Yan Xuetong: «El conflicto central entre China y EE.UU. no es por expansión ideológica sino por superioridad tecnológica»

Yan recibe a ABC en su despacho de la prestigiosa Universidad Tsinghua –alma mater de Xi Jinping y su predecesor Hu Jintao–, donde ostenta el cargo de decano honorario del departamento de Relaciones Internacionales, dispuesto a esclarecer la perspectiva china ante los profundos cambios de los últimos años; «de las últimas semanas», bromea. Hacer oídos sordos a la voz que interpreta sería silenciar el diálogo del mundo en un momento crítico.

—Empecemos por los lugares comunes. ¿Estamos inmersos en la Segunda Guerra Fría?

—No. El concepto de bipolaridad hace referencia a la estructura de poder entre las grandes potencias. El de Guerra Fría, a un orden global. Durante el periodo de Joe Biden la estructura de poder no era diferente a la actual. Entonces, ¿qué está cambiando? El orden global. Hay más caos, más pánico, más ira, más destrucción y más preparación para nuevos conflictos. ¿Cuál era la característica esencial de la Guerra Fría? La expansión ideológica. Las dos superpotencias luchaban entre sí a través de guerras subsidiarias para cambiar regímenes en países extranjeros y expandir sus respectivas ideologías. La guerra de Ucrania no tiene nada que ver con la ideología, la guerra en Gaza tampoco. La característica esencial del orden global es otra.

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—¿Cuál?

—La globalización fue la característica esencial del orden global después de la Guerra Fría. Ahora, ¿cuál es la característica esencial de este nuevo orden global naciente? La contraglobalización. El mercado global unificado comienza a segmentarse. A la vez, empieza a haber menos respeto por los derechos humanos. Los países dejan de cooperar en materia económica y política.

—Con Trump ya no resulta tan evidente pues no es un líder ideológico, pero durante la Administración anterior la relación entre China y Estados Unidos más sus respectivos aliados amagaba con abrir una brecha global entre sistemas democráticos y autoritarios. Parecería justo, por tanto, afirmar que sí hay elementos ideológicos en su rivalidad.

—Su pregunta representa la corriente dominante a la hora de explicar las relaciones entre China y EE.UU. Sin embargo, Trump ha intentado decirles a los europeos: «Estáis equivocados, no compartimos la misma ideología. En mi opinión, no es ya que EE.UU. y la Unión Europea no tengan los mismos valores e ideología, la realidad es que incluso dentro de EE.UU. no hay valores compartidos. Biden y Trump representan dos ideologías: liberalismo y populismo. En Europa también hay estos dos grupos. Ya no hay una ideología común en los países occidentales. Cuando EE.UU. no tiene una ideología nacional, ¿cómo puede decirse que EE.UU. y China tienen una confrontación ideológica? Hay un malentendido respecto al conflicto central entre las grandes potencias: no es por expansión ideológica sino por superioridad tecnológica.

—Una de las expresiones fundamentales de ese nuevo contexto global ha sido el acercamiento de Trump a Vladímir Putin. China parece haber reaccionado de manera positiva.

—La gente quizá esté subestimando la racionalidad de Putin. Primero, no creo que Putin confíe en Trump. Segundo, no creo que sea tan fácil para Trump alcanzar un acuerdo con Putin. Si observa el diálogo entre Wang Yi y Serguéi Lavrov, verá que siguen empleando el mismo tono. «China y Rusia deben continuar su cooperación estratégica, y esa cooperación se basa en intereses compartidos», pero no dicen cuáles son. Bien: el interés compartido es la amenaza de presión por parte de EE.UU. No creo que Putin confíe en que EE.UU. vaya a convertirse en un buen socio para ellos. Mire, Trump ha aumentado los aranceles a Canadá. ¿Puede algún país tener mejor relación con EE.UU. que Canadá? Por eso China no se preocupa de que Trump se acerque más a Putin. He oído a muchas personas en Bruselas y Washington hablar sobre la idea de que Trump intentará usar el modelo de Nixon [ríe] para convertir a Rusia en su aliada contra China. En mi opinión, eso solo es un sueño. Nunca podrá implementarse.

—Hay una diferencia fundamental: Nixon no creó la ruptura sino-soviética. Esta ya existía, y evidenciaba un enfrentamiento ideológico e incluso militar.

—De aquella la Unión Soviética no solo representaba una amenaza exterior, también para la seguridad del Estado, pues podía involucrarse en la política interna del Partido Comunista. Ahora la relación entre China y Rusia es completamente diferente [ríe]. China no representa ninguna amenaza para Rusia y, en cambio, Rusia depende en gran medida de la cooperación económica con China. Mi opinión personal es diferente a la mayoritaria: creo que Trump usa el modelo Nixon como una excusa para reducir la protección militar de Europa.

