Teodoro Rubio: «Los pecios españoles de la Guerra de Cuba han sido expoliados sistemáticamente»
Este catalán apasionado del conflicto de 1898 es, con cerca de 200 inmersiones, el submarinista que más ha buceado en la escuadra del almirante Cervera hundida en la batalla naval de Santiago de Cuba. No es arqueólogo profesional, pero catedráticos, investigadores y hasta organizaciones como la Unesco le piden ayuda para sus proyectos
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Teodoro Rubio (Tarrasa, 1962) recuerda perfectamente la primera vez que buceó en «aquel caos de hierros retorcidos» del acorazado Cristóbal Colón, el mismo que se hundió hace 123 años, junto al resto de buques de la escuadra del almirante Cervera , en la ... famosa batalla naval de Santiago de Cuba . Aquella inmersión a más de 30 metros de profundidad se produjo en 1996, un día de aguas revueltas que le cambió la vida para siempre: «En cuanto descendí e introduje la mano en la arena, comenzaron a aparecer cápsulas metálicas que, al principio, no me parecieron balas, pero lo eran. Cientos, o quizá miles de ellas».
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Al salir del agua descubrió que eran del fusil Mauser español fabricadas en 1897, con las letras SB grabadas en referencia la fábrica donde se produjeron: Santa Bárbara, en Sevilla. Sabía que estas producían «heridas terribles al enemigo» y se sobrecogió al pensar que estaba ante los restos de la Guerra de Cuba, ese episodio que tanto le había fascinado de niño, cuando leyó « La Capitana del Yucatán », la novela de Emilio Salgari que cuenta la destrucción de la escuadra de Cervera aquel 3 de julio de 1898.
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«Al salir me explicaron que aquellas balas estaban en la bodega del barco y que el orificio por donde entraba la luz lo había producido el equipo de Jacques Cousteau en los años 80, con una explosión controlada para, seguramente, expoliarlo», añade Rubio. Aquel detalle le indignó y, al mismo tiempo, alimentó su pasión por aquel camino que acababa de iniciar y que, en el futuro, le llevaría otras 33 veces a Cuba, en las que realizó unas 500 inmersiones. De ellas, 200 en la escuadra de Cervera y en otros pecios hundidos en la isla.
«Sentí una emoción indescriptible al comprender que estaba tocando la historia con la mano», reconoce este «submarinista, viajero y amante de la Guerra de Cuba», según su propia definición. Supo después que de los 543 marinos españoles que formaban la tripulación del Cristóbal Colón, muy pocos sobrevivieron al bombardeo estadounidense. «La patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la patria», explicaba el almirante Cervera en el parte de guerra, a una de cuyas versiones originales tuvo acceso ABC , en exclusiva, hace dos años.
Rubio siguió ampliando sus conocimientos hasta convertirse en un experto reconocido por las autoridades cubanas y españolas. Desde entonces ha realizado documentales para la televisión sobre el desastre del 98, ha recibido tres estrellas de la Confederación Mundial de Actividades Subacuáticas, ha hecho de guía de los biznietos del almirante Cervera en sus buceos, ha participado como ponente en varios congresos de historia y arqueología subacuática al que han asistido historiadores, arqueólogos, marinos y militares, ha escrito artículos en publicaciones especializadas, ha colaborado con la Real Academia de Cultura de Valencia, ha asesorado a catedráticos sobre la situación exacta de cada buque y ha dirigido campañas para promover el buceo sostenible y la conservación de los pecios españoles.
–¿El Cristóbal Colón es el pecio que mejor se conserva?
–Sí. Y no solo de Santiago de Cuba, sino del mundo entero, porque es acero inoxidable con níquel y se ha conservado muy bien a pesar de llevar 123 años hundido. Además, no colapsó. Es la joya de la corona. Tiene una torsión inquietante de 30 grados que parece que va a partirse en dos, debido a un cambio brusco de más de diez metros de profundidad por un talud submarino y por los envites del mar. Su exterior es un caos de hierros, pero se pueden identificar los engranajes, la torreta del cañón Armstrong de 254 milímetros, las chimeneas caídas a estribor y la altura donde se encontraba el puente, mientras que el interior está prácticamente completo.
–Le voy a nombrar el resto de buques de Cervera para que comente su estado. ¿El Furor?
–Está hundido a unos 27 metros de profundidad, a una milla de la costa frente a la playa de Mar Verde. La artillería estadounidense destruyó su santabárbara y el barco quedó partido en tres secciones perfectamente diferenciadas: la popa, la proa y la parte central. No queda en el fondo la clásica silueta de barco, sino multitud de restos metálicos, proyectiles y dos impresionantes calderas. En su interior falleció el comandante, inventor y político Fernando de Villaamil.
–¿El Crucero Oquendo?
–Está frente a la playa de Juan González, con su gran cañón González Hontoria, de 280 milímetros y 29 toneladas, emergiendo fuera del agua. La cubierta está colapsada y pegada a su quilla, ya que su acero es de inferior calidad que el Colón. Tiene un enorme mástil caído por estribor, con las seis calderas Siemens, pero no se puede acceder al interior.
–¿El Crucero Vizcaya?
