Misterios de la IIGM: el héroe ninguneado por los Aliados que desveló las barbaridades de Auschwitz
En 1944, Rudolf Vrba escapó de Auschwitz y, sobre sus declaraciones, se elaboró un extenso dossier en el que se aconsejaba acabar con las vías férreas que llevaban al centro de muerte. Nadie lo tuvo en cuenta

«Había tal hedor que era imposible estar ahí durante más de cinco minutos». El 27 de enero de 1945, Anatoly Pavlovich Shapiro respiró el triste hedor del Holocausto: muerte, descomposición y humo. Aquel día, durante la liberación de Auschwitz, este oficial del ... Ejército Rojo desveló también al mundo las barbaridades perpetradas por los nazis en sus centros de muerte y asesinatos sistematizados, cual cadena de montaje. O eso creía... La realidad es que, muchos meses antes, un héroe entonces anónimo, Rudolf Vrba, había escapado junto a otro reo de aquel infierno sobre la Tierra y que, sobre sus interrogatorios, se había elaborado un informe que pedía bombardear las cámaras de gas para detener la matanza sistemática.
Hacia el campo
Vrba nació en una ciudad próxima a Bratislava en 1924. Sus biógrafos –entre ellos, Jonathan Freedland, autor de 'The Scape Artist'– le definen como un chaval precoz con don para los idiomas y para las matemáticas. No sabía hasta qué punto le servirían aquellas cualidades. Su infancia y adolescencia se vio truncada por el nazismo. En 1939, Adolf Hitler se abalanzó sobre Checoslovaquia e impuso una larga lista de directivas antisemitas que obligaron a nuestro protagonista a abandonar la escuela y le relegaron al ostracismo. Lo peor arribó cuatro años después, cuando el régimen local le ordenó que se presentara para el «reasentamiento». El triste eufemismo de la deportación.
Vrba vivió un viaje equiparable al de Ulises de vuelta de Troya. Intentó huir hacia Inglaterra, pero fue arrestado en Budapest e internado, tras varias peripecias, en una prisión de la que escapó. Aunque no le sirvió de mucho, pues fue presa de las tropas germanas en las semanas posteriores. Al final, dio con sus huesos en el campo de concentración de Majdanek. Aquello supuso un primer impacto con la realidad; se percató de que el nazismo buscaba algo más que el 'Lebensraum' y solventar las injusticias perpetradas en Versalles tras la Gran Guerra. Así lo explicó en su biografía, escrita tras la Segunda Guerra Mundial:
«Yo había notado que había personas que desaparecían de nuestra sección; primero pensé que eran transferidas a otro lugar. Todos los días abandonaba el hospital una columna patética de enfermos, viejos y moribundos que se arrastraba hacia una construcción con una chimenea alta. También había notado que esas personas nunca volvían. Comprendí de lo que se trataba cuando oí a un 'kapo' mandar a un detenido 'llevar los ladrillos al crematorio'. Vi al hombre llevar los ladrillos al edificio de la chimenea y entendí la razón para la que los despojos humanos del hospital nunca regresaban. Majdanek era un precursor primitivo de Auschwitz».
Sus sospechas se corroboraron el 30 de junio de 1942, cuando fue enviado a Auschwitz. En el epicentro de la barbarie del Tercer Reich. Vrba vivió su enésimo calvario. En principio fue enviado a la fábrica que la empresa I. G. Farben tenía en las inmediaciones, la cual se aprovechaba del trabajo esclavo cedido por el mismo Heinrich Himmler. Después pasó por los pozos de grava y por el talle de pintura. Y todo ello, antes de agosto, cuando fue uno de los 746 seleccionados para ser ejecutados durante un brote de tifus que se extendió por el campo. En este caso tuvo suerte y se escabulló de la muerte gracias a un 'kapo' que le protegió. La diosa Fortuna, que a veces sonríe a sus feligreses.
La revelación definitiva la tuvo cuando fue enviado al 'Canadá', el barracón en el que se clasificaban las pertenencias de los reos que acababan de arribar a ese infierno. En palabras de Freedland, ver aquellas ingentes masas de oro, gafas y objetos de valor –las cuales se transportaban en inmensas sacas hasta Alemania– le hicieron percatarse de que muchos reos atravesaban las puertas del campo, pero pocos se quedaban en su interior. Su traslado definitivo a las rampas de los trenes que llegaban a Auschwitz para retirar las miles de maletas sin dueño corroboró la pesadilla. Freedland confirma que se ofreció voluntario para trabajar en Birkenau y, con la capacidad de deambular por todo el complejo, memorizó, con sus dotes para las matemáticas, los diseños y el funcionamiento del centro.
