La población del lince ibérico da su mínimo histórico con menos de cien ejemplares
El oso pardo del Cantábrico empieza lentamente a salir de la crisis, aunque eso no significa que no esté amenazado de extinción, sobre su población oriental
MADRID. Son los dos mamíferos más emblemáticos y también más amenazados de nuestro país. Hablamos del oso pardo del Cantábrico y del lince ibérico. Pero mientras el primero empieza a dar señales de recuperación, el segundo se acerca cada día más a un final agónico. El biólogo Miguel Delibes de Castro dijo hace poco más de año y medio a este periódico que el lince era ya técnicamente un muerto viviente, y los últimos datos parecen confirmar estos malos augurios. La revisión en profundidad del censo diagnóstico del año 2002 con cámaras y el análisis de ADN de excrementos ha revelado que la población del lince ibérico no llega a los cien ejemplares, si excluimos a los cachorros del año.
Este nuevo estudio sirve también para confirmar que sólo existen dos núcleos reproductores, en Sierra Morena, en la zona de Andújar-Cardeña (Jaén y Córdoba), y en la comarca de Doñana, aunque no se descarta que puedan quedar algunos ejemplares sueltos en algunas de sus áreas de presencia histórica -hay algunas pistas en la sierra de Candelario (Salamanca) y en la sierra de Alcaraz (Albacete), pero están pendientes de confirmación-, pero nunca poblaciones estables reproductoras, según explica Nicolás Guzmán, coordinador de la Estrategia para la Conservación del lince ibérico. Y esto es lo más importante porque, como explica Guzmán, el número de individuos es fundamental, pero lo es más el número de territorios con hembras reproductoras.
Reproducción variable
Así, en el núcleo de Andújar-Cardeña hay 20-22 territorios con hembras reproductoras, mientras que en Doñana sólo son entre 6 y 8, si bien el número de hembras que se reproduce anualmente «fluctúa mucho» de un año a otro. Así, en 2002 el número de hembras reproductoras fue de 21-22 con 36-42 cachorros; en 2003, de las 11-12 hembras que se reprodujeron salieron adelante entre 18 y 21 cachorros, mientras que el año pasado las cifras fueron de 17-21 hembras para 31-39 cachorros.
Si en 2002 se consideraba la existencia de una población en torno a los 160 linces, para 2004 la población de linces no supera los cien ejemplares: 60-70 linces en Andújar-Cardeña y 20-25 en Doñana. Unos números que reflejan que la población de Sierra Morena oriental «se mantiene estable desde hace cuatro o cinco años», dice Guzmán, y «tiene más futuro», pero que demuestran que en Doñana la población se va reduciendo, debido sobre todo a la fragmentación del territorio que impide una verdadera conectividad entre las poblaciones.
Las principales causas de esta regresión habría que buscarlas en la reducción del número de su presa favorita, el conejo -del que tiene «una dependencia excesiva», explica Guzmán-, debido a la mixomatosis y la neumonía vírica; la masificación del trampeo (lazos y jaulas-trampa) para proteger los cotos de caza, y la acción de los vevenos.
A esto se ha unido en los últimos años el problema de los atropellos, sobre todo en la comarca de Doñana, que dan un tinte dramático a las muertes de lince que se han podido documentar. Así, durante el periodo 2000-2003 se detectaron 24 muertes, 16 en Doñana y 8 en Andújar-Cardeña. El 79,2 por ciento de estas muertes se debió a causas directamente relacionadas con el hombre, y sólo un 20,8 por ciento se ha podido asignar a causas inequívocamente naturales. Lo cierto es que los atropellos han sido la causa de 13 de las 24 muertes, pero en Doñana la tasa es de 10 atropellos de 16 linces muertos. Por tanto, es vital atajar la mortalidad no natural de estos animales.
De estas medidas se hablará en la próxima reunión del grupo de trabajo del lince ibérico de la Comisión Nacional de Protección de la Naturaleza que tendrá lugar esta semana. Y es que atajar los problemas con los que el lince se encuentra en su hábitat natural es fundamental para el buen término de las dos únicas posibilidades que quedan para salvarlo: conseguir conservar y ampliar las dos poblaciones reproductoras que quedan, y preservar y adecuar sus áreas de morada, garantizando una superficie y alimento suficiente, para «poder soltar con garantías» a los linces que se espera puedan nacer del plan de cría en cautividad.
Cría en cautividad
Durante el año 2004 se aceleró la incorporación de ejemplares a este programa, y en la actualidad hay trece linces en cautividad, ocho hembras y cinco machos, repartidos entre los centros de El Acebuche (Doñana), Los Villares (Córdoba), el zoo de Jerez y en Quiebrajano (Jaén). Entre estos animales, las mayores esperanzas están puestas en el macho Garfio y la hembra Esperanza, que son los que presentan mejores condiciones para procrear la próxima primavera. Si las previsiones se cumplen, Guzmán confía en que dentro de ocho o diez años haya linces para empezar a hacer reintroducciones.
La amenaza de la extinción
Mientras esto ocurre en el sur de la Península, en el norte, en la Cordillera Cantábrica, el oso pardo empieza lentamente a salir de la crisis, aunque eso no significa que no esté amenazado de extinción, dice Guillermo Palomero, coordinador de la estrategia para la conservación de esta especie en nuestro país. Y es que a nivel mundial se asocia la viabilidad de una población de osos a cifras de varios cientos de ejemplares y los últimos datos de población en la Cordillera Cantábrica están en torno a los cien ejemplares fragmentados en dos poblaciones: la occidental, que se extiende por Asturias, Castilla y León y Galicia, desde los Ancares de Lugo, por el oeste, hasta el Puerto de Pajares, por el este, y la oriental, que va desde Campoo de Suso (Cantabria), al este, hasta el Puerto de Vegarada (Asturias), al oeste.
No obstante, la tendencia es ascendente, pues hace año y medio la población se estimaba en menos de 90 ejemplares, 60 en la población occidental y 23-25 en la oriental. Ahora, explica Palomero, en la población occidental es donde hay «una fase de recuperación clara» con más de 80 ejemplares gracias a que la reproducción en los últimos seis años ha sido muy buena, localizándose anualmente hasta ocho osas con crías. No obstante, advierte, este avance hay que considerarlo «lento y tenue». En la población oriental «se está saliendo del bache», con unos 25 osos, pero sólo en el sentido de que «se ha detenido la regresión». Y es que en esta población los datos de reproducción son más escasos y anualmente sólo se localizan entre una y tres osas acompañadas de crías. Pero el mayor problema de este núcleo es, sin duda, la escasa variabilidad genética, el grado más bajo junto a las poblaciones autóctonas de osos de los Pirineos. Estos problemas de consanguinidad y baja productividad le llevan a «una situación de grave riesgo», advierte Palomero, toda vez que un número tan escaso constituye por sí mismo un peligro para la especie, pues hace que la extinción pueda producirse por azar.
Por tanto, la prioridad debe ser la puesta en marcha de medidas para conectar las dos poblaciones cantábricas. Para ello Palomero espera que este año las Comunidades Autónomas con poblaciones de oso pardo terminen de revisar sus planes de recuperación para proceder a la revisión también de la estrategia de conservación. Mientras tanto, habrá que seguir luchando contra el furtivismo, en forma de trampeo ilegal, que impide la recuperación de la especie.
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