Por las tuberías o el escondite de un altavoz: el Pastilla y otras fugas carcelarias de película
La mediática huida de un preso de Alcalá Meco durante una visita familiar no es la única escapada de película de la historia reciente, donde los reos han desaparecido tras salidas al hospital, escondidos en un altavoz e incluso colgándose de sábanas trenzadas
La Policía pide ayuda para localizar a El Pastilla

Tras mantener «una comunicación con familiares» el pasado sábado, Yousef Mohamed Lehrech, alias 'El Pastilla', desapareció sin dejar rastro de la cárcel madrileña de Alcalá Meco. La Policía aún busca a este joven acusado de asesinato, que no es el primero (ni será el ... último) que protagoniza una fuga de una prisión española digna de ser llevada a la gran pantalla.
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El Piojo y el Negro
Hermanos a la fuga
La penúltima escapada propia de una película berlanguiana la protagonizaron los hermanos Jonathan y Miguel Ángel Moñiz Alcaida, apodados 'el Piojo' y 'el Negro', respectivamente. Durante semanas o meses, junto a un compinche que no logró rebasar el muro de la cárcel de Valdemoro, pergeñaron un plan en el que los palos de las escobas con los que solían limpiar el módulo 9 del penal madrileño eran fundamentales. Por allí habían conseguido ganarse cierta confianza en sus movimientos, encargados de algunos quehaceres domésticos y del economato. A sus espaldas, decenas de robos. Pero de rejas para adentro parecían presos casi modélicos.
Hasta que (se investiga si con la ayuda voluntaria o por la negligencia de algunos funcionarios y guardias civiles) se fabricaron una llave artesanal y entraron en el pequeño cuarto almacén, la tarde del 5 de diciembre de 2020. Desde ahí y tras romper la ventanilla del cubil, llegaron al tejadillo, del que se desprendieron, y se lanzaron a la carrera hacia el primer muro perimetral. Gracias a su pericia y a una forma física forjada con muchas horas de pesas y no pocos milígramos de esteroides, el Piojo y el Negro rebasaron esa primera valla, de 7 metros. No sonó ni una alarma. Luego, hicieron lo propio con la segunda. Fuera, les esperaban unos compinches, hasta ahora desconocidos, que les ayudaron a huir en un Audi.
Aquello puso nerviosos a los responsables de Instituciones Penitenciarias, que vieron cómo se les esfumaban dos tipos muy peligrosos a la vieja usanza. También a la Guardia Civil y a los empleados que vieron cómo se ponía en duda su honorabilidad; y a los policías nacionales que casi dos meses después, dieron caza al Piojo de una manera no menos peliculera. Ocurrió en Colonia Jardín, donde el Grupo XXI de Policía Judicial de Madrid le tendió una emboscada tras conseguir localizarlo días antes gracias a la placa de un coche que había robado en sus nueve semanas de huida. En cuanto a su hermano Miguel Ángel (tienen al menos otros dos más en prisión), hubo que esperar tres meses más, mayo de 2021, para que lo sorprendieran cuando repostaba en una gasolinera de las afueras de Getafe. Había permanecido casi todo el tiempo en una madriguera del Alto de San Isidro (Carabanchel). Ambos están a punto de salir en libertad.
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Brito y Picatoste
33 días huidos
Un joven asesinado. Su novia, violada. Un mosso parapléjico y otro con una bala alojada en la columna. Fue una llamada la que activó a los dos policías para efectuar el traslado «urgente» de un preso de Ponent hasta el Hospital Arnau de Vilanova (Lérida). Se había autolesionado, tirándose por unas escaleras.
Al salir del centro sanitario, donde le colocaron un yeso en el brazo, Manuel Brito, se libró de las esposas –que no le colocaron para evitar deformar la escayola–. En la puerta de urgencias le esperaba otro recluso del mismo penal, Francisco Javier Picatoste, que no había regresado a la prisión tras un permiso. Disparó contra los dos policías, y se fugó así con su amigo. Una huida que se alargó durante 33 días.
Además del revolver que llevaba Picatoste, sustrajeron el arma reglamentaria a uno de los mossos. Huyeron en un coche robado que abandonaron poco después, para proseguir su marcha a pie. Dormían de día y caminaban de noche. Llegaron así hasta la sierra de Collserola (Barcelona), tras recorrer más de 150 km. Allí, varios compinches se encargaron del avituallamiento. De víveres a teléfonos móviles y sus respectivas baterías cargadas, de tanto en tanto. Una de sus llamadas, siempre en clave, llevó a los investigadores a su ubicación: el paraje boscoso de 11.000 hectáreas. Localizarlos no fue fácil.
Un despliegue de Mossos, Policía Nacional y Guardia Civil peinó la sierra las 24 horas con el objetivo de darles caza. Pero su huida se cobró otras dos víctimas, cuando Brito y Picatoste localizaron un vehículo en la carretera de Cerdanyola. En su interior, Sergio, de 23 años, junto a su pareja. A él, Brito le vació el cargador, matándolo. Con la chica en la parte trasera, ambos se montaron en el coche, pero dejó de funcionar unos metros más adelante, por el impacto de algunos proyectiles. Acordaron atarla a un árbol con bridas, para ganar tiempo y escapar antes de que pudiese delatarlos. Pero en vez de respetar el plan, Brito la violó.