Escapar de la locura
En Auschwitz, Vrba conoció al que fue su compañero de fatigas y sufrimientos: Alfred Wetzler, de 25 años. Según él mismo describió en sus memorias –'I Escaped from Auschwitz'–, ambos entendieron que debían escapar de allí y contar a los Aliados lo que sucedía. Destruir el muro de mentiras que Hitler había elevado, en palabras de Freedland. Aunque resulta difícil saber si fue una idea premeditada o si, por el contrario, la elaboración de un informe que narrara las barbaridades del Holocausto partió de las autoridades con las que se entrevistaron después. En todo caso, lo que sí planearon hasta la mínima expresión fue un minucioso plan que les permitiese escapar de allí.
La gran evasión de Auschwitz, esa que ningún otro reo había logrado jamás, arrancó en enero de 1944, cuando Vrba se percató de que los alemanes estaban construyendo una nueva línea de ferrocarril que iba directamente a los crematorios del campo. Una vía directa para la llegada de la población judía de Hungría. Azuzados por el miedo a ver más y más muertes, el 14 de abril de ese mismo año arrancó la operación.

Existen varias teorías sobre cómo escaparon de Auschwitz. La más extendida afirman que se escondieron durante tres días en los troncos huecos de dos árboles que, previamente, habían vaciado. Otras versiones sostienen que fue en una pira de madera. En lo que sí coinciden todos los expertos es en que su secreto para no ser descubiertos fue la 'machorka', un tabaco soviético empapado en gasolina que les convirtió en invisibles para el olfato de los perros germanos. Las tres jornadas no fueron al azar: era el tiempo que duraban las búsquedas de las temibles SS cuando un reo escapaba. Después arrancó una caminata de 80 kilómetros hasta Eslovaquia, y caminando solo de noche, para no ser descubiertos.
En la ciudad eslovaca de Zilnia solicitaron hablar con el Consejo Judío para informar de las barbaridades perpetradas en Auschwitz, y lo cierto es que fueron recibidos con recelo. Oskar Krasnansky fue quién les entrevistó, y lo que halló fue estremecedor, según recogió en 2019 la cadena BBC:
–¿Cuánto tiempo estuviste en Auschwitz?
–Llegué el 30 de junio de 1942.
–Hemos escuchado rumores de que a los judíos los matan en masa con unas máquinas de gas y por electrocución.
–El alambre del perímetro está electrificado. Hay cámaras de gas.
–Continúe.
–Son cuatro cámaras de gas con crematorios para incinerar. El primer crematorio se inauguró en marzo de 1943, cuando algunos jerarcas invitados de Berlín llegaron para ver las nuevas instalaciones. Ese día vieron a 8.000 judíos de Cracovia ser gaseados y quemados. Quedaron muy satisfechos con el resultado.
–¿Cómo sabes todo esto?
–Trabajé como registrador en Birkenau. Mis tareas diarias incluían registrar a los que habían sobrevivido el viaje en tren y que, a su llegada a Auschwitz, no habían sido seleccionados para el gas. También obtuve información sobre el funcionamiento preciso de las cámaras de gas y los crematorios de un Sonderkommando.
–¿Sonderkommando?
–¿Realmente no sabéis nada, verdad?
Misterio histórico
El problema es que sus avisos sirvieron de poco. En su amplia obra sobre los campos de concentración, el autor Henryk Świebocki afirma que los informes redactados sobre la base de sus declaraciones fueron enviados (bajo el nombre de 'Protocolos de Auschtwitz') a una infinidad de organizaciones como el Congreso Judío Mundial de Ginebra, el Vaticano, el Consejo de Refugiados de Guerra estadounidense y los diferentes gobiernos que participaban en la Segunda Guerra Mundial. A partir de entonces todo cambió y, según se narra en 'La guerra total' (Plaza y Janés, 2019), «los medios de comunicación informaron también a muchos alemanes de las atrocidades», pues millones de personas en el país escuchaban la BBC.
Uno de los primeros en conocer los testimonios de los dos presos fugados fue el rabino Michael Weissmandl, quien trabajaba para la resistencia local en la capital eslovaca. Este religioso se esforzó en hacer llegar a los Aliados los protocolos, aunque con una ligera modificación: incluyó una anotación en la que solicitaba, por primera vez, el bombardeo de Auschwitz. Para ser más concretos, reclamó que las fuerzas aéreas destruyeran las cámaras de gas y los hornos crematorios (en sus palabras, reconocibles fácilmente gracias a sus altas chimeneas) aún a costa de acabar con la vida de algunos reos en el proceso. Sabía lo que implicaba, pero también entendía que había que pagar aquel precio para que los miles de deportados húngaros que acababan de llegar al campo no fuesen exterminados.

