El indulto secreto a Rudolf Hess: ¿por qué quiso Nixon liberar al lugarteniente de Hitler?
En 1974, el presidente de Estados Unidos se apiadó del líder nazi alegando razones humanitarias y apoyó que fuera puesto en libertad tras tres décadas encarcelado en Spandau

Rudolf Hess pudo haber salido de la prisión de Spandau en 1974, justo al cumplir 80 años. Lo más sorprendente de este hecho es que uno de sus promotores fue nada menos que Richard Nixon, aunque la noticia no se supo hasta tres décadas después, cuando los Archivos Nacionales Británicos desclasificaron una serie de documentos secretos. El presidente de Estados Unidos justificó su apoyo a esta liberación por razones humanitarias, pues el lugarteniente de Hitler llevaba entre rejas tras haber sido condenado a cadena perpetua en los famosos juicios de Nuremberg celebrados.
La historia de Hess comienza el sábado 10 de mayo de 1941, cuando el líder nazi llamó a su ayudante principal, el capitán Karlheinz Pintsch, y le pidió que pasase a recogerle, sin falta, por la tarde. No le dio mucha más información, tan solo que el servicio meteorológico había anunciado tiempo favorable e iba a aprovechar para realizar un vuelo. Su subordinado, obviamente, no hizo preguntas. Lo que no se imaginaba es que aquel sería uno de los episodios más extraños e incomprensibles de la Segunda Guerra Mundial.
Por la mañana, Hess pasó un buen rato jugando con su hijo Wolf y almorzó rápido con su amigo Alfred Rosenberg. El invitado no sabía que no volvería a ver a su compañero de las juventudes nazis hasta el juicio de Núremberg. Antes de salir de casa, su mujer le dijo: «Vas a estar fuera mucho más tiempo, lo sé». Y así fue. Menos de una hora después, despegaba de la base de Augsburgo con su bimotor Messerschmitt Bf 110 (Me 110). Se iniciaba el viaje más oscuro de la guerra, el único enigma del Tercer Reich que nunca se ha esclarecido del todo y que sigue envuelto en sombras.
Hess iba a recorrer 1.370 kilómetros de distancia, justo hasta el límite de la autonomía de vuelo del aparato. En concreto, hasta el castillo de Dungavel, propiedad del duque de Hamilton, en la costa oeste de Escocia. Le llevaba un plan de paz para los británicos, con el objetivo de que pusiera fin al conflicto más devastador de la historia. Y quería lograrlo, además, justo cuando el Führer estaba apunto de comenzar la invasión de la Unión Soviética en la famosa 'Operación Barbarroja'.
La sorpresa en Europa
La noticia de aquella salida inesperada y en secreto causó un terremoto gigantesco en Alemania y en el resto de Europa, como prueban los despachos diplomáticos de la época, puesto que su protagonista no era un soldado cualquiera, sino del colaborador más cercano de Hitler, el único hombre con quien el todopoderoso líder nazi, responsable de la muerte de seis millones de judíos, se permitía muestras de afecto en público. El mismo Churchill no se creyó la noticia en un primer momento. Pensó que era una broma… pero. Era verdad.
Cuando llegó al castillo de Hamilton, en aquel momento lord canciller del gobierno de Churchill, entregó un documento con cuatro condiciones en nombre del Tercer Reich para firmar la paz y lograr la unión entre británicos y alemanes para aplastar después a la Unión Soviética, pero había soñado demasiado alto. Al poner el pie en la propiedad, le arrestaron, tacharon de criminal de guerra y recluyeron en la Torre de Londres, donde permaneció hasta 1945. Nunca más volvió a ser libre, a pesar de los mencionados intentos por parte de Nixon tres décadas después.
Hitler, muy irritado por lo que consideró una traición de su persona de mayor confianza, optó por tacharlo de loco. «Una carta dejada por él muestra señales características de desorden mental y se teme que haya sido víctima de sus alucinaciones», aseguraba el comunicado oficial que publicó pocas horas después de conocerse la noticia. Los británicos y la BBC, por su parte, quisieron sacar un beneficio político y defendieron la tesis de que Rudolf Hess había emprendido aquel vuelo desesperado para «escapar de la Gestapo y del régimen nazi».