Fue solo tres días más tarde, el 16 de noviembre de 2001, cuando ambos fugitivos habían quedado con un tercero, cuando el Grupo Especial de Intervención (GEI) consiguió detenerlos. Tras horas camuflados en una zanja, aparecieron. A pesar de ir armados, no opusieron resistencia. (Finalizó así su fuga sangrienta). Cuatro años más tarde, la Audiencia de Barcelona impuso 76 años de cárcel a Brito y otros 62 a Picatoste por asesinato consumado, dos tentativas, robo con violencia, tenencia ilícita de armas y quebrantamiento de condena. En el caso del primero, también por la agresión sexual a la novia del joven que mataron. A día de hoy, aún cumple condena en un penal catalán. Picatoste murió en prisión en 2020.
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El Rambo gallego
Sobrevivir en el monte
Alfredo Sánchez Chacón, apodado 'el Rambo gallego', no solo se hizo famoso por su habilidad para sobrevivir oculto en el monte durante años sin apenas ropa ni alimento, sino por la facilidad con las que se escabullía de las prisiones en las que le tocó cumplir condena. Su última fuga, de Monterroso, duró casi un año en el que este gallego con formación militar y sentenciado por asesinato se dedicó a robar comida a los vecinos de la zona boscosa por la que se movía hasta que fue cercado y detenido por la Guardia Civil. Tenía 63 años y había desaparecido aprovechando un permiso penitenciario, pero en su historial destacan otras fugas menos prosaicas. La más sonada data de 1997 y para ejecutarla contó con la ayuda de otro preso, Canceliñas. Los dos fingieron una pelea en la sala de la prisión viguesa de la Avenida de Madrid y, en medio del tumulto, se descolgaron hasta el patio común del edificio bajando por unas sábanas que previamente habían trenzado. Una vez allí, lograron salir por la puerta aprovechando que un funcionario que había acabado su turno se iba a casa. Una vez fuera, robaron un BMW y cruzaron la frontera hacia Portugal.
La aventura de Canceliñas acabó tan solo dos días después cuando los agentes lo atraparon en el monte, pero Chacón fue capaz de sobrevivir dos años en la más absoluta soledad y con lo puesto. Una mochila con un cuchillo, una cuerda y alguna prenda de ropa fueron su única compañía durante el tiempo que vivió de forma nómada. Su fuga se frustró la noche que bajó a un local de alterne de una localidad próxima, donde fue detenido. Años más tarde se fugó de una prisión valenciana, aunque fue localizado al poco tiempo. En la actualidad sigue encarcelado.
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Picabea y Sarrionandia
Escondidos en un altavoz
En el País Vasco cada verano la canción Sarri Sarri, todo un clásico de las verbenas de la región, recuerda la fuga de película que protagonizaron Iñaki Picabea y Joseba Sarrionandia. Ocurrió el 7 de julio de 1985. El cantante vasco Imanol fue a la cárcel a ofrecer un concierto para los reclusos. La sorpresa llegó cuando tras el festejo los funcionarios procedieron a hacer el recuento. Faltaban Joseba Sarrionandia e Iñaki Picabea, los dos condenados por pertenencia a ETA. Aprovecharon los trabajos de desmontaje del escenario para ocultarse en un altavoz y huir de prisión sin que los cantantes sospecharan que llevaban polizones a bordo. Investigaciones posteriores han confirmado que el que luego fuera dirigente etarra, Mikel Antza, fue uno de los ideólogos del plan.
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La fuga de Segovia
800 metros de galerías
'La fuga de Segovia' no es sólo el título de la película de Inamol Uribe, es el retrato de una de las grandes huidas de un penal en España. Ha pasado casi medio siglo, los presidiarios que lo han intentado e incluso conseguido después han sido varios, pero este hecho que remonta la memoria al 5 de abril de 1976 sigue formando parte de la historia y los recuerdos.
Ese día, hasta 29 reclusos de la vieja cárcel de la capital del Acueducto hacían realidad sus anhelos de dejar atrás los muros. No era la primera vez que lo intentaban, pero en aquella ocasión el túnel perforado con paciencia desde el interior les permitió ver la luz. Salieron a un colector, a las afueras de la ciudad. 800 metros de galerías por las que hasta 24 presos de ETA Militar y otros cinco del PCE, el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP), el Frente de Liberación Catalán (FAC) y el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) dejaron atrás el penal, gracias también a la colaboración exterior.
A partir de ahí, a bordo de un camión cargado de madera lograron llegar a la localidad navarra de Espinal, cerca de la frontera con Francia. Completada la parte a priori más complicada, moviéndose de noche para pasar más desapercibidos, la Guardia Civil logró interceptar a un grupo que por sus dimensiones no era precisamente discreto. Se dispersaron y ahí fueron cayendo. No de todos, eso sí. Tiroteo mediante, murió el anarquista Oriol Solé y 21 decidieron rendirse y entregarse. Otros tres miembros de ETA fueron detenidos en días posteriores. Sólo cuatro pasaron a tierras galas. Con la amnistía general tras el fin del Franquismo, pudieron regresar a España.
*Con información de Carlos Hidalgo, Elena Burés, Patricia Abet, Isabel Jimeno y Miriam Villamediana
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