Cádiz, el bastión libre de España que se resistió a las conquistas extranjeras a golpe de bayoneta

Los gaditanos han mostrado su valor en no pocos episodios de la historia, resistiendo las embestidas de la Royal Navy o del todopoderoso Ejército de Napoléon por tierra y mar. «Sufriré la suerte que Dios me ofrezca, pero de ningún modo emigraré»

Escena de la Guerra de la Independencia contra los franceses

Israel Viana

Salvando las evidentes diferencias y el lado más cómico, la historia de los gaditanos nos ha recordado, en ocasiones, a la de los famosos personajes creados por el guionista René Goscinny y el dibujante Albert Uderzo en 1959. Seguramente les suene: «Toda la Galia está ... ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste, todavía y como siempre, al invasor». Efectivamente, Astérix y Obélix mantuvieron a raya en la ficción al Imperio Romano, de la misma forma que la provincia de Cádiz lo consiguió con la todopoderosa Royal Navy o con el mismo Napoleón.

No son pocas las hazañas que apuntan en este sentido. Una de las habitualmente olvidadas en los últimos siglos se produjo en 1625 . El vizconde de Wimbledon, Edward Cecil, partió hacia Cádiz desde los puertos de Plymouth y Falmouth, en Gran Bretaña, convencido de que la ciudad andaluza sucumbiría rápidamente a su ataque por sorpresa. Quería, como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia, el control del estrecho de Gibraltar, y para ello zarpó con 90 barcos, de los cuales 30 eran navíos de guerra. En el resto transportó a las tropas para el asalto por tierra, en total, 8.000 británicos y 2.000 veteranos holandeses procedentes de Flandes.

Carlos I de Inglaterra estaba convencido de que no había momento más propicio para aquella operación contra España, puesto que Felipe IV y el conde-duque de Olivares combatían prácticamente en todos los frentes. A estos se sumó ahora la defensa de Cádiz, frente a unos británicos ansiosos de sangre, para arrebatarnos uno de los enclaves geográficos más importantes del mundo, punto de unión entre el Atlántico y el Mediterráneo y puerto principal de todos las rutas marítimas que surcaban este último.

1.500 soldados británicos

La esperanza de los ingleses era que la formidable Armada española estuviera dispersa en diferentes conflictos, pero no contaron con el pueblo gaditano. Y es que, durante los días que perdieron por un temporal, al gobernador de Cádiz, Fernando Girón, tuvo tiempo de preparar una defensa. Eso impidió que, aunque Cecil consiguió que desembarcaran 1.500 soldados, accedieran a la capital a través del puente de Suazo, que unía San Fernando y Puerto Real con el resto de la provincia.

Al mismo tiempo se fue apoderando de los ingleses la más absoluta indisciplina, permitida por unos jefes que no parecían muy enérgicos ni gozaban de prestigio entre sus tropas. El caos llegó hasta el punto de que la mayoría de los soldados, desesperados, empezaron a beberse el alcohol que habían interceptado en los primeros saqueos, tal y como contaba el historiador Víctor San Juan en su último libro «Veintidós derrotas navales de los británicos» (Renacimiento).

Acabaron tan borrachos que terminaron asaltando su propio cuartel general, para mostrar su descontento con los mandos. A partir de entonces, todo fue un caos. Según las críticas vertidas por un soldado inglés y recogidas en «Historia de Cádiz» (1858), de Adolfo de Castro, a esta situación se llegó porque los conquistadores venían desde Gran Bretaña engañados y en malas condiciones: «La gente no viene pagada. Les han dado solo un corto socorro, un vestido y armas para salir. Tampoco saben para cuánto tiempo traen provisiones, aunque han oído decir que para tres meses [...]. Ni en Inglaterra ni en todo el viaje los soldados supieron a dónde iban, hasta que entraron en la bahía de Cádiz».

«La ciudad se animó»

Fue en ese momento cuando los irreductibles gaditanos entraron en batalla, cada vez más favorable a los españoles: «A esta hora, Cádiz estaba muy falta de gente, pero el duque de Fernandina avisó a don Fernando Girón, que aquella misma noche metió en la ciudad a 700 hombres de las galeras, de los cuales 400 lo hicieron por tierra y otros 300 por la Bahía. Estos últimos desembarcaron en la caleta de Santa Catalina sin que el enemigo pudiese estorbar. Ese mismo día entraron en Cádiz algunos caballeros, gente de Chiclana y de otras partes, por lo que la ciudad se animó. Los Socorros de Religiones y particulares fueron muchos, particularmente de la Santa Iglesia de Sevilla, que dio cien fanegas de pan amasado cada día. Y el Consulado otros treinta mil ducados y una gran cantidad de bizcochos».

