Este artículo se publicó hace 18 años.
33 bengalíes esperan papeles en un monte
Hay un espejo en medio del bosque y Mamún, que quiere ser peluquero, lo utiliza para entrenarse. Mamún tiene 24 años y lleva dos meses sobreviviendo en un monte a las afueras de Ceuta junto a otros 32 inmigrantes de Bangladesh, uno de los países más pobres del mundo. Huyeron del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes -donde algunos de ellos llevaban dos años- tras la expulsión de casi 40 compatriotas y se niegan a volver. La delegación del Gobierno en Ceuta considera que deben ser expulsados al haber llegado de manera irregular y asegura que no aceptará en ningún caso el reto que le plantean para no abrir la puerta a otros en similar situación.
Sin embargo, altos asesores del ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, aseguraron ayer a representantes del movimiento ciudadano de apoyo a los bengalíes (agrupa a 25 asociaciones aglutinadas por la Red Ferrocarril) que van a repensar la situación. Varios de los inmigrantes que habitan en el monte limbo han pedido asilo político, que, en algunos casos, les ha sido denegado. "Nos dijeron que iban a estudiar el asunto por la vía humanitaria, darle una vuelta jurídica", aseguró a este periódico una persona de la Red Ferrocarril que asistió al encuentro.
Mafias y dinero "suficiente"
¿Qué quieren los inmigrantes? ¿Qué piden? "Queremos trabajar. No quiero un coche grande ni mucho dinero, sólo lo suficiente para mi familia", chapurrea en español Jahid, de 27 años. A su lado está Amir, de 30 años, cuyo periplo ilustra la experiencia de los bengalíes, el viaje que han emprendido desde los campos de arroz de su país hasta la costa ceutí.
Amir vivía en Noakhali, una ciudad de 75.000 habitantes al sur del país, en las bocas del Ganges, y, tras dejar la escuela con 17 años, buscó trabajo. Viajó por su país, fue a la capital, Dakha, trabajó donde pudo y hace dos años decidió arriesgarse, venir a Europa. Cuenta que contactó con las mafias, que le pidieron unos 3.000 euros por traerle a Europa en tres días. El resultado: acabó en Mali, amenazado por las mafias. "Nos daban con palos, nos pegaban para que les diéramos más dinero. Llamé a casa, mi padre me dijo que me enviaba dinero. Vendió el campo. Lo perdió", relata Amir, la fatiga en el rostro.
Logró pasar a Mauritania y luego a Argelia, por el desierto del Sahara y finalmente a Marruecos y Ceuta. El viaje le costó 5.000 euros. A otros les salió por 7.000 y a otros por 6.000, aseguran. "Hemos tenido que caminar cientos de kilómetros con los pies descalzos. Nos hacían permanecer días enteros en el desierto sufriendo altas temperaturas, con un sol y un calor asfixiante durante el día y con un frío intolerable por las noches", escribió Saleh en una carta enviada a la delegación del Gobierno en Ceuta.
Después de eso, lo tienen claro. Para expulsarles, la Policía, que, por ahora, los vigila de lejos, tiene primero que atraparles. "Huiríamos. No volveremos a Bangladesh", asegura con firmeza Amir.
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