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Contra los mitos de la Segunda República: el debate «sesgado» por la izquierda y la derecha desde la Guerra Civil

En su nuevo ensayo, Alejandro Nieto huye de las habituales versiones «sesgadas» de la izquierda y la derecha para diseccionar el polémico régimen, convencido de que «ni una ni otra son plausibles hoy»

Israel Viana

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Decenas de partidos políticos, sindicatos que actuaban como organizaciones paramilitares, un Ejército con ansias de poder, revueltas obreras, huelgas generales, violencia callejera por doquier, atentados, golpes de Estado, broncas parlamentarias, alianzas electorales inestables, una docena de presidentes del Gobierno… Conocemos al detalle todo lo que ocurrió en la Segunda República, pues ha sido reconstruida de manera minuciosa en infinidad de libros desde todos los ángulos posibles, pero… ¿de qué manera se ha contado?

Alejandro Nieto (Valladolid, 1930) asegura que los historiadores y analistas que se han ocupado de este periodo, desde 1939, lo han hecho, salvo contadas excepciones, de manera sesgada. El ex presidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) habla, incluso, de una versión «caricaturesca, bien sea esta la idealizada encarnación de todas las virtudes, cuyo éxito fue bruscamente truncado por unos malvados generales fascistas, o bien la infernal, compendio de todas las maldades y rectificada en el último momento por unos militares que salvaron la patria».

Pero Nieto zanja enseguida: «Ni una ni otra son plausibles hoy». Esa es la razón de que haya publicado 'Entre la Segunda y la Tercera República' (Comares), un ensayo concienzudo que, según su autor, llega a las librerías con la urgencia de la reciente aprobación de la Ley de Memoria Democrática –cargada de «un evidente sectarismo ideológico»– y con la idea de anticiparse a un posible referéndum sobre monarquía o república. Una cuestión capital a la que los ciudadanos «podrían responder de acuerdo a los sentimientos que tengan en ese momento, sin información ni reflexión alguna».

«Eso es lo que quiere evitar el presente ensayo. Aquí no se hace ni apología ni crítica de una de estas formas de organización, dando por sentado que las dos tienen sus ventajas e inconvenientes», advierte el autor. Y añade: «La pretendida memoria democrática no puede basarse en verdades a medias y la convivencia pacífica de los españoles no puede inspirarse en un relato de buenos y malos, de vencedores y vencidos, de víctimas y verdugos, de demócratas y fascistas. Todo eso ya no se corresponde, ni de lejos, con la realidad».

Huelga insurreccionista en Valencia Vicente Barberá Masip

Elecciones de 1931

Nieto comienza su andadura en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, convocadas para elegir a los concejales y que desembocaron en un inesperado cambio de la forma de Estado. «Nadie lo preguntó, pero con los votos se entendió que el pueblo había rechazado no solo a Alfonso XIII, sino a la Monarquía, y que se había pronunciado a favor de la República. La astuta interpretación impuesta en el momento oportuno pesó más que millones de votos», apunta.

Como subrayó el almirante Juan Bautista Aznar, último presidente del Gobierno del Reinado de Alfonso XIII: «Los españoles, que en la víspera se habían acostado monárquicos, amanecieron al día siguiente republicanos». El Rey, por su parte, declaró que se marchaba porque las elecciones le habían demostrado que ya no contaba «con el amor del pueblo». Los datos, sin embargo, no le daban la razón, pues hay unanimidad entre los historiadores de que el número de concejales monárquicos superó al de los republicanos, aunque estos últimos triunfaran en la mayoría de las capitales de provincia. Sobre todo, en Madrid y Barcelona, lo que dio pie a los republicanos a pensar que les legitimaba para tumbar la Monarquía.

Según los datos del historiador Javier Tusell, estos obtuvieron 34.688 concejales, a los que habría que sumar 4.813 de los socialistas y 67 de los comunistas. Los monárquicos, 40.324. Por eso el también académico de Ciencias Morales y Políticas se refiere en su libro a las «deficiencias en un sistema electoral que los nuevos políticos aceptaron pensando, cada uno, que las distorsiones resultantes iban a beneficiar a su grupo, pero las consecuencias fueron nefastas». Pone como ejemplo, también, las elecciones generales de febrero de 1936, en las que el Frente Popular obtuvo 263 escaños con 4,7 millones de votos y el Bloque de derechas, 210 escaños con 5,7. Es decir, que la izquierda se llevó 53 escaños más con un millón de votos menos que sus oponentes.

