Sánchez presume de mayor ambición exterior que Feijóo
Aunque desde el antagonismo e incluso animadversión, su enfoque internacional le emparenta con Aznar
En su último discurso, reprochó a la derecha no creer que España pueda tener liderazgo en el mundo
El presidente no logra tapar su precariedad
Visita de Zelenski a España, en directo: última hora del encuentro con Pedro Sánchez y el Rey Felipe VI hoy

En los seis meses que lleva al frente de su tercer Gobierno (después del monocolor del PSOE surgido en 2018 tras la moción de censura y de la coalición de 2020 con Unidas Podemos, ahora sustituido por Sumar) Pedro Sánchez ha puesto el acento más ... que nunca en las cuestiones de política internacional.
Así lo evidencia la campaña para el reconocimiento de Palestina que finalmente el Consejo de Ministros abordará este próximo martes. Sus dificultades severas en materia doméstica, que esta semana han quedado más en evidencia que nunca con la retirada de la ley del suelo justo antes de ser votada en el Congreso, le han empujado sin duda a ello. Pero no es la única explicación.
En Sánchez anida alguien con cierta vocación de diplomático, según una versión extendida entre sus colaboradores. Como se ha contado en muchas ocasiones, e incluso él mismo ha relatado, le marcó de joven su experiencia en Bosnia, trabajando junto al entonces alto representante de la ONU, Carlos Westendorp, el último ministro de Asuntos Exteriores de Felipe González.
Era 1997 y Sánchez, un veinteañero que ya trataba de hacer carrera en las Juventudes Socialistas. Algo más de medio siglo después, su imagen trata de esculpirse como la de un presidente con buen cartel en la Unión Europea (UE) e incluso más allá. Baste ver el tráiler de la hasta el momento no nata serie documental sobre su experiencia en La Moncloa para apercibirse de ello.
En todo ese relato hay un dato objetivo, que el propio líder socialista y sus acólitos repiten hasta la saciedad, en buena medida como argumento contra el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo. El hecho de que Sánchez sea el primer inquilino de La Moncloa que habla un fluido inglés. Pero incluso más allá de eso es obvio el cuidado y acento que pone en todo lo relativo al exterior.
Entre los puntos fuertes de su ejecutoria figura la exitosa cumbre de la OTAN que albergó Madrid en 2022. De aquellos días son varias de las imágenes del citado tráiler, en las que se le ve departir muy amigablemente con Joe Biden. Tampoco desaprovechó la oportunidad de explotar la presidencia europea rotatoria que recayó en España el segundo semestre de 2023, pese a que las circunstancias políticas le sorprendiesen casi toda ella ejerciendo en funciones, debido al adelanto electoral de julio del año pasado.
La vocación atlantista y la creencia de que España puede contar con más peso internacional impulsan la estrategia de La Moncloa
El 6 de octubre fue el anfitrión de una cumbre europea extraordinaria en Granada, que además de propiamente del Consejo Europeo lo fue también de los miembros del Consejo de Europa, que incluye a países no comunitarios, y en la que el invitado estrella fue el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski.
«Extraño patriotismo»
Pero más allá de esos hitos, la filosofía de Sánchez le aleja claramente de algunos de sus antecesores, como el más inmediato, Mariano Rajoy, que prefirió no mantener un alto perfil fuera de nuestras fronteras, y le acerca a otros. En ese sentido, y aun desde el claro antagonismo ideológico, con José María Aznar, pese a que el primer presidente del PP es habitualmente objeto de las críticas de Sánchez.
Pero ambos, de una u otra manera, han priorizado la relación con EE.UU. por encima de otras consideraciones. Aznar hasta el punto de apoyar la guerra de Irak hace veinte años, que rechazaron entonces los dos países principales de la UE, Alemania y Francia, y que tuvo una masiva contestación entre la ciudadanía española. Sánchez, con motivo de la citada cumbre de la OTAN de hace dos años, firmó con Biden en La Moncloa un acuerdo bilateral, algo que no sucedía desde el año 2001.
El presidente español lo puso de relieve sin citar a Aznar, pero sí a su ministro de Exteriores entonces, Josep Piqué (fallecido el año pasado), y a su homóloga entonces bajo la Administración de George W. Bush, Madeleine Albright. Si Aznar tomó una decisión claramente impopular con su apoyo a la invasión de Irak, como también hizo hace dos décadas el primer ministro británico Tony Blair, Sánchez no le ha ido a la zaga con su giro copernicano en la relación con Marruecos, tras reconocer la soberanía del vecino del sur sobre el Sahara Occidental, la antigua colonia española.