—Esta semana se ha cumplido el tercer aniversario de la invasión rusa de Ucrania. ¿Cómo se perciben sus repercusiones desde Pekín?

—El conflicto entre Ucrania y Rusia ha causado un gran daño a los intereses nacionales de China. Después de la guerra muchos países europeos decidieron que, por seguridad económica, debían reducir su interdependencia con China. La posición de China es detener el combate y lograr un alto el fuego lo antes posible.

—¿Está China dispuesta a desempeñar un papel activo en el proceso de paz o prefiere mantenerse al margen?

—La cuestión no es si China quiere desempeñar un papel activo, la cuestión es si los países involucrados en el conflicto quieren que China desempeñe un papel activo. Trump no lo quiere, pues desea elevar su gloria y decir que él personalmente detuvo la guerra. Y Europa tampoco. Cuando algunos líderes europeos piden a China que se involucre lo hacen en un sentido muy claro: que presione a Rusia. Desde mi punto de vista, los europeos nunca han pedido a China que juegue un papel realmente activo porque creen que está del lado de Rusia.

—¿Acaso la posición china no está más alineada con los intereses rusos que con los europeos?

—China tiene que considerar cómo mantener el equilibrio, porque Rusia es nuestro vecino, con quien compartimos una frontera muy extensa. Debemos cuidar nuestra relación con Rusia, no podemos convertirla en un enemigo. Algunos países europeos, como Finlandia y Suecia, no les importa convertir a Rusia en su enemigo al unirse a la OTAN, pues obtendrán protección de la Alianza. Pero China debe protegerse por sí misma, no puede depender de nadie. Solo recientemente los países europeos han empezado a darse cuenta de que deben protegerse a sí mismos en lugar de depender de EE.UU. Los europeos no entienden la postura y la mentalidad de China porque nunca han asumido la responsabilidad de su propia seguridad.

—Se han trazado muchos paralelismos entre Ucrania y Taiwán. ¿Cree que la forma en la que se resuelva el conflicto en Ucrania tendrá relevancia para un hipotético conflicto futuro en Taiwán?

—Ucrania y Taiwán son situaciones completamente diferentes. Para China, Taiwán es una cuestión de secesión. En Ucrania hay disputas territoriales, étnicas y nacionales; pero aquí ambos lados son chinos, tanto cultural como nacionalmente, ambos comparten la misma historia: la República de China fue establecida por chinos, y el Kuomintang fue una vez el Gobierno central de toda China. La naturaleza del conflicto es totalmente distinta.

—Ambos conflictos reproducen el patrón de un Estado poderoso que no reconoce la autonomía de un territorio soberano de facto y está dispuesto a recurrir a la fuerza militar para resolver la situación.

—Todo lo que dice es superficial. Lo real aquí es la mentalidad de la Guerra Fría. ¿A qué me refiero? A mirar todo desde la perspectiva de la ideología. De modo que dicen: «China es comunista y Taiwán capitalista, así que son diferentes por su sistema político»; pero no, es por el secesionismo. Pero eso cambiará muy pronto en Europa, porque incluso en EE.UU. el liberalismo ya no es la ideología dominante. En Europa el populismo está ganando impulso y el liberalismo está en declive.

—Usted es el creador del «realismo moral». Sostiene que el auge y caída de las naciones depende de la fortaleza de su liderazgo político, y que este se define por su moralidad. En un mundo que, como acaba de afirmar, sigue influenciado por la mentalidad de la Guerra Fría, ¿cómo puede China ser vista como una potencia moral?

—La moralidad es relativa, no absoluta. Eso significa que la cuestión no es cuán moral es un actor, sino cuál es el nivel moral promedio. Ahora le pregunto: comparando al líder chino, a Putin y a Trump, ¿quién es más moral? Está muy claro.

—Asumo que se refiere a Xi Jinping. Muchas personas no estarían de acuerdo.

—Tal vez antes de Trump había opiniones diferentes, pero creo que cuando llegó al poder hubo un vuelco. El liderazgo chino nunca ha exigido expandir nuestro territorio mediante la fuerza militar, ¿verdad?

—Muchas personas no estarían de acuerdo, por ejemplo, al ver los ejercicios militares en torno a Taiwán.

—Taiwán es nuestro territorio.

—No todo el mundo lo cree.

—Porque no tienen conocimiento de la historia.

—Comparto su argumento de que el segundo mandato de Trump y su comportamiento este último mes ha debilitado la posición moral de EE.UU. Me pregunto si la invasión rusa de Ucrania supuso una oportunidad perdida para que China afianzara la suya.

—La moralidad es juzgada por la mayoría. Hay casi doscientos Estados en el mundo, los europeos representan menos de una quinta parte del total, no pueden usar su opinión como referencia para juzgar a otros. Los europeos tienen un problema: siempre usan su propio estándar como si fuera universal. Europa debería recordar esto: es una minoría.