–Es gemelo del Oquendo y su situación es parecida. La diferencia estriba en que el Vizcaya no está pegado a la costa, sino a media milla de la playa del Aserradero e incrustado en una arrecife de coral, lo que supone un buceo espectacular.
–¿El Plutón?
–Está hundido a 5 metros entre las playas de Bueycabón y Rancho Cruz. Solo quedan algunas bielas, algún proyectil y partes de su máquina.
–¿Qué ocurrió con el Infanta María Teresa, el buque insignia en el que iba el almirante Cervera?
–Como los americano querían tener una prueba ante el mundo de su apabullante victoria, en un alarde de soberbia y arrogancia, lo reflotaron en la playa de Nima-Nima y fue remolcado hasta Guantánamo. Allí fue reparado y renombrado como P-1 y partió a la base naval de Norfolk, en Virginia, como trofeo de guerra y con la intención de incorporarlo a la armada de los Estados Unidos. Sin embargo, el 31 de octubre, cerca de las Bahamas, se desató un fuerte huracán y quedó a la deriva durante tres días hasta embarrancar en un arrecife coralino cerca de Nassau. Los americanos lo dieron por perdido y corrieron un tupido velo de silencio y vergüenza, hasta que fue descubierto, de casualidad, por unos submarinistas a mediados del siglo XX. Pasó de buque insignia a barco fantasma.
–Después de lo visto en sus buceos, ¿ha cambiado su opinión sobre lo ocurrido en la batalla naval de Santiago de Cuba?
–Me quedo con lo que me dijo mi amigo Juan Escrigas, historiador y capitán de fragata de la Armada: «Para hablar de un combate hay que haber estado allí». Puedo decir que el almirante Cervera tuvo que acatar la orden de salir a combatir, a pesar de ser partidario de desembarcar la artillería y combatir en tierra. Y sé que tiene sus admiradores y sus detractores, pero yo me encuentro entre los primeros. Lo considero un héroe. La clase política y los medios de comunicación de entonces no estuvieron a la altura, y la sociedad española fue engañada por ellos. Cervera había advertido del desastre, pero no fue escuchado. Fue un auténtico profeta.
–¿Los responsables del patrimonio arqueológico, tanto de Cuba como de España, podían haber hecho algo más para proteger los pecios?
–Sin ninguna duda. Hasta que fueron declarados Monumento Nacional de la República de Cuba en 2015, fueron expoliados sistemáticamente. De hecho, cuando fui por primera vez en 1994, no existía ningún plan de protección. Los barcos estaban olvidados por las autoridades cubanas, pero gracias a la intervención de Vicente González, director del Centro Regional de Gestión del Patrimonio Natural y Cultural Subacuático (Cubasub), la situación cambió y la Embajada española ha tomado medidas en colaboración con el Gobierno cubano y la UNESCO. Pero lo perdido, perdido está.
–¿Y qué acciones hay en marcha?
–González pretende crear un museo dedicado a la Escuadra de Operaciones de las Antillas para mostrar todos los objetos, vestigios y documentos que están diseminados por otros museos. En eso España podría ayudar y contribuir. Pero ahora lo interesante sería dar a conocer los pecios con el proyecto «Una inmersión en la Historia», promoviendo el buceo sostenible. Eso podría ser una gran oportunidad para salvar lo que queda de aquella escuadra de combate de finales del XIX que está en el Caribe y es un incunable.
–¿Puede uno hacerse a la idea de lo que sufrieron los marinos españoles de la escuadra de Cervera cuando bucea en sus pecios?
–Sin duda. Me imagino las condiciones de insalubridad y a los carboneros paleando carbón con las altas temperaturas del Caribe en el verano. Los destructores con dotaciones de más de 60 personas hacinadas como en una lata de sardinas. Los fogoneros soportando temperaturas de más de 50 grados delante de las calderas. A eso sumamos la incertidumbre y la angustia durante el combate, teniendo que murieron unos 350 españoles.
–¿Cuándo fue la última vez que buceó en los pecios de Cervera?
–En 2017, en la celebración del 70 aniversario del ingreso de Cuba en la Unesco. Fui como asesor histórico de un proyecto en el que se realizaron filmaciones submarinas, varios lienzos sumergidos, fotografías y hasta una escultura para recrear la batalla. Con todo este material se presentó en la Unesco la exposición «Una inmersión en la Historia». Esta viajó después a Medina Sidonia (Cádiz), donde había nacido el almirante Cervera, y a Castropol (Asturias), de donde era Fernando de Villaamil. A finales de septiembre, está previsto trasladarla a Roma, si el Covid no lo impide.
–¿Tienes pendiente alguna inmersión?
–Sí, porque asistí a un curso de arqueología subacuática financiado por Cuba, con la supervisión y dirección de la Unesco, e impartido por prestigioso arqueólogo Xavier Nieto, y me encantaría volver a bucear en el Colón y el resto de los buques para realizar su estudio arqueológico. También estoy hablando con el director de Cubasub para ir a las Bahamas y bucear en el pecio Infanta María Teresa. Si lo logro, sería el primer español en bucear en todos los pecios del desastre del 98. Un motivo de orgullo, sin ninguna duda.
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