Tigray, la tierra etíope del Arca de la Alianza tomada por la violencia
Las organizaciones humanitarias han denunciado matanzas de civiles y se teme que pueda producirse una limpieza étnica en esa provincia del norte de Etiopía, cuyo primer ministro, Ahmed Abiy, ordenó una ofensiva que dura ya cinco meses

Atravesada por montañas coronadas con monasterios, la provincia de Tigray, en el norte de Etiopía , es uno de los lugares más sagrados del mundo. Según una antigua tradición, en una de sus ciudades, Axum, descansa el Arca de Alianza, uno de los objetos ... más importantes para el cristianismo, por guardar en su interior las Tablas de la Ley que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí. Custodiada en el Templo de Jerusalén, la leyenda etíope dice que el primero de los emperadores abisinios, el mítico Menelik I, hijo de la Reina de Saba y del Rey Salomón, decidió trasladarla a la tierra de su madre, hoy arrasada por una violencia que ha encendido las alarmas de la comunidad internacional.
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Desde el pasado noviembre, Tigray, donde se esconderían las Tablas en las que está grabado el mandamiento de ‘No matarás’, es golpeado por un conflicto marcado por las sospechas de genocidio, la violencia sexual y el riesgo de hambruna. «Tigray es una de las regiones más independentistas de Etiopía», explica Andreu Martínez d’Alòs-Moner (Barcelona, 1972), investigador posdoctoral del Instituto de Ciencias del Patrimonio del CSIC y especialista en el país africano. «Es el corazón de lo que fue el Reino de Aksum, la Iglesia etíope se fundó allí. Son guerreros indomables», añade el experto.

Si se establece de manera inmediata, el origen de las hostilidades en Tigray se debe fechar en el pasado 4 de noviembre, cuando el primer ministro etíope, Abiy Ahmed (Beshasha, 1976), ordenó el comienzo de una ofensiva militar contra la región. Para Ahmed, el paradójico ganador del Nobel de la Paz en 2019, los trigrinos se habían declarado en rebeldía, pues habían celebrado elecciones en septiembre, a pesar de que Adís Abeba había ordenado posponer todos los comicios por la pandemia de coronavirus. Desde ese día, el Ejército etíope, acompañado por el Ejército de Eritrea -un país independizado de Etiopía en mayo de 1993, tras casi tres décadas de guerra-, entró a sangre y fuego en la provincia, donde las organizaciones humanitarias empezaron a denunciar matanzas de civiles .
A finales de febrero, Amnistía Internacional (AI) publicó que 240 personas habían sido asesinadas en Axum entre el 28 y el 29 de noviembre, en una matanza presuntamente cometida por tropas eritreas y que podría suponer un crimen de lesa humanidad. «Todo lo que se podía ver en las calles eran cadáveres y gente llorando», relató un testigo a la organización. Por las mismas fechas, el diario estadounidense ‘The New York Times’ reveló que había tenido acceso a un informe interno del Gobierno de Estados Unidos, donde se exponía el temor a que se estuviera llevando a cabo una limpieza étnica en Tigray. «Pueblos enteros han sido severamente dañados o completamente destruidos», se podía leer en el documento.
Reaccionando a las acusaciones, la Unión Europea (UE) exigió a Eritrea que saliera de la zona el pasado lunes, cuando el Alto Representante de Asuntos Exteriores, Josep Borrell , condenó su implicación en el conflicto. Dos días antes, el país africano, uno de los más opacos del mundo y gobernado por el dictador Isaías Afwerki (Asmara, 1946), había enviado una carta al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU), expresando su compromiso a replegar sus tropas. Sin duda, una decisión motivada ante la presión creciente por las denuncias de matanzas, a las que se habían sumado las provocadas por la violencia sexual.
La semana pasada, el secretario general de asuntos humanitarios de la ONU, Mark Lowcock , explicó ante el Consejo de Seguridad que las agresiones sexuales -se han contabilizado 829 casos de violación en cinco hospitales de Tigray desde el inicio de la ofensiva, según datos de Reuters- se estaba utilizando como un arma de guerra, agravando los padecimientos de una población agotada, que cada vez se enfrenta a más dificultades para conseguir el acceso a alimentos y ayuda de primera necesidad.