Entusiastas democráticos

Nieto desmonta otros mitos como el que asume sin discusión que el nuevo régimen llegó a hombros de entusiastas y unánimes ciudadanos demócratas. En realidad, los socialistas dejaron bien claro, desde el principio, que su objetivo final era la revolución y que prescindirían de la República en cuanto pudieran. Eso intentaron en la famosa rebelión de 1934, que el diario 'Avance' explicó así: «El proletariado asturiano se alzó en armas para derribar al Gobierno y sustituirlo por el poder de los trabajadores; no para sustituir a un gobierno republicano por otro gobierno republicano».

«Entre la Segunda y la Tercera República» (Comares, 2022)

Imagen - «Entre la Segunda y la Tercera República» (Comares, 2022)
  • Editorial Comares
  • Páginas 236
  • Precio 23, 75 euros

Para Largo Caballero, ministro de Trabajo entre 1931 y 1932, la democracia era lo que el historiador Santos Juliá definió como la «estación de tránsito hacia el socialismo». El ensayo incluye en el grupo de 'desinteresados', además de a los monárquicos alfonsinos y a los tradicionalistas, a católicos, agricultores, conservadores, buena parte de las clases medias, anarcosindicalistas e, incluso, a los falangistas, que declararon de forma expresa que esta cuestión no les afectaba lo más mínimo.

«Quienes trajeron la República y se ocuparon de dirigirla afirmaban que estaban apoyados 'por todo el pueblo' y que se limitaban a expresar 'la completa voluntad nacional'. La afirmación es absolutamente falsa, porque de inmediato aparecieron los desafectos, cuando no enemigos declarados. Eran tantos que Azaña tuvo que declarar que la República era solo para los republicanos y que en ella no había sitio para los contrarios ni los indiferentes», explica el autor. Prueba de ello fue la Ley de Defensa de la República de 1932, que provocó el cierre temporal o definitivo de centenares de periódicos críticos con el régimen.

Iglesia de San Lorenzo, en Gijón, destruida por los marxistas en octubre de 1934 Roldán

La unidad

El ensayo se ocupa también de la tan repetida imagen de unidad que ofrecían los partidos políticos de cara al exterior y que contrastaba con las tensiones y divisiones que fermentaban en su interior. Esto suponía una amenaza constante de escisión que se consumó, de hecho, en no pocas ocasiones. Los socialistas, por ejemplo, rivalizaban entre los seguidores de Caballero y los de Indalecio Prieto, por no hablar del golpe de Estado del coronel Casado contra el Gobierno republicano durante la Guerra Civil. También ocurrió en la CNT, el Partido Radical, los monárquicos y la CEDA. «Todas estas diferencias ideológicas –aclara– formaban un escenario político y parlamentario singularmente inestable, con alianzas inesperadas y nada firmes que explican la vertiginosa fugacidad de los Gobiernos republicanos tanto de derechas como de izquierdas».

Nieto aborda otros temas originales como las consecuencias psicológicas que las continuas huelgas y revueltas tuvieron para la población, la aparición de las milicias como una especie de policía privada de los partidos, el creciente malestar del Ejército o la desconexión entre la República «oficial» y la «real». En este último aspecto, defiende que el periodo se desarrolló en dos niveles superpuestos, con una masa de ciudadanos que no se sentía representada por las organizaciones oficiales y acabó sustituyéndolas por otras propias. A raíz de ello, el poder se trasladó del Estado a los sindicatos.

Destaca el análisis que hace del creciente e imparable ambiente de enfrentamiento que se vivió durante la República. «España era un país de odios», asegura. Un país de enemigos implacables que no aceptaban treguas, de adversarios a muerte en el sentido literal de la palabra, como se comprobó después en la Guerra Civil y en las represiones por parte de ambos bandos. Ese odio generó una herida «destructiva y sangrienta» que, más de ochenta años después, todavía sigue abierta, como hemos observado en los recientes debates parlamentarios sobre la Ley de Memoria Democrática, que han divido al congreso en dos, y en esa Tercera República reivindicada por algunos.

Ante eso, Nieto solo pide una cosa, reflexión: «Es gravísima la tentación de decidir sobre los dilemas capitales de un país por un impulso pasional e irreflexivo y no como consecuencia de una meditación madurada. Los ciudadanos acostumbran a dejarse deslumbrar por palabras sonoras, atractivas, en las que depositan sus ilusiones y, cuanto más vacuas sean, mayor efecto producen. Al oír las palabras libertad, independencia, pueblo, patria y, por supuesto, república, se aceleran las pulsaciones cardiacas y su mera invocación basta para arrastrar multitudes. Nada más torpe. El ciudadano debería abstenerse de seguir, sin más, una bandera bicolor o tricolor. Mejor sería que se moviera por la cabeza y no por el corazón».

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