El silencio de Castro Urdiales
La declaración del presunto autor del parricidio, que ha acusado a sus padres de malos tratos, ha incrementado las incógnitas del caso
El futuro de los niños del crimen de Castro Urdiales: el de 13 años no puede ser juzgado y el mayor se enfrenta a 5 años de internamiento

Un incómodo silencio envuelve a los chalés que se alinean en el barrio de Monte Cerredo, en la localidad cántabra de Castro Urdiales. La Guardia Civil levantó el cordón en torno a la casa de Silvia el mediodía del viernes, pero la atmósfera sigue siendo triste y espesa alrededor. Han pasado tres días desde que una de sus vecinas apareció muerta y amordazada en su coche, presuntamente a manos de sus dos hijos adoptados. Con el paso de los días la incredulidad inicial ha ido dando paso a un silencio coral ante un caso que acumula más incógnitas que certezas.
Porque lo que ocurrió en el interior de la casa de Silvia y su familia sigue siendo una incógnita. Todo apunta a que los dos menores la apuñalaron en la cocina y después trasladaron su cuerpo hasta el coche. Hasta ahí las certezas, porque el resto son solo conjeturas y rumores que en la localidad marinera de poco más de 33.000 habitantes corren como la pólvora. Los mismos vecinos que el jueves por la mañana aseguraban que era una familia «normal», tras conocer la declaración de los menores sostienen que «algo» sospechaban.
De ahí que los más allegados de Silvia y su familia hayan optado por aplicar la ley del silencio. Más si cabe después de que se haya filtrado que el mayor de los hijos, el único que es imputable por lo ocurrido, declaró ante la Fiscalía de Menores que sus padres los sometían a «malos tratos» e insultos verbales. «No vamos a hacer más declaraciones», despachan desde las oficinas de la Iglesia del Sagrado Corazón, donde Silvia llevaba tres años colaborando como catequista.
De hecho, su última sesión de catequesis la impartió pocos días antes de ser asesinada. La noticia dejó impactada a toda esa comunidad cristiana, donde la recuerdan como una mujer «alegre» e «implicada» con las iniciativas de la parroquia. Silvia nunca escondió su fe católica, y la familia era una habitual en las misas de los domingos. El párroco sí explicó, todavía impactado por la noticia, que los dos hermanos, de 13 y 15 años, a veces incluso «salían a leer».
Silencio en el colegio
También se ha hecho el silencio absoluto en el colegio Menéndez Pelayo, donde acudían los dos menores. Poco después del crimen tanto las familias del resto de alumnos como quienes conocían el día a día del centro aseguraron que los dos hermanos «no eran conflictivos». El padre de un compañero del mayor explicó a este periódico que era «introvertido», aunque nada que les hubiera alarmado hasta el momento. Incluso la alcaldesa de Castro Urdiales, Susana Herrán, afirmó ante los numerosos que acudieron a la localidad marinera que constaba un «excelente» expediente académico.
Aunque lo que de verdad ocurría dentro del aula es otra de las incógnitas del caso. Ha trascendido que el menor ahora internado en el centro de menores de Parayas, en Santander, declaró que sus padres les «pegaban» y que era habitual que acudieran con golpes o moratones al centro educativo, aunque ni en los servicios sociales del ayuntamiento ni en los registros policiales del municipio constaban denuncias o actuaciones previas con esa familia. Para tratar de esclarecerlo, la Guardia Civil está ya intentando recabar testimonios entre la comunidad educativa y ha pedido a todos que no hablen con los medios de comunicación para que se respete el secreto de sumario.
También se han quedado mudos sus compañeros de trabajo en el hospital de Cruces, en Baracaldo, Vizcaya. Silvia era celadora y habitualmente trabajaba en Medicina Nuclear. Allí todos la recuerdan como una persona «alegre» y «buena compañera». No era ningún secreto que tuviera dos hijos adolescentes e incluso hablaba de ellos, «como cualquier persona normal». Ante el cúmulo de especulaciones que va acumulando el caso, han pensado que la mejor manera de recordarla es con una esquela en el periódico y cinco minutos de silencio en el lugar donde trabajó hasta poco antes de encontrar la muerte.
Y es que la vida de Silvia era la de una persona «normal». Trabajaba, y hacía gala de de su fe católica. También adoptó hace ya más de una década a dos hermanos, que llegaron a España cuando todavía eran muy pequeños. Junto a su marido les dio un hogar en la localidad cántabra de Castro Urdiales. Aunque los dos eran naturales del País Vasco, como tantos otros vizcaínos se fueron a vivir a la localidad cántabra, porque hace tiempo que Castro Urdiales se ha convertido en una ciudad dormitorio para muchos vascos. Es un pueblo tranquilo, con playa, a una media hora de Bilbao, y donde se puede vivir en un chalé a un precio más económico. Nada hacía presagiar que esa vida idílica se tornaría en tragedia.
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