¿Por qué el presidente Trump se ha rodeado de tantos incompetentes?
Al empoderar a esta banda de incompetentes, el presidente no ha querido formar un gobierno sino celebrar la anti-política con una frikipandi útil solamente para trolear a la democracia americana

Lleva tiempo rondando el llamado «síndrome del impostor»: la experiencia subjetiva de personas que pese a sus méritos y logros dudan de sus capacidades hasta sentirse un fraude profesional. Este miedo a la falta de talento no ha sido nunca un problema para el trumpismo. ... Tal y como ha quedado demostrado con el escándalo «SignalGate». La peor filtración de información clasificada en la historia reciente de EE.UU. ha servido para confirmar hasta qué punto la cúpula de la Administración Trump está formada por unos mangutas incapaces tan siquiera de aparentar que saben lo que están haciendo.
El chapucero equivalente a Nixon compartiendo sus grabaciones de Watergate con Woodward y Bernstein contrasta con el nivel y sofisticación que, con independencia de partidos, ha tenido la política exterior de EE.UU.… hasta ahora. La solvencia intelectual demostrada por George Kennan, Jeane Kirkpatrick, o Henry Kissinger. La capacidad de consejeros de Seguridad Nacional de la talla de Zbigniew Brzezinski, Brent Scowcroft o Condoleezza Rice. O la credibilidad de secretarios de Estado, desde Thomas Jefferson hasta Colin Powell, pasando por George Marshall, Dean Acheson, George Shultz, James Baker o Madeleine Albright.
En contraste con esa prestigiosa tradición, los protagonistas de la segunda parte de Trump son impostores sin ningún síndrome. Cantamañanas tan poco cualificados como para «celebrar» el último ataque militar a Yemen con emojis. Vendepeines que pese a tanta complicidad con Moscú ni se han molestado en memorizar el nombre de las cuatro regiones que Putin quiere robar a Ucrania: Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
Al empoderar a esta banda de incompetentes, Donald Trump no ha querido formar un gobierno sino celebrar la anti-política con una frikipandi útil solamente para trolear a la democracia americana. Mucho más interesado en el postureo autoritario y librar la guerrita cultural que en solucionar problemas de verdad, el narcisista ocupante del Despacho Oval ha exigido para sus recursos humanos la lealtad más acrítica posible y excelencia como lametraserillos. Como mínimo, tragar con todo y repetir a todas horas que el jefe es el puto amo.
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