Urgencia humanitaria
«Hay que enviar un mensaje: la situación no ha mejorado. No es real que el conflicto haya terminado. Hay necesidades urgentes que hay que responder ya», pide Mari Carmen Viñoles (Valencia, 1974), responsable de emergencias de Médicos Sin Fronteras (MSF), que pasó tres semanas en Tigray durante el mes de marzo. A principios de abril, Abiy anunció que las tropas se retiraban de la provincia, pero lo cierto es que los combates y la violencia continúan. «Por desgracia, no hay signos de mejora en el conflicto. En zonas del centro y del Este sigue activo, y la población está en medio y tiene que esconderse en las montañas, buscando refugio», añade la trabajadora humanitaria.
Desde el inicio de las hostilidades en Tigray, se calcula que los combates han provocado unos dos millones de desplazados . Además, alrededor de 60.000 tigrinos se han refugiado en campos del vecino Sudán, al borde del desierto, según datos de la ONU en enero. «Cuando llegamos, nos encontramos con una situación de colapso del sistema de salud -recuerda Viñoles-. Con hospitales en los que el personal había huido despavorido, donde se habían destruido las instalaciones y había escasez de equipamiento y medicamentos por el saqueo que había tenido lugar».
Sin recursos y apenas esperanza, la provincia etíope se ha convertido en uno de los lugares más peligrosos del mundo . Con la red sanitaria hecha jirones, los afectados por enfermedades crónicas, como asmáticos, diabéticos o hipertensos, ven comprometida su salud, ya que no pueden acceder a la medicación imprescindible para continuar viviendo. Lo mismo les ocurre a las embarazadas, para las que una complicación en el parto o una cesárea, en esas condiciones, puede suponer la muerte. Por si fuera poco, Viñoles también teme la aparición de «brotes de sarampión y cólera, si no empezamos a vacunar pronto», y advierte sobre la pesadilla de la hambruna, un mal que ya ha azotado a esa tierra -el célebre concierto del ‘Live Aid’ de 1985 recaudó fondos para paliar la que el país estaba sufriendo ese año- y que todavía hay tiempo de evitar.
«Se dan todos los elementos para el desastre », resume Viñoles, animando a que se tomen medidas con urgencia. «La distribución de comida tiene que aumentar de manera rápida. En 2020, las plagas de langostas destruyeron cultivos, por lo que había menos comida disponible para recolectar. Dentro de un mes, empieza la temporada de siembra, que este año no va a ser posible. Además, Tigray ya era una región donde un millón de personas recibían asistencia humanitaria del Gobierno desde antes el conflicto», detalla.
Las raíces de la guerra
Para comprender las causas de la guerra de Tigray, hay que echar la vista atrás, buscando más allá del pasado otoño. Como ocurrió en otros países africanos, el siglo XX fue convulso en Etiopía. En noviembre de 1930, uno de sus protagonistas, el emperador Haile Selassie I (Ejersa Goro, 1892 - Adís Abeba, 1975), fue coronado, en una ceremonia fastuosa con dignatarios de todoel mundo. Cinco años después, el Ejército de la Italia fascista atacó el territorio y lo ocupó por las armas, con combates que se prolongaron entre octubre de 1935 y mayo de 1936.
La vergüenza por ese episodio ha acompañado a Italia durante todos estos años. Hace unos meses, la estatua de Indro Montanelli (1909-2001) fue vandalizada en Milán, como castigo a uno de los episodios más oscuros de su vida. Durante la campaña de Etiopía, el periodista se casó con una niña de doce años, unos hechos que admitió en 1969 sin ningún pudor ni muestra alguna de arrepentimiento. Su caso de abuso sirve para recordar el racismo del tiempo de Mussolini.
De tirano en tirano
Tras años de tropelías, los ocupantes italianos fueron expulsados de Etiopía a lo largo de 1941. Con apoyo de los británicos, Haile Selassie I logró recuperar el trono, ganando el favor de la comunidad internacional por la resistencia antifascista de la que había hecho gala durante la Segunda Guerra Mundial. Lo cierto es que la buena fama le duró apenas tres décadas.
