DESPUÉS, 'NAIDE'
Un hombre porta un jamón
«Un jamón, me digo, es tan necesario: es un arma cargada de futuro, tanto o más que la poesía según Celay. Está en la cima de todas las pirámides de nuestras necesidades, allá en lo alto, cerca del cielo»
El precavido que hay en ti
Con palas, con comida, con generosidad: la marea imparable de voluntarios que bajó al barro

Por las escaleras mecánicas del centro comercial va un hombre que porta un jamón como una cruz inversa. Lo lleva en una caja aparatosa y tímidamente sonríe y por eso lo miran los niños que se cruzan con él, los envidiosos, y los dependientes ... que se parecen todos Fernández Mañueco. Los moradores de la corriente de la rutina de la ciudad al verlo despiertan de algo y se dicen, reconfortados, que por ahí va un tío con un jamón. Mirándolo como yo lo miro, entienden que si hay un tipo que acaba de comprar un buen jamón es que está todo bien en el mundo.
Un jamón, me digo, es tan necesario: es un arma cargada de futuro, tanto o más que la poesía según Celaya. Emparenta con la bota de vino y con la caña de lomo que también son tangenciales con abundancia. No sé para qué puñetas quiere la gente seis terabytes de espacio en la nube pudiendo tener un jamón. El jamón está en la cima de todas las pirámides de nuestras necesidades, allá en lo alto, cerca del cielo. Pienso en ese hombre que lo posee, acaso llegando a su casa antes de la cena, y enseñando su tesoro por sorpresa - «¡Mirad lo que traigo!»-, y recuerdo a los que no han tenido jamón que son los que no han tenido nada.
Una Nochevieja en que en la mesa no había para cenar, Poli Díaz, harto de su miseria, entró a robar una pata en el Museo del Jamón y cuando salió corriendo con ella, el jamón era de plástico. El jamón es escaso y no siempre se tiene, por eso hay que alegrarse del que lo lleva y pegarle ovaciones por dentro conforme pasa. Decirle: ole. Yo lo defenderé contra los envidiosos, los animalistas, los dietistas, el nutriscore de Garzón y todos sus enemigos que son, desde este momento, también los míos. Quieren terminar con el jamón los mahometanos como es natural, y también los del Pacma, esos bárbaros que confunden a su hijo con su perro y comen hierba prensada.
Desconocen el rito del sacrificio como parte de nuestra naturaleza y no quieren que matemos cerdos, pero sobre todo no quieren que lo pasemos bien.Hasta que se acabe. Porque todo se acaba, también esto, y cantaba la chirigota «que se nos rompió el jamón de tanto usarlo». El oro graso, lo llaman -yo al oro no le veo más interés que el de poder comprarte un jamón-.
Porque hace posible la creencia en lo finito, adopta las formas fugaces de la dicha verdadera, que nunca es continua, muy al contrario, y brilla en fogonazos como este de traer un jamón a casa. Terminará acuchillado con mayor o menor pericia o, a lo peor, abandonado, seco y amarillo, lejano y tétrico como el viejo cadáver que encontraron en el glaciar. Dios no lo quiera.
Maridaje
Emparenta con la bota de vino y con la caña de lomo que también son tangenciales con abundancia
El jamón caducado alude al fracaso de las oportunidades perdidas, de la vida que pasa sin que la vivamos y el abandono del jamón queda debajo del abandono del perro, de la mujer o de la madre. Hay que darle vida, decimos, aunque la vida nos la esté dando él a nosotros. La felicidad es un imperativo y tenemos que poner de nuestra parte, aunque sea torpemente, haciendo trasquilones y lonchas gordas. Hay que comparecer con el cuchillo y cortarlo mal si hace falta porque las otras opciones son mucho peores. ¡Hay que comerlo, hay que comerlo!, nos decimos, y en ese momento, el deber se da la mano con el placer como pocas veces sucede.
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