Los ingleses fueron poco a poco perdiendo la esperanza, aunque siguieran intentando hacerse con Cádiz. Así lo detallaba el mismo testimonio: «El mismo domingo 2 de noviembre llegó el corregidor de Jerez al puente con su gente y envió a Cádiz una parte de esta. Ese mismo día entraron de Medina Sidonia más de 1.500 hombres y de Vejer otra buena cantidad, por lo que al llegar la noche había en Cádiz más de 1.400 hombres. Por la tarde, el enemigo empezó a echar gente a tierra. El lunes 3 entraron algunos barcos de trigo desde Sanlúcar y muchas mujeres de Cádiz se fueron a Chiclana, Rota y otras partes. El mismo día, al ponerse el sol, vieron dirigirse hacia San Fernando a 1.500 ingleses y se temió que iban a quemar o derramar el vino de las haciendas. El martes 4 al amanecer, vieron a otro ejército de más de 3.000 hombres retirándose hacía sus trincheras».

El pueblo gaditano vio como sus posibilidades de victoria aumentaban por los excesos de los británicos y la falta de mando. Los británicos se negaron, incluso, a iniciar el sitio de la ciudad, bajo el pretexto de que no sabían cómo contrarrestar el fuego de las galeras, así que huyeron arrasando el barrio de Puntales, el único que fueron capaces de conquistar. El gobernador de Cádiz no se quedó quieto y salió de su refugio para encabezar las huestes y acometer al enemigo con todas las fuerzas que le quedaban. Un movimiento lo suficientemente intimidatorio como para acelerar la expulsión del invasor. Al marcharse, se dejaron los víveres y los equipajes y, a su paso por la bahía, humillados y con la cabeza baja, los ingleses ni se atrevieron a atacar a más naos españolas.

Contra Napoleón

Los gaditanos mostraron su valor, también, en varios episodios de la Guerra de Independencia contra los franceses. Uno se produjo en 1808 y hoy ha quedado casi enterrado en el olvido. «Es extraño que no se le haya prestado la debida atención a la batalla de la Poza de Santa Isabel , que tuvo lugar en un antiguo fondeadero de la bahía frente al arsenal de La Carraca, en Puerto Real. Fue muy importante, ya que cuando se dice que la primera derrota de Napoleón fue en Bailén, no es verdad. Fue aquí, un mes antes, cuando el almirante francés Rosily se rindió a los andaluces», cuenta a ABC la historiadora Lourdes Márquez Carmona .

Apenas un mes después de que se produjera el famoso levantamiento del 2 de mayo de 1808, los restos de la maltrecha Armada española, junto a los soldados de tierra, se batieron con la escuadra de Rosily frente a la costa oeste de la Real Isla de León. Napoleón había jurado a sus generales que la invasión de España sería «un juego de niños», pero en la Poza de Santa Isabel recibió su primera lección.

Rosily llegaba a Cádiz por orden del emperador para sustituir al almirante Villeneuve al mando de la escuadra superviviente de la batalla Trafalgar, que no podía abandonar la bahía de Cádiz debido al bloqueo inglés del almirante Purvis y sus 12 navíos. La flota gala estuvo allí tres años, bajando tranquilamente de los barcos y conviviendo con los gaditanos en buena armonía, hasta que estalló la guerra. De la noche a la mañana, estos pasaron de ser amigos a enemigos. Entonces comenzaron los asesinatos y las peleas entre unos y otros.

La represalia gaditana

El gobernador de Cádiz, el Marqués de Solano, puso algunas pequeñas embarcaciones para vigilar a los buques franceses por si se les ocurría levantarse en armas a la llamada de Napoleón, pero a los vecinos de Cádiz la medida les pareció insuficiente. Entonces lo tacharon de afrancesado y lo asesinaron. La Junta de Sevilla nombró como sustituto al capitán general Tomás de Morla, que no tuvo reparos en ordenar la destrucción del nuevo enemigo. Para ello, buscó la alianza con los ingleses, con el objetivo de obtener prestados 400 kilos de pólvora y preparar el ataque.

Este consistió en tres divisiones de 15 lanchas cañoneras, a continuación las bombarderas y, más atrás, los botes auxiliares con tropas y pertrechos listos para abordar los buques enemigos. Morla exigió primero a Rosily que se rindiera, pero este hizo caso omiso. Intentó ganar tiempo escribiendo varias cartas al gobernador de Cádiz, en las que pedía que dejasen salir a su escuadra, pero se negó. El almirante francés propuso entonces desembarcar el armamento y arriar sus banderas, pero de nuevo rechazó de nuevo. Solo le valdría la rendición sin condiciones.

