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¿Tiene la misma capacidad de estudiar una persona de 40 años que de 20?

Un experto en neuropsicología y educación explica las claves para entrenar el cerebro

«No quiero estudiar»: lo que el menor esconde a la familia y al colegio con esta frase

Laura Peraita

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Ser competitivo en un mundo laboral en constante cambio es tan necesario como real. La reincorporación al mercado laboral tras la crianza, querer mejorar de puesto, una jubilación más tardía… obliga en muchas ocasiones a abrir de nuevo los libros para formarse adecuadamente, lo que supone poner a prueba nuestro. ¿Qué desafíos surgen a la hora de iniciar o retomar estudios a edades más avanzadas? ¿cuesta más ponerse a estudiar a los 40 años que a los 20?

Según Javier Tubío Ordoñez, coordinador adjunto del Máster de Neuropsicología y Educación de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) y miembro del grupo de investigación 'Neurociencia aplicada al contexto educativo' de esta universidad, explica a ABC que efectivamente «cuesta más ponerse a estudiar a los 40 años que a los 20, sobre todo por las circunstancias personales más que por otra cuestión».

Asegura que a los 40 años la disponibilidad para sentarse a estudiar no es la misma que a los 20 cuando lo más probable es que no se tengan otras responsabilidades como pueden ser hijos, trabajos o facturas que pagar. «Cuesta mucho más ponerse a estudiar cuando el tiempo libre es muy limitado y los ratos que pueden dedicarse para el estudio se afrontan con cansancio por haber estado cumpliendo con todos los compromisos que la vida exige a estas edades. Por supuesto, esto es en términos generales, luego existen muchos otros factores individuales como, por ejemplo, el nivel cultural o el intelectual, que van a determinar en qué medida a una persona le puede suponer más o menos esfuerzo estudiar a ciertas edades.

¿Qué le pasa al cerebro cuando una persona acaba sus estudios de Formación Profesional o universitarios y pierde esta constancia en el estudio?

Si hay algo que caracteriza al cerebro es su capacidad de adaptación al ambiente a través de la experiencia y éste va a intentar siempre adaptarse a las exigencias del entorno de la manera más eficiente posible, porque nuestro cerebro es un sistema que tiende a la economía de recursos. Si las exigencias para cumplir con una determinada tarea son altas, empleará más recursos para satisfacerlas, como, por ejemplo, cuando estudiamos ocho horas al día durante años. Pero cuando entramos en una nueva etapa de la vida y estas exigencias disminuyen, el cerebro entiende que no es necesario mantener esos recursos que se fueron generando anteriormente, ya que esto supondría un gasto energético. Cuando hablo de recursos me refiero, por ejemplo, al desarrollo y establecimiento de nuevas conexiones entre neuronas, entre otros fenómenos. Si ya no necesitamos estudiar ocho horas al día ni almacenar memorísticamente cantidades ingentes de información, poco a poco las estructuras biológicas que a nivel cerebral se habían generado para sustentar estas capacidades irán degradándose y desapareciendo por desuso. Así que, si después de años sin estudiar nada queremos volver a rendir al mismo nivel que 20 años atrás, al principio nos costaría mucho esfuerzo. Digo al principio porque con constancia y creando el hábito estos mecanismos pueden llegar a volver a establecerse en cierta medida.

¿Cuáles son las dificultades a las que se enfrenta al volver a retomar el aprendizaje? ¿Se puede entrenar el cerebro?

La principal dificultad considero que es volver a establecer y mantener el hábito de estudio como, por ejemplo, sentarse a memorizar apuntes. Porque es algo que hemos dejado de hacer en nuestro día a día. Se debe ser muy persistente al principio. Pero va a depender mucho de las características de cada persona. Hay algunas que pueden haber dejado de estudiar de manera formal, pero, sin embargo, no han abandonado una forma de instrucción más informal y autodidacta durante estos años. A éstas les resultará más sencillo retomar el estudio que a aquellas que al terminar el instituto no volvieron a coger un libro y ahora 20 años más tarde quieren prepararse unas oposiciones, por ejemplo.

La buena noticia es que nuestro cerebro siempre está preparado para aprender y readaptarse. La neuroplasticidad es la base biológica del aprendizaje y aunque ésta es mayor en la infancia y la adolescencia, se mantiene durante toda la vida. Con un poco de fuerza de voluntad podemos ir 'entrenado' a nuestro cerebro a que poco a poco cada día vaya adquiriendo nuevas destrezas, esto va a permitir a que se vayan creando esos recursos que cada vez van a facilitar más la adquisición de aprendizajes nuevos.

¿Favorecen la experiencia y la madurez el aprendizaje en la edad adulta?

Por supuesto, la experiencia va creando un bagaje de conocimiento que facilita la comprensión de conceptos nuevos. El aprendizaje en el ser humano es fundamentalmente relacional, analizamos la información nueva comparándola y contrastándola con nuestros conocimientos previos. Cuanto más conocemos de una materia más fácil nos resulta aprender sobre ella. A los 40 sabemos mucho más sobre muchas más cosas que cuando teníamos 20, el aprendizaje va a ser mucho más significativo y tendremos más capacidad para entender cosas que antes.

Por otra parte, cuando nos enfrentamos a situaciones de estudio a edades más avanzadas lo hacemos con mucho más sentido de la responsabilidad que a edades más tempranas, la motivación probablemente sea mayor porque la decisión de volver a estudiar habrá estado mucho más meditada.

¿Cuáles son sus principales recomendaciones para tener el cerebro siempre 'engrasado'?

Primero, abandonar la creencia de que a determinadas edades es tarde para aprender cosas nuevas. Luego, hay muchas otras conductas que dependen de nosotros que podemos llevar a cabo a lo largo de la vida para mantener la salud de nuestro cerebro y que cualquier profesional de la neuropsicología siempre va a recomendar, éstas son: mantenerse lo más activo que nos sea posible tanto a nivel físico como intelectual, cuidar la dieta, cuidar el sueño, evitar el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas, evitar el aislamiento social y vigilar algunos factores de riesgo vinculados al declive cognitivo como la hipertensión, diabetes y la obesidad.

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