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El PSOE que llamó a la violencia en las calles para implantar una dictadura: «Estamos en guerra»

Hace dos años, Pedro Sánchez reivindicó la figura de Largo Caballero, presidente de su partido durante la Segunda República, que criticaba el sistema democrático y ansiaba imponer un régimen totalitario como el de la URSS

Sánchez lamenta que retiren el nombre de Largo Caballero del callejero de Madrid

Largo Caballero, en uno de sus mítines en 1934 ABC
Israel Viana

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Hace dos años, durante su discurso de clausura en el 43º Congreso Confederal de la UGT, Pedro Sánchez reivindicaba la figura más antidemocrática, violenta y controvertida de los más de 150 años de vida de su partido: «Me gustaría empezar por recordar a una persona fundamental en la historia del PSOE y la Unión General de Trabajadores que ha sido mancillada en los últimos meses por grupos políticos y, también, por gobiernos municipales: Francisco Largo Caballero», comentaba el presidente del Gobierno. «Fue un sindicalista y un político consecuente con sus actos. Actuó como hoy queremos actuar nosotros», añadía.

¿A qué se refería exactamente Sánchez con sus palabras? ¿Cómo se debe entender semejante declaración de intenciones dos años después, a la vista de las protestas frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz que el presidente tanto ha criticado? Hace tres semanas, en un mensaje publicado en su cuenta de Twitter, comentó: «Todo mi cariño y mi apoyo a la militancia socialista que está sufriendo el acoso de los reaccionarios a las casas del pueblo [...]. Atacar las sedes del PSOE es atacar a la democracia y a todos los que creen en ella. Pero más de 140 años de historia nos recuerdan que nunca nadie será capaz de amedrentar al PSOE».

En solo dos años, Sánchez pasó de reivindicar a una figura como Largo Caballero a criticar las manifestaciones multitudinarias contra la sede del PSOE por su acuerdo con los políticos independentistas en el exilio, a los que ha prometido conceder la amnistía. Un Largo Caballero que, como ministro de Trabajo entre 1931 y 1932 y representante de la corriente más radical dentro del socialismo, llamó a la revolución en no pocas ocasiones y a la violencia más explícita contra el Gobierno de la República y sus instituciones, con el objetivo de establecer una dictadura parecida a la que Lenin había implantado en la URSS.

Para Largo Caballero –que se había mostrado partidario de colaborar con la dictadura de Primo de Rivera en los años anteriores para que esta no ilegalizara su partido–, la democracia era lo que el historiador Santos Juliá definió como la «estación de tránsito hacia el socialismo». Es decir, que su ideología estaba por encima del mismo régimen democrático de la República y este no era más que el medio necesario para lograr su ideal socialista, usando la violencia si era necesario. Así lo expresó en multitud de ocasiones a la prensa.

Legalmente... o no

Según publicó 'El Socialista' el 21 de abril de 1934, durante un incendiario discurso en el V Congreso ordinario de la Federación de Juventudes Socialistas´celebrado en el salón de fiestas del Metropolitano de Madrid, comentó: «Yo, que mantengo el criterio de que hay que apoderarse del poder político revolucionariamente, y que es tonto hacerse la ilusión de que vamos a poder adueñarnos de él de otra forma, tengo que manifestar que la revolución no se hace con gritos de viva el socialismo, viva el comunismo y viva el anarquismo. Se hace violentamente, luchando en la calle con el enemigo [...]. Se nos dice que esto es predicar la violencia, que esto es salirse de la República. Yo digo que no es que nos vayamos, sino que se nos echa de la República».

Unos meses antes, en otro discurso para jóvenes militantes pronunciado el 12 de agosto de 1933 en la Escuela Socialista de Verano, insistía en sus ideas antidemocráticas: «Realizar la obra socialista dentro de una democracia burguesa es imposible [...]. Vamos a suponer que llega el momento de intentar la instauración de nuestro régimen. No solo fuera de nuestras filas, sino en ellas mismas, hay quien teme que fuera preciso implantar una dictadura. Si esto ocurre, ¿cuál sería nuestra situación? Porque nosotros no podemos renunciar ni podemos realizar acto alguno que tienda a impedir el logro de esta aspiración».

Cuando pronunció este último discurso, Largo Caballero todavía era ministro de Trabajo, aunque le faltaba un mes para abandonar su cargo, y presidente del PSOE, que continuó siéndolo hasta 1935. Sin embargo, ya mucho antes defendía la prioridad de construir un Estado socialista en España, aunque este tuviera que desarrollarse en contextos no democráticos. Eso era secundario, lo importante era imponer su régimen. Esta cuestión fue la que produjo la división más profunda dentro de la formación durante la Segunda República. «En la base del conflicto entre los socialistas se encontraba la caracterización de la democracia republicana», aseguran Sergio Valero y Aurelio Martí, profesores de la Universidad de Valencia, en su artículo 'División socialista e identidad nacional en el PSOE de la Segunda República'.

La URSS española

En este sentido, Largo Caballero proyectó lo que sería la versión española de la URSS, que él mismo bautizó como la Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas (o Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas, según la fuente consultada). Así lo expresó, sobre todo, después de que el PSOE perdiera el poder en septiembre de 1933, en favor de la coalición formada entre los radicales de Alejandro Lerroux y la CEDA de José María Gil-Robles, por la que él perdió precisamente su cartera ministerial.

