De la expulsión de 1492 a la democracia: el rastro del antisemitismo y las complejas relaciones hispano-judías
A pesar de la diáspora sefardí y de la inexistencia en España de una comunidad judía hasta el siglo XIX, los prejuicios antijudíos pervivieron y hubo antisemitismo. La Transición normalizó las relaciones con Israel y promovió el relato de las 'tres culturas'
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Los «jubilados» sefardíes también quieren ser españoles

Si las células se estudian con un microscopio, el pasado también se revela en detalle con una lente de aumento.
Situada en la provincia de Cuenca, la ciudad de Huete fue durante la Edad Media el hogar de una dinámica comunidad judía. La memoria de ... los vecinos de ese credo se puede rastrear con una búsqueda en el Portal de Archivos Españoles (Pares). Hasta finales del siglo XV, los documentos tratan sobre pleitos y cuestiones de distinto tipo; sin embargo, en la década de los 90, el tono cambia de manera repentina. En marzo de 1492, los Reyes Católicos, que unos meses antes habían tomado Granada, firmaron el edicto de expulsión, que obligaba a los judíos a abandonar sus reinos; en mayo de ese año, los papeles se refieran a un «alboroto», una expresión espontánea de desesperación y dolor, causado por los judíos de Huete con motivo de la orden real. Dos años después, se suceden las quejas de los que se han bautizado para no tener que irse y reclaman la devolución de los bienes de sus familiares, malvendidos «por menos de la mitad de su justo precio», según denuncia el converso Juan Ramírez sobre las posesiones de Donza Manrique, Abrahen Manrique y Jaco y Davi de Pareja, su tío, yerno y cuñados, respectivamente.
Muchos casos de este tipo se sucedieron por la Corona de Castilla y la de Aragón en esos meses y años, mientras los expulsados se disgregaban por la diáspora. «A medida que la consolidación del Estado moderno implicó el reconocimiento de una sola fe, se potenció la Inquisición y se persiguió a los que practicaban en secreto el judaísmo y el islam o a las acusadas de brujería, además de a los luteranos», explica el historiador Víctor Ricote, autor de varios libros sobre la provincia de Guadalajara. «En los lugares que eran cabeza de comarca, como Huete, la represión contra los llamados judaizantes fue mayor».
La trascendencia de este episodio histórico -aunque las expulsiones se produjeron en más reinos europeos, en la Península Ibérica provocaron que la comunidad judía fuera casi inexistente hasta el siglo XIX- determinó de forma decisiva el trato de España con el mundo judío y, a partir de su nacimiento en mayo de 1948, con el Estado de Israel. El papel ambivalente del franquismo en la Segunda Guerra Mundial -y, por lo tanto, su ambigua postura frente al genocidio judío, con el debate abierto sobre el oportunismo del régimen y el humanitarismo de algunos de sus funcionarios- complicaron más este intrincado rompecabezas, marcado por el hito de enero de 1986, cuando el Gobierno de Felipe González estableció relaciones diplomáticas con el Estado hebreo.
Nuevas tensiones
Tras una serie de anuncios, se espera que otro líder socialista, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, respaldado por algunos países, reconozca el Estado palestino, un gesto que sin duda tensará las relaciones bilaterales con Israel, siempre marcadas por un legado histórico complejo. En ese sentido, cabe recordar las palabras que el primer embajador de Israel en España, Samuel Hadas, escribió en diciembre de 1992 en la revista 'Política Exterior', quinientos años después del polémico edicto de expulsión: «El proceso diplomático que concluyó con el establecimiento de relaciones diplomáticas entre España e Israel debe ser visto sobre el trasfondo de otro no menos importante: el del reencuentro judío-español».
Ese largo camino de reencuentro empezó a desbrozarse a mediados del siglo XIX, cuando unos atónitos soldados españoles escucharon hablar en ladino a grupos de judíos sefardíes del norte de África. «El Ejército español llegó a Tetuán y se encontró con la comunidad judía, que había sido casi devastada por los marroquíes antes de irse, y se sorprendió de que los judíos hablasen un español casi medieval. Cronistas como Pedro Antonio de Alarcón escribieron sobre esos encuentros, y los sefardíes de Marruecos se convirtieron en interlocutores privilegiados y mediadores de los españoles», explica el investigador Davide Aliberti, autor de 'Sefarad. Una comunidad imaginada (1924-2015)'.
«En la segunda mitad del XIX, inversores y empresarios judíos se empezaron a instalar en España», añade. Por ejemplo, los Rothschild o los Bauer, relacionados con la gestión de los ferrocarriles. De hecho, un tío de Franz Kafka, Alfred Lowy, residió en Madrid a inicios del siglo XX para dedicarse a esos negocios, y su tumba aún se puede visitar en el cementerio de Santa María de Carabanchel.

