La matanza de san Valentín del atlantismo

Un nexo que empezó en 1948, cuando Stalin decidió sitiar Berlín Occidental. Y, en lugar de dar la batalla por perdida, Estados Unidos puso en marcha el mayor puente aéreo de la historia para suministrar de todo lo necesario para que sobrevivieran dos millones de civiles durante casi un año. El tráfico en el aeropuerto de Tempelhof llegó a ser tan intenso que, cuando un avión perdía su turno para aterrizar, tenía que volverse a su base de origen y volver a empezar.

Es el mismo compromiso que llevó al presidente John F. Kennedy en junio de 1963, dos años después del comienzo de las obras del muro de Berlín, a hablar del pulso a favor del mundo libre y Occidente, declarándose con orgullo «Ich bin ein Berliner» («Soy un berlinés»). La misma promesa que, 24 años después, hizo que Ronald Reagan exigiera frente a la puerta de Brandemburgo: «Mister Gorbachev, tear down this wall!» («Señor Gorbachov, ¡derribe este muro!».

Con una Casa Blanca en vergonzosa sintonía ideológica con el Kremlin, los Estados Unidos que en su día unieron Europa ahora la dividen. Aunque el gigante americano ya no está en posición de dar lecciones políticas porque se trata de una democracia en caída libre, donde el presidente saliente y el entrante han bailado tanto la sardana del 'lawfare' (guerra judicial) que se han cargado la separación de poderes y el principio de igualdad ante la ley.