Antes de que se produjera esta derrota, Largo Caballero ya defendía abiertamente la «dictadura socialista». el 23 de julio de 1933, durante un mitin en el cine Pardiñas de Madrid, comentó: «No es que queramos implantar la dictadura nuestra caprichosamente, sino que si hay quien tiene el mal pensamiento de intentar implantar en España una dictadura o el fascismo, y entre la dictadura burguesa o el fascismo, nosotros preferimos la dictadura socialista […]. Que conste bien: el PSOE va a la conquista del poder, legalmente, si se puede. Nosotros deseamos que pueda ser legalmente, con arreglo a la Constitución, pero si no, como podamos».

Y después, a finales de septiembre de ese mismo año, una vez ya fuera del Ministerio, defendió la violencia para derribar la «democracia burguesa» durante una entrevista para el semanario 'Renovación': «¿Llegar al socialismo dentro de la democracia burguesa? ¡Eso es imposible! [...]. El capitalismo acudirá a la violencia máxima para intentar mantener sus posiciones, y el socialismo tendrá que llegar también a la violencia máxima para desplazarlo. Yo no sé cómo hay quien tiene tanto horror a la dictadura del proletariado, a una posible violencia obrera. ¿No es mil veces preferible la violencia obrera al fascismo? En un último extremo, ¿no es la democracia burguesa un sistema de opresión y de violencia?».

«El segundo Lenin»

En 1935 todavía insistía en la insurrección armada para tomar el poder en España y declarar los soviets siguiendo el modelo impuesto por Lenin. Una época en la que Stalin ya se había convertido en un dictador de facto. Así lo confesó durante una entrevista con Edward Knoblaugh, periodista de Associated Press, desde la Cárcel Modelo de Madrid, donde permanecía preso como cabecilla de la Revolución de 1934: «Todo el orden existente va a transformarse [...] Dentro de cinco años, la República estará de tal forma organizada que a mi partido le resultará fácil utilizarla como escalón para conseguir nuestro objetivo. Nuestra meta es una Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas. La Península Ibérica volverá a ser un gran país. Portugal se incorporará a nosotros, confiamos que pacíficamente, pero utilizaremos la fuerza si es necesario. ¡Detrás de estas rejas tiene usted al futuro amo de España! Lenin ha declarado que España sería la segunda República Soviética de Europa, y su profecía será una realidad. Yo seré el segundo Lenin que lo hará realidad».

Lo cierto es que había otro sector del socialismo, encabezado por Indalecio Prieto, que era partidario de respetar el régimen republicano y no quebrantar sus reglas, pero lo cierto es que la postura más violencia y radical de Largo Caballero tuvo más apoyo del imaginado. Esto se debía a que, en realidad, las dos facciones socialistas tenían muchos puntos en común, como la nacionalización de la tierra, la prohibición de las órdenes religiosas y la disolución de la Guardia Civil, entre otras medidas. Todo ello mientras permanecía vigente la idea de implantar una dictadura socialistas al estilo de la URSS.

En el II Congreso de la Federación Comunista Catalano-Balear, celebrado en 1932, Joaquín Maurín (dirigente de la CNT y del POUM) y Jordi Arquer (fundador del Bloque Obrero y Campesino) convirtieron este objetivo en la tesis de su organización. Querían emular a toda costa lo que los bolcheviques habían hecho al sustituir el viejo imperio zarista por la Unión Soviética. Un artículo publicado en 1934 en el diario 'El Siglo Futuro' se titulaba directamente 'La segunda URSS' en referencia a España. No parecían tener en cuenta que, en esa época, Stalin ya había provocado la muerte de más de siete millones de inocentes en Ucrania durante el 'Holodomor'.

La represión

Es casi imposible que Largo Caballero no estuviera al corriente de esas atrocidades, pues no solo mantuvo correspondencia con Stalin, sino que incluso ABC ya había publicado, en 1933, una carta de la hija de Tolstoi en la que denunciaba la situación: «Desde hace quince años, el pueblo ruso padece esclavitud, hambre y frío. El Gobierno bolchevique le sigue oprimiendo y le arrebata su trigo, que envía al extranjero porque necesita dinero. [...]. Y si los campesinos protestan y ocultan el trigo para sus familias hambrientas, se les fusila».

Durante años, Largo Caballero siguió cargando contra los socialistas que hablaban «en contra de todas las dictaduras», llegando incluso a amenazar con una guerra civil. «Vamos legalmente hacia la evolución de la sociedad, pero si no queréis, haremos la revolución violentamente […]. Los enemigos dirán que esto es excitar la guerra civil. Pongámonos en la realidad: hay una guerra civil. ¿Qué es si no la lucha que se desarrolla todos los días entre patronos y obreros? Estamos en plena guerra civil. No nos ceguemos, camaradas. Lo que pasa es que esta guerra no ha tomado aún los caracteres cruentos que, por fortuna o desgracia, tendrá inexorablemente que tomar», declaró el el 8 de noviembre de 1933, once días antes de las elecciones generales que dieron la victoria al centro-derecha.

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