También fue en esos años cuando la labor de Ángel Pulido dio sus frutos. Médico de formación, la pasión de Pulido por todo lo que rodeaba a los judíos expulsados por los Reyes Católicos empezó en 1893, cuando, durante un viaje por el Danubio, entró por primera vez en contacto con sefardíes, lo que le fascinó y le animó a abanderar su causa. «Gracias a Pulido, Miguel Primo de Rivera firmó en diciembre de 1924 el Real Decreto que reconoció la nacionalidad a algunos judíos sefardíes», cuenta Aliberti.
Ese marco legislativo sirvió para que ciertos diplomáticos españoles, como Ángel Sanz Briz, salvaran vidas judías en la Segunda Guerra Mundial. A pesar de esta labor heroica, el régimen franquista mantuvo una postura calculadamente ambigua respecto a estas cuestiones. Por ejemplo, Aliberti cuenta que se establecieron estrechas relaciones con países árabes, pero también se forjaron vínculos culturales con el mundo judío, como prueba la celebración de la Exposición Bibliográfica Sefardí Mundial (1959) y el Primer Simposio Sefardí (1964).
«El papel de España en el Holocausto es complejo. No entramos en guerra ni hubo ocupación, no hubo deportaciones de población judía ni leyes raciales, aunque sí hubo una política de refugiados muy restrictiva, incluso para sefardíes que poseían la nacionalidad española, lo que tuvo consecuencias fatales», explica el sociólogo Alejandro Baer. «También hubo una propaganda antisemita visceral por parte del régimen de Franco, un aspecto que se conoce poco. La ausencia de una comunidad judía que viviera todo aquello y nuestro modelo de transición (pasar página, mirar hacia adelante) hizo que la mayoría de los españoles no supieran del papel del régimen de Franco durante el Holocausto, su cercanía al Eje, el antisemitismo de aquellos años o su pervivencia en la actualidad», lamenta.
El punto de inflexión se produjo con la muerte de Franco y el inicio de la Transición, pero sobre todo la aprobación en 2015 de la Ley de nacionalidad española para los sefardíes. «La impulsó el Partido Popular y envió un mensaje político: queremos acoger a los sefardíes porque los queremos reintegrar. El problema es que excluyó a otros grupos, como los moriscos, cuyos descendientes también habían pedido una ley parecida», señala Aliberti. «La Ley de 2015 también transmitió que se querían fortalecer los vínculos con Israel. Hoy hay una especie de inversión de los papeles: la izquierda está en contra de Israel, sobre todo tras la guerra de Gaza, y todo se está polarizando. La postura de Pedro Sánchez es política y supone un gesto para satisfacer a todos los grupos que están a la izquierda».
«El 66% de los españoles no cree que negar el Holocausto sea un problema, frente al 38% de media de la UE», recoge el 'Plan nacional para la implementación de la estrategia europea de lucha contra el antisemitismo'
Una mirada crítica
De vuelta a nuestro pequeño laboratorio histórico, los investigadores también han documentado la existencia en Huete de una comunidad musulmana que en 1501 se convirtió al cristianismo. Por tanto, los hechos hacen difícil mantener el discurso de las 'tres culturas', un relato promovido a partir de la Transición para presentar a España como un país tolerante que fue luego trasladado a la esfera del turismo, y que sostiene que cristianos, musulmanes y judíos convivieron en armonía en la Edad Media. «Era una sociedad dividida en castas, que estaban en contacto, pero no se mezclaban. El tema de la convivencia es casi totalmente irreal», apunta Aliberti. «Habría que ver hasta qué punto hay que reestructurar la experiencia turística para transformarla en algo más consciente y crítico», propone.
«Se expulsó a los judíos, pero quedó la cultura antijudía», afirma Baer. «Motivos y estereotipos peyorativos de carácter religioso permanecieron arraigados a través del lenguaje, la literatura, la liturgia católica y las tradiciones populares», señala. «A finales del XIX se incorporaron los motivos del antisemitismo moderno, como las teorías de la conspiración mundial. La pequeña presencia judía que comenzó a haber a finales del siglo XIX no cambió nada. En España se cultivó un antisemitismo sin judíos de forma continuada».
Según datos del 'Plan nacional para la implementación de la estrategia europea de lucha contra el antisemitismo', publicado por el Ministerio de la Presidencia en 2023, «el 66% de los españoles no cree que negar el Holocausto sea un problema, frente al 38% de media de la UE» y «el 68% de los europeos y el 86% de los españoles admite no estar bien informado sobre la historia de los judíos». Las anécdotas pueden ser ilustrativas: por ejemplo, el pueblo burgalés Castrillo Matajudíos cambió en 2015 su nombre por Castrillo Mota de Judíos. Del mismo modo, la investigadora Daniela Natala, en su artículo 'El antisemitismo en el refranero y en el léxico españoles', documentó la pervivencia de términos como 'judiada' (jugar a alguien una mala pasada). Sin duda, los vicios antisemitas no han desaparecido.
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