de debutante de la que no sabía nadie, o casi nadie. Hay que felicitarse. 'Días sin escuela' prueba a reventar las costuras de la ortodoxia del género, la novela, ese compromiso burgués, y lo consigue. Quiero decir que no prospera el libro sino bajo el susto alegre de la imaginación del lenguaje, que es lo que va tejiendo la historia de un niño al que en un día le ocurre todo, porque no le ocurre nada.
El trueno de la metáfora
«Lo que deseo decir es que yo tenía una espada de madera». Así arranca 'Días sin escuela', presumiendo de una metáfora, porque la espada es espada, y no, porque toda imagen dice lo que dice, pero dice mucho más. Ya sabemos que Umbral escribía para celebrar la escritura, y eso ya ocurre en este libro auroral, donde ya se desperezan las violencias de su estilismo, desde el trueno de la metáfora a la salud de la sintaxis musical. Ya se ve, resueltamente, que Umbral hará del barroquismo una proteína y del lirismo un infinito. Asistimos a un autor ya hecho, que está decididamente en pie, buscando el texto de pincelada, esbelto de apunte, anudado de ráfagas, entre Saroyan y Cela.
Este libro se levanta en dirección contraria a las rutas aún preferidas del momento, a mediados de los sesenta, cuando aún tenía timbre lo socialrealista, y las narraciones repetían el sopicaldo de melancolía rural. Porque resulta que aquí no hay más norma que ir asomándose a la ciudad prometedora, inocente y concéntrica, con eje en una espada que es también espada interior, alrededor de un día abierto de par en par.
«La remembraza, o la nostalgia, huele aquí a vestido azul, como tantas otras veces en las páginas de memorialista de Umbral»
Este libro es coral porque sólo tiene un protagonista decidido, la ciudad, que no cesa, y que de todo tiene la culpa. El libro fija una arquitectura secreta con la reiteración de frases, o de motivos, que van desde el recuerdo de una niña con vestido azul, que olía a eso, a vestido azul, hasta la propia madre enferma y postrada. La remembraza, o la nostalgia, huele aquí a vestido azul, como tantas otras veces en las páginas de memorialista de Umbral. «Todos andábamos por la casa como un poco febriles con la decimilla de mamá», escribe el Umbral de entonces, que pudiera ser, casi sin desvío, el mismo de 'El hijo de Greta Garbo', por ejemplo, donde se hace poema en proa de la madre adolorida. De manera que se va cosiendo una especie de estribillo interior al texto, que desaparece, y vuelve, y se pierde de nuevo, con algo de alejandrino apócrifo, con algo de órbita sorpresiva, con algo de música guadiana que hilvana de melodía incluso los diálogos. Porque hay páginas mechadas de diálogo, pero un diálogo que funciona como espuma de estrofa, donde importa más la voluta estilística que la información conversacional. Umbral no pone a hablar a las gentes, de cuando en cuando, sino para abrir recursos de escritura no oral, aunque sí bajo los hallazgos de la oralidad. He aquí, en fin, un Umbral auroral, pero de ayer mismo. Su obra última ha resultado ser la primera.
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