Los 'Protocolos de Auschwitz' fueron recibidos de forma muy diferente en los distintos países Aliados. En Estados Unidos el Consejo de Refugiados de Guerra estudió, al menos en principio, varias posibilidades para acabar con la presencia nazi en el complejo. Entre ellas se hallaban el bombardear el campo de concentración, el nutrir a los presos de armas por vía aérea o, incluso, el lanzar unidades aerotransportadas (por entonces la 82ª y la 101ª divisiones) sobre el lugar para liberarlo. Este organismo entregó un informe con las conclusiones a las que había llegado entre el 10 y el 15 de julio de 1944 . No obstante, el documento en cuestión no alcanzó el estamento militar por considerar todas ellas inviables.
Poco antes, el 26 junio de ese mismo año, las principales organizaciones judías de los Estados Unidos habían insistido en la necesidad de acabar con las cámaras de gas, los hornos crematorios y las siete vías férreas de Auschwitz. La respuesta fue tajante. El Departamento de Guerra explicó que, a pesar de que entendía las penurias a las que estaban sometidos los reos, la realidad era que la misión podía fallar. «Apreciamos plenamente la importancia humanitaria de la operación sugerida. Sin embargo, tras el obligado análisis del problema, se considera que lo más eficaz para aliviar a las víctimas […] es una rápida derrota del Eje», determinó el organismo.
Su máxima era que la liberación debería ser realizada por las tropas que habían pisado Francia. En su favor arguyeron que la batalla por Normandía todavía no había terminado, cosa que no ocurrió hasta la caída de Caen, el 9 de julio.

Otro de los detractores contra los que se estrellaron los 'Protocolos de Auschwitz' fue el subsecretario de Guerra estadounidense John McCloy, quien se mostró contrario al bombardeo debido a que «solo podía ejecutarse desviando considerable apoyo aéreo, esencial para el éxito de nuestras fuerzas en operaciones, decisivas en otros lugares». Este militar añadió que, aunque fuera factible, «su eficacia sería tan dudosa que no justificaría el uso de nuestros recursos». Sobre el papel los datos le avalaban ya que, en las incursiones realizadas sobre territorio enemigo a partir del 20 de agosto de 1944 desde el sur de Italia, la Fuerza Área había perdido la friolera de 127 Fortalezas Volantes B-17.
McCloy, como bien explica la BBC en su artículo 'El protocolo de Auschwitz: el audaz escape que reveló al mundo los horrores del campo de exterminio (y el dilema moral que provocó)', también se escudó en la posibilidad de que la misión fallara y los nazis cargaran, en represalia, contra los presos. «Ha habido una opinión considerable en el sentido de que tal esfuerzo, incluso si fuera posible, podría provocar una acción aún más vengativa por parte de los alemanes», añadió. A todo esto se sumó las altas probabilidades de matar a cientos de reos por la poca precisión con la que los superbombarderos lanzaban sus explosivos.
Los británicos recibieron los informes de una forma diferente. El impulsivo Winston Churchill aceptó de buen grado que la RAF se desviara para hacer llover bombas sobre Auschwitz . Pero, al final, sus consejeros lograron que cambiara de opinión. Una vez más, y siempre según Roberts, las cifras hacían difícil la misión. «El aprovisionamiento del alzamiento de Varsovia por aire había sido costoso para la RAF: en las 22 misiones realizadas en seis semanas, hasta mediados de agosto de 1944, 31 de los 181 aviones no habían podido regresar », explica. Por su parte, el Ministerio de Asuntos Exteriores se negaba a llevar a cabo «misiones que costaran vidas y aviones británicos a cambio de nada». Duras palabras de un organismo que, durante la Segunda Guerra Mundial, tildó a los judíos de «quejumbrosos».
MÁS INFORMACIÓN
Al final, y como bien se narra en el artículo de la BBC, Auschwitz sí fue bombardeada, aunque por equivocación, el 13 de septiembre del año 1944. Ya entonces, cuando los explosivos cayeron sobre los barracones del campo, los reclusos dieron gracias porque consideraban que los Aliados venían a salvarles. Para ellos, las 2.000 bombas que destrozaron la zona eran sinónimo de libertad. Desconocían que su objetivo era, de nuevo, I. G. Farben . En todo caso, el debate sigue abierto hoy en día.
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