Dos años de miseria y terror en el Helicoide, la temida cárcel del régimen de Maduro
El norteamericano Joshua Holt cuenta cómo fue su cautiverio en los calabozos donde están los presos políticos en Venezuela. Acaba de demandar a la cúpula chavista por torturas
El exoficial venezolano secuestrado y asesinado en Chile deja un diario sobre las torturas que recibió en Caracas

Hubo un momento en que Joshua Holt se acostumbró a que las cucarachas se le subieran encima y le recorrieran la piel. Había tantas, que no podía espantarlas a todas, a ellas y a las moscas que se le pegaban a la piel ... las 24 horas del día, en una celda del tamaño de una cama de un cuerpo, de las de niño, con luz fluorescente que nunca se apagaba, sin ventilación, con las rejas cubiertas por un plástico negro, de los de la basura. Sentado encima de una especie de esterilla mugrienta, que era donde tenía que dormir, pasaba las horas del día, sin ver la luz del sol, sin respirar aire limpio.
Así era el día a día en su celda del Helicoide, la temida cárcel en Caracas gestionada por el SEBIN, el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional, el espionaje venezolano. No era lo peor que le había pasado. La noche en que fue arrestado, en junio de 2016, Holt fue separado de su familia, a la que le dijeron que solo iba a comisaría. En lugar de eso, los captores le llevaron a un tajo de construcción, le quitaron el teléfono, le llamaron racista, infiltrado, le mandaron que se pusiera de espaldas a una pared, apuntaron, y dispararon.
Holt pensó por una fracción de segundo que lo habían ejecutado de forma sumaria, que aquellos eran los últimos instantes de su vida, pero pronto se dio cuenta de que era un simulacro, una broma macabra, otra forma de tortura. Balas de fogueo. Era un aperitivo de los dos años de calvario que le quedaban en el temido Helicoide, donde están los presos políticos de la dictadura, mezclados con algunos de los delincuentes comunes más temidos de un país sin ley.
Los detalles de su cautiverio, entre junio de 2016 y mayo de 2018, los ofrece ahora Holt porque ha puesto una denuncia en un juzgado de Florida contra la cúpula chavista. Los denuncia a todos por terrorismo, conspiración, difamación, privación de libertad, daños emocionales y hasta por la muerte de su madre, Laurie, que falleció de un infarto en 2019 a los 50 años tras duros meses de sufrimiento viendo a su hijo languidecer en una de las prisiones más duras y crueles del mundo.
«Este es el gringo»
Holt, misionero mormón, natural de Utah, nacido en 1992, quería ser policía. Por medio de Facebook conoció a una ecuatoriana madre de dos hijos, Thamy Caleño, que vivía en Caracas. Hablaron por teléfono, hicieron videollamadas, decidieron verse. En mayo de 2016 se encontraron en la República Dominicana, y él la llevó a una iglesia mormona y le propuso matrimonio. El 11 de junio se casaron en Venezuela. Él se quedó allí, y tras la luna de miel se instalaron en Ciudad Caricia. La idea era tramitar el visado de Thamy para EE.UU. y marcharse todos juntos allí, incluidas las dos hijas anteriores de ella.
El 30 de junio de 2016, pasadas las cinco de la madrugada, Holt se despertó cuando el cañón de un rifle semiautomático AK-47 le tocó el pie. «Abrí los ojos», dice hoy, «y vi el AK-47 apuntándome a la cara». Era un uniformado de la Operación de Liberación y Protección del Pueblo, una suerte de fuerzas policiales mixtas creadas por Maduro, cuyo cometido es tomarse la justicia por su cuenta y reprimir con impunidad, según los ha descrito Human Rights Watch. El agente le hizo a Holt tres o cuatro preguntas y al rato volvió con refuerzos, otros 10 uniformados.
«Este es el gringo», se decían, según recuerda él. «¿Dónde está tu maleta?». Le buscaban específicamente a él, se dio cuenta enseguida. En la operación en Ciudad Caricia murieron siete personas. Era el precio por dar con él. El objetivo final, descubrió días después, era llevárselo detenido y plantarle una granada en la maleta. Le acusaron de terrorista, de ser un infiltrado de la CIA para formar guerrillas golpistas. Tras la farsa de la ejecución simulada le llevaron al Helicoide.
El Helicoide era en los años 50 un centro comercial, y por fuera parece un edificio de apartamentos de la era del desarrollismo español, una mole de cemento y cristal. Dentro, según han contado quienes lo han sobrevivido y han podido salir al extranjero, se cometen las peores atrocidades de la dictadura chavista.
Allí fue interrogado Holt durante largas horas, llenas de violencia y confusión. Amenazaron con matar a su mujer e hijastras si no confesaba pronto. Le chantajearon, le pidieron 10.000 dólares si quería que al menos no hicieran daño a Thamy y sus hijas. Tomarían fotos de las palizas, dijeron, y se las enseñarían para que viera de qué era responsable.