'La muerte de Hess'
La lista de preguntas sobre el 'caso Hess' sigue siendo infinita y se amplía con las que surgen de Núremberg y de su vida en Spandau, en Berlín. ¿Cómo puede concebirse que, tras ser declarado inocente de las acusaciones de crímenes de guerra y contra la humanidad, fuese condenado a cadena perpetua, mientras Albert Speer, culpable de la esclavitud de millones de personas durante la guerra, a solo veinte años de prisión? ¿Por qué se le mantuvo hasta su muerte aislado en una prisión de 696 celdas en la que él era el único inquilino y cuyo mantenimiento costaba cientos de millones al año? ¿Por qué estuvo vigilado por un ejército gigantesco con soldados de cuatro nacionalidades, en una cárcel con medidas de seguridad impensables para su época?
Cuando Nixon se apiado de Hess y tomó la decisión de apoyar su puesta en libertad en 1974, quizá conocía algunas de las respuestas a esas preguntas que ni los historiadores más prestigiosos han podido contestar con seguridad. Según documentos secretos de los Archivos Nacionales Británicos, el presidente de Estados Unidos Nixon planteó, para convencer a todas las partes implicadas, que esa puesta en libertad podía estar sometida a algún tipo de confinamiento domiciliario, pero en Moscú el Kremlin se mostró rápidamente inflexible.
El diario soviético 'Pravda' escribió: «La conciencia popular dicta que el lugarteniente de Hitler debe beber su retribución hasta las heces del cáliz». La campaña popular contra esa decisión, que en un primer momento fue lanzada por el Gobierno de Gran Bretaña y apoyada inmediatamente después por Estados Unidos y Francia, fue brutal en toda la Unión Soviética. El documento confidencial hecho público en 2007 se titulaba 'La muerte de Hess' y constaba de cinco puntos.

Puntos de la liberación
El primer punto advertía de «la probable muerte de Hess bajo custodia». Y explicaba después: «Hess cumple actualmente su condena en la prisión aliada de Spandau bajo administración aliada cuatripartita y es probable que muera allí o en el Hospital Militar Británico que se encuentra, también, en el Sector Británico de Berlín. Cuando muera, la administración penitenciaria tendrá que considerar la posibilidad de deshacerse de su cuerpo. De no actuar, la responsabilidad recaerá en las autoridades del sector donde radique el cuerpo».
Los aspectos más peliagudos del documento se exponían a continuación. En un primer momento apunta: «Según la ley general de Berlín, los familiares tienen el derecho y el deber de disponer del cadáver. En ese caso, el pariente más cercano sería Frau Hess, la viuda [...]. Si retira el cuerpo, existe la posibilidad de que se produzcan manifestaciones no deseadas en el funeral. También, que la tumba se convierta en lugar de peregrinación. Si en un intento de evitar esto el cuerpo fuera enterrado dentro de la prisión de Spandau, podría ser necesario mantener una vigilancia sobre la tumba durante algunos años».
«Los restos de algunos de los principales criminales de guerra [nazis] fueron destruidos mediante cremación y esparcimiento. Esta opción podría considerarse indebidamente despiadada tanto tiempo después del final de la Segunda Guerra Mundial», explicaba el cuarto punto. Y el sexto subrayaba: «En cualquier caso, cualquiera que sea la acción que deseemos tomar tras la muerte de Hess, tendremos que prestar atención a los acuerdos internacionales sobre el tema. El 29 de abril de 1954, los cuatro Altos Comisionados Aliados en Alemania firmaron un acuerdo que preveía: 'En el caso de su muerte, el cuerpo del difunto debe ser enterrado en el territorio de la prisión de Spandau. El entierro se llevará a cabo de acuerdo con los procedimientos religiosos normales de la fe del prisionero fallecido y en la presencia de sus parientes cercanos si desean estar presentes'».

La muerte de Hess
En el mismo documento, Gran Bretaña consideró el encarcelamiento de cuarenta años de Hess como una «farsa», pero sabía que nunca podría convencer a la Unión Soviética de que lo liberara. Así fue, porque cuando se puso sobre la mesa esa posibilidad, el Kremlin la bloqueó de inmediato. Para las autoridades comunistas, las razones humanitarias no eran suficientes hablando de uno de los principales líderes del régimen nazi, que, finalmente, apareció muerto en su celda el 18 de agosto de 1987.
Según las primeras noticias, Hess falleció estrangulado con un cable eléctrico, pero si nos atenemos a la versión oficial de la primera autopsia, era imposible no cuestionarse otros detalles. ¿Cómo un anciano de 93 años, artrítico y medio ciego, pudo suicidarse en un cobertizo del jardín sin que ninguno de los 500 guardias le viera? Los primeros en dudar de la tesis oficial fue su propia familia, que encargó una segunda autopsia. Esta determinó que su fallecimiento se había producido por asfixia y no por suspensión. Desde entonces, el misterio ha rodeado también sus últimos días de vida, apuntando a la posibilidad de un asesinato.
Su hijo, Wolf Rüdiger Hess, declaró públicamente en muchas ocasiones que su padre se encontraba en buenas condiciones psicológicas y que el tipo de suicidio que se le imputaba era físicamente imposible para él. En su contra jugaba el hecho de que el lugarteniente de Hitler lo había intentado en varias ocasiones a lo largo de su vida, que osciló siempre entre la lucidez y los periodos de depresión. Pero, ¿por qué Rudolf Hess esperó hasta 1987 para suicidarse si los jerarcas nazis lo habían hecho inmediatamente después de terminar la Segunda Guerra Mundial o tras ser condenados en Núremberg?
Tal y como habían barajado en el documento confidencial de 1974, la sepultura de Hess en Wunsiedel, Baviera, se convirtió en un lugar de peregrinaje para los simpatizantes del Tercer Reich. Para evitarlo, en 2011, la tumba fue desmantelada de madrugada, sin previo aviso, y sus restos quemados y esparcidos en alta mar.
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