En su país, Haile Selassie I gobernaba como un monarca absoluto, despótico y extravagante. Con su libro ‘El Emperador’ (1978), el reportero polaco Ryszard Kapuscinski (1932-2007) retrató al último ‘Negus’ y su corte en los momentos previos a la revolución que lo derrocó en 1974. Sin obviar su inteligencia y alabando su excelente memoria, Kapuscinski lo describe como un soberano alejado de las penurias de sus súbditos y dedicado a las conjuras de palacio, que recibía «a cada ministro por separado, porque así cada dignatario tenía más libertad para denunciar a sus colegas» y que solo promocionaba a los hombres que le demostraban lealtad, aunque su valía fuera cuestionable o inexistente.
Después del hundimiento del imperio etíope, el Consejo Administrativo Militar Provisional o Derg se hizo con las riendas de Etiopía. En diciembre de 1974, decretó la llegada del socialismo al país, poniendo los cimientos rojos de su futuro con una campaña de nacionalizaciones. A partir de febrero de 1977, el militar Mengistu Haile Mariam (Wolaita, 1937), un pupilo y buen amigo de los Castro, se convirtió en el líder indiscutible de la dictadura, donde abundaron las violaciones de derechos humanos y los casos de abuso contra la población. En su libro ‘The State of Africa’ (Simon & Schuster, 2005), el historiador Martin Meredith es implacable cuando describe a Mengistu, utilizando calificativos como despiadado, astuto, duro y reservado, y afirmando que se trataba de un hombre devorado por el resentimiento de clase.
Durante la primavera de 1991, el sistema socialista de Mengistu se vino abajo, dando paso a la construcción de Etiopía como una república federal, establecida con la Constitución de 1994, y gobernada por un partido único, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), integrado por formaciones políticas con base regional y étnica: una oromo, otra amara, otra vinculada a los pueblos del sur y la última, a los tigrinos.
«El FDRPE estaba dominado por el partido de Tigray», concreta Éloi Ficquet, especialista en Etiopía de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Como explica el historiador, ese sistema duró de 1991 a 2018, con tigrinos como el ex primer ministro etíope Meles Zenawi (Adua, 1955 - Bruselas, 2012) o Hailemariam Desalegn (Boloso Sore, 1965) como rostros más visibles del régimen. Tras una larga oleada de protestas, esa hegemonía se fue al traste, pues se produjo «una transición interna en el seno del partido, y el grupo oromo tomó el poder». En ese momento, Abiy Ahmed, miembro de esa última etnia -la mayoritaria, a la que pertenece el 34,9 por ciento de los etíopes-, se convirtió en el nuevo primer ministro.
Aunque coparon los puestos de mando, los tigrinos solo suponen el 7,3 por ciento de la población, un peso minoritario que siempre fue una fuente de malestar para las demás etnias. «El conflicto de Tigray es triple», puntualiza Martínez, que vivió en Gondar, en la provincia de Amhara, seis años. «Por un lado, hay una guerra del Estado federal contra el estado autónomo de Tigray; por otro, un conflicto entre la etnia tigray y los amaras, y, por último, otro con Eritrea, donde la mitad de la población es de origen tigrino. Están rodeados de enemigos», resume.
Hábiles gestores, los políticos de Tigray no se ganaron el aprecio de sus vecinos. Como señala un artículo del británico Institute of Development Studies de 2012, el país vivió un esplendor económico sin precedentes bajo la administración de Zenawi, con un crecimiento de su PIB anual de alrededor del 10 por ciento entre 2006 y 2011, según datos oficiales del Gobierno de Adís Abeba. De 2000 a 2005, la tasa de pobreza se redujo del 55 al 39 por ciento, pero esas cifras, que podrían haber actuado como un escudo, no han frenado la guerra que hoy arrasa Tigray. «Los tigrinos -concluye Martínez- le dieron pan a los etíopes, pero no amor , y no les llegaron al corazón. Emprendieron una gran política de desarrollo, pero despertaron suspicacias entre la población».
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