Su mujer también fue detenida. La torturaron: cinco días atada a una silla. Como se resistía, le colocaron los dedos en un sacapuntas. «Podía sentir las cuchillas en la piel, y cómo me iban raspando las uñas», dice ella hoy. La golpearon, la asfixiaron, hasta le practicaron un 'waterboarding' a la venezolana: cabeza cubierta con un periódico, y agua encima.
Mientras los dos eran torturados, Gustavo González, el jefe del SEBIN, salió en televisión a anunciar que Holt había sido detenido porque se le encontró una granada en la maleta, además de un rifle AK-47 en su residencia. «Es un terrorista de la CIA», dijo el jerarca del chavismo. Él lo negaría siempre, aun siendo torturado.
«Tuve bronquitis, sarna, piedras de riñón, hemorroides y la única atención médica que recibí fue la inyección de un analgésico»
Tras el anuncio de su detención, que conmocionó a EE.UU. por ser lo que la Administración Obama condenó como un secuestro ilegal, Holt pasó a régimen de aislamiento el 4 de julio de 2016. Fue encerrado en aquella celda insalubre, en la que pasaba los días en calzones, rodeado de su orín y de sus excrementos. Orinaba en una botella y el resto, lo hacia en unos papeles de periódico. No se los retiraban. Todo se pudría a su alrededor. «El olor era insoportable», dice.
Para no enloquecer, Holt contaba los días. Como no sabía cuándo era de día o de noche, apartó 45 granitos de arroz de una de las raciones putrefactas que le daban una vez al día, e iba quitando uno cada vez que le traían un nuevo plato. Se dijo: «Más de 45 días no aguanto». Perdió 22 kilos. «Tuve bronquitis, sarna, piedras de riñón, hemorroides y la única atención médica que recibí fue una inyección de un analgésico».
Canje de presos
Él y su mujer resistieron. Thamy dice: «Querían que firmara una confesión de que Josh era parte de una trama de espionaje, que llevaba una célula de la CIA para atacar al gobierno de Venezuela, que había matado a gente. Sólo lloré, y me negué».
Trump tenía una política firme de no negociar canje de rehenes. Maduro lo ofreció, en 2020 por medio de intermediarios llegó a poner sobre la mesa todos los estadounidenses presos, a cambio de su testaferro, Alex Saab. El equipo de Trump se negó pero el de Joe Biden, su sucesor, aceptó. En unos pocos años liberó a los sobrinos de Cilia Flores, mujer de Maduro, condenados por narcotráfico, y a Alex Saab, considerado el enlace de Maduro con Irán y Turquía, que fue extraditado desde Cabo Verde. Eso fue en 2023, y para entonces la suerte de Holt ya había cambiado.
Tras seis semanas de aislamiento Holt pasó a un régimen convencional, compartió celda con tres delincuentes comunes, entre ellos El Donut, un hampón callejero del que se hizo amigo. Había un trato más duro con él. A los demás, por ejemplo, les dejaban salir al patio, pero a Holt no. Él se quejaba, hablaba de sus derechos como prisionero. Los guardas se reían: «En Venezuela tú no tienes derechos». Ya al final, tras casi dos años, comenzó a perder la esperanza. «No veía la luz al final de este túnel». Pensó en matarse. Solo su fe se lo impidió.
Maduro se reeligió en el cargo en mayo de 2018, en unas elecciones condenadas por la comunidad internacional por fraudulentas. Aquel mismo mes hubo un motín en el Helicoide. Holt temía por su vida, otros presos querían secuestrarlo para entregarlo a cambio de su propia libertad. Él se atrincheró en una celda y grabó un vídeo con un móvil, que hizo llegar a la agencia AP: «Necesito ayuda, me quieren matar, quieren que sea su garante». El vídeo se viralizó, EE.UU. hizo saber a Caracas que estaba perdiendo la paciencia, que pagaría muy caro. Maduro mandó un mensaje a un senador norteamericano, Bob Corker, republicano de Tennessee: si venía a Caracas podría, tal vez, volverse con el matrimonio Holt. La concesión sería la visita de Corker, nada más.
El senador se vio con el dictador. Le dijo que podía llevarse a Holt, la mujer y la hija mayor. Los acompañó el jefe del SEBIN en persona, que los había acusado de terroristas y ahora los despedía con afecto y hasta diciendo que sentía todo lo ocurrido.
Era 26 de mayo. El avión partió, pero pronto tuvo que dar media vuelta. Holt recuerda que le invadió la angustia. Pensaba que Maduro había cambiado de parecer. Al final fue un problema técnico. Aquella noche estaban en suelo estadounidense.
El trauma nunca se le ha curado, más tras la muerte de su madre, tan rápida. Ahora pide un juicio con jurado contra Maduro; el ministro de Defensa, Vladimir Padrino; el presidente del Supremo, Maikel Moreno; el testaferro Alex Saab y otros. La demanda fue interpuesta el 22 de junio y aun debe ser admitida.
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