«Los gaditanos establecieron una corona de fuego desde tierra, a la que se sumaron las lanchas cañoneras. Fue una especie de combate mixto y extraño, desde tierra y mar, para rendir al enemigo. Rosily no tuvo ningún apoyo, estuvo solo en la bahía. No podía hacer nada. Es imposible que ganara la partida, estaba acorralado», sentencia la historiadora. El 14 de junio de 1808, los gaditanos volvieron a ordenar la rendición sin condiciones de la escuadra francesa y Rosily, esta vez sí, aceptó. Los pabellones franceses fueron sustituidos por los españoles y se hicieron 3.776 prisioneros más un botín de cinco navíos de línea y una fragata, armados con 456 cañones, numerosas armas individuales, gran cantidad de pólvora, municiones y cinco meses de provisiones.

El sitio de Cádiz

Aún tuvieron que soportar los vecinos de Cádiz un asedio cruel durante dos años por parte de las tropas de Napoleón, en los que mostraron de nuevo su resistencia al invasor extranjero. «La bahía tiene unas características muy especiales que le han otorgado a lo largo de los siglos una excepcional importancia comercial y defensiva, entre las cuales surgieron intensas relaciones, de las que las defensivo-militares han dejado una impronta que se extiende hasta nuestros días», escribe Márquez Carmona en el artículo «Un comandante del batallón del cuerpo de ingenieros napoleónico en Matagorda: Garbé y el Sitio de Cádiz» (Puerto Real, 2015).

Durante siglos fue testigo de la llegada de multitud de embarcaciones que enfilaban el canal de navegación y accedían a una zona de fondeo privilegiada que ofrecía un magnífico resguardo ante las inclemencias del tiempo. Su importancia aumentó en época moderna, con el traslado de la Casa de Contratación, organismo que controlaba la llamada Carrera de Indias. Ello obligó a dotarla de un sistema defensivo, con el objetivo de evitar los continuos ataques por vía marítima que le infringían los enemigos. Pero lo tenían más difícil con los ataques por tierra, como sucedió con las tropas napoleónicas en el sitio que se produjo de 1810 a 1812.

Don informes técnicos incautados a los franceses y descubiertos por la historiadora gaditana dan buena cuenta de lo que sufrió el invasor al intentar doblegar a la región. Uno de ellos fue escrito por el general Garbé, comandante del batallón de ingenieros franceses destinado a Cádiz por Napoleón, para ayudar a sus tropas de infantería a conquistar la zona.

«La suerte que Dios me ofrezca»

Una vez traspasado Despeñaperros y conquistadas todas las capitales de provincia, solo quedaba Cádiz. Los vecinos estaban inquietos por la posibilidad de un ataque, como demuestran alguna cartas personales, como las enviadas a por Pascual, un acaudalado propietario y exportador de vinos de Jerez, a su hermano: «La opinión general es que Bonaparte jamás conquistaría España, pero la mía no es así, pues veo lo que sucede [...]». Unos días más tarde, escribe convencido: «No dudes que he leído todas tus cartas más de una vez y que he procurado meditar sobre estas, pero estoy decidido a quedarme aquí quieto, sufrir la suerte que Dios me ofrezca y no emigrar de ningún modo».

El día 1 de diciembre de 1810, iniciado el asedio, una granada de gran tamaño rellena de plomo cayó en el centro de la ciudad. El temor fue sustituido por el humor al experimentar los vecinos que estas no explosionaban. Aquello motivó la famosa coplilla: «Váyanse los franceses en hora mala; que Cádiz no se rinde ni sus murallas. Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones. Con las bombas que tira el mariscal Soult se hacen las gaditanas mantillas de tul».

En una carta posterior, Garbé rechaza los tres planes de ataque que ha ideado y lo justifica por la escasez de recursos para continuar con el asedio, ya que los gaditanos no terminan de sucumbir. También reconoce que su Ejército se encuentra más en el rol de sitiados que de sitiadores, hallándose en un estado bastante más débil del que se pretendía asediar. A continuación expone la falta de infraestructura: municiones, pólvora y cañones. Y se queja de que no cuentan ni con carros para transportar las lanchas cañoneras construidas por el batallón de obreros. «Cádiz no es inexpugnable pero hace falta querer bastante seriamente tomarla», concluye.

Finalmente, el 25 de agosto de 1812, las tropas de Napoleón abandonan la bahía después de un largo e infructuoso asedio de esta ciudad, que se mantuvo como bastión libre de la España que no quiso ser conquistada a golpe de bayoneta. Las palabras de Garbé llegan incluso a reflejar cierto afecto por estos: «Había que abandonar Andalucía, la región más bella de España y probablemente de Europa [...]. Una estancia de tres años nos había convertido en naturales de este pequeño paraíso terrenal. Y aunque en términos generales todos despreciábamos al pueblo español, cada francés lloraba al tener que dejar a algún amigo verdadero».

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