Algo que no deja de escandalizar a sus socios por la izquierda, pero que también le viene granjeando críticas de los partidos de la derecha en la oposición. Y que desde luego, y no por casualidad, ha corrido paralelo al fortalecimiento de las relaciones con la Casa Blanca, uno de los principales objetivos de José Manuel Albares desde que en 2021 se hizo cargo del Ministerio de Asuntos Exteriores.
Se venía entonces del paseo de unos segundos de Sánchez con Biden en otra cumbre atlántica, esta en Bruselas, que provocó el jolgorio en las redes sociales después de ser anunciado casi como una cumbre bilateral. Era entonces jefe de Gabinete del presidente el ínclito Iván Redondo, y muchos apuntan a ese episodio como el que precipitó su caída en desgracia hasta ser sustituido por Óscar López, que ocupa ese cargo desde hace tres años.
Las reminiscencias aznarianas –siempre partiendo de que se trata de dos figuras no solo muy distantes en lo ideológico sino también con una indisimulada animadversión mutua– pudieron verse también en el discurso de Sánchez del miércoles en el Congreso, aun cuando éste contuvo varias menciones críticas al expresidente. Sánchez presumió de tener «ambición» para que España influya fuera de nuestras fronteras y le reprochó a la oposición carecer de ella.
Según blasonó, con su presidencia se ha acabado dentro y fuera de nuestras fronteras, «con la imagen de una España acomplejada que miraba desde abajo a las demás potencias europeas y no se atrevía a liderar en temas globales». Además, criticó el «extraño patriotismo» de la derecha, ya que a su juicio consiste en «pensar que España es un país sin peso, que no puede tener liderazgo internacional». «Yo, desde luego, lo veo al revés», sentenció desde la tribuna de oradores.

El presidente culmina con Palestina su mayor apuesta sin llamar al PP
El próximo martes, y después de semanas de especulaciones sobre la fecha concreta, España reconocerá a Palestina como Estado. Lo hará en el Consejo de Ministros ordinario, con una fórmula aún por definir –probablemente una declaración de Pedro Sánchez en las escalinatas de La Moncloa– y de manera coordinada con Irlanda y Noruega, a la espera de que pronto se sumen también Eslovenia y Malta.
Ninguno de estos países es el primero, pues mucho más de un centenar de naciones soberanas han hecho ya ese reconocimiento, y desde hace décadas. Una nómina muy abultada que incluye a países del llamado sur global como Brasil, a Islandia y a Suecia y a los países europeos de la antigua órbita soviética.
Pero eso no obsta para que Sánchez y su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, crean estar dando un paso histórico para implementar algún día la solución de los dos Estados que aúna amplio consenso internacional. En palabras del propio Albares, sería hacer «irreversible» ese camino.
El reconocimiento de Palestina fue un compromiso de investidura que se hará con Dublín y Oslo
No lo ven así los países que no han hecho ese reconocimiento, que no son pocos ni desde luego poco relevantes. Empezando por EE.UU. y siguiendo por los grandes países de la UE, Alemania, Francia e Italia. Y algunos más: los Países Bajos, Austria, Grecia, las repúblicas bálticas, Finlandia, Dinamarca, Canadá, Japón, Corea del Sur y también Portugal. Para todos ellos, el reconocimiento de Palestina debe ser el final de un camino de paz para Oriente Próximo y no el principio del mismo, como considera Sánchez.
Un mandato de 2014
En La Moncloa enfatizan que Sánchez ha sido pionero en esta materia desde el principio. En su discurso de investidura de noviembre se comprometió al reconocimiento del Estado palestino, y ahora cumple con ello.
En realidad es un mandato del Congreso de los Diputados de hace una década, en 2014, aprobado además por unanimidad, en un momento en el que el Partido Popular gobernaba con mayoría absoluta.
Pese a ese antecedente, el Gobierno no ha hecho ningún movimiento para consensuar o informar preferentemente al primer partido de la oposición sobre sus planes. Más allá de los contactos de Albares con todos los grupos parlamentarios.

La medida que culmina este martes ha provocado dos giras recientes de Sánchez, una por Arabia Saudí, Jordania y Qatar, en la que visitó campos de refugiados palestinos y abordó con las autoridades saudíes el reconocimiento que aún no hacen de Israel como nación soberana casi ochenta años después de su creación.
Y la segunda por Varsovia, Oslo y Dublín, en la que firmó con el primer ministro de Noruega, Jonas Gahr Store, un documento bilateral a favor del reconocimiento. Aunque el Parlamento de ese país, que no forma parte de la UE y que albergó en 1993 los históricos acuerdos de Oslo entre israelíes y palestinos, ya lo había solicitado en noviembre.
Fuentes del Gobierno lo consideran todo un hito y un golpe duro en términos diplomáticos para Tel Aviv, precisamente por ese carácter mediador que ha tenido Noruega en el largo proceso de paz.
Desde octubre, la actitud de Sánchez ha sido paulatinamente más beligerante contra el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ya desde su visita a Israel en otoño, aún como presidente de turno de la UE.
Hasta su comparecencia parlamentaria del pasado miércoles, en la que anunció la fecha del reconocimiento de Palestina, que situará a los españoles, aseveró, «en el lado bueno de la historia». A Netanyahu le acusó de no tener «un plan de paz» y de causar «tanto dolor y destrucción que la solución de los dos Estados está en serio peligro».
El camino para el reconocimiento tampoco ha estado exento de problemas con los socios, que le piden ahora una actitud más beligerante y de boicot a Israel, y no sólo en materia de armamento. Las relaciones con las autoridades israelíes no han parado de deteriorarse durante este camino.
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