Las nuevas formas de moverse por Madrid
BAJO CIELO
Ya no se pasea, porque entre patinetes, bicis, tuctucs, segways, monoruedas, repartidores, motos eléctricas y drones, Madrid se está volviendo una actividad de riesgo en sí misma
El Madrid de azoteas, palomares y bañadores

Ay Madrid de calles estrechas y cuestas. Qué centro estamos haciendo, con sus maletas, sus franquicias y sus viejas que no salen por miedo a ser atropelladas. Si no son patinetes eléctricos, son bicis; si no son bicis, son trolis; si no son trolis, ... son tuctucs; si no son tuctucs, son todos a la vez. No hay semáforo que respeten ni acera que no invadan. Van por la calle como quien va por la playa, sin ruta marcada, salvo por el navegador que les guía hacia su próxima entrega.
Da igual que sea una travesía en dirección prohibida, una zona peatonal o una avenida de doble dirección. Ellos se las ingenian para saltarse la ley, aunque puedan ir al mismo sitio cumpliendo con el reglamento de circulación.
Ahora también se deja ver un nuevo modelo que parece sacado de la última de George Lucas. Es una monorueda que acelera o frena según la inclinación del conductor. Éste, generalmente, va ataviado con casco de carreras de motocross, rodilleras, coderas y hasta guantes. Me imagino que es un uniforme estándar, porque la piña desde ese trasto es habitual y dolorosa. Pero ahí van, tan panchos, por la calle Atocha, por Fuencarral o por Amor de Dios, que ya no es calle ni lamento sino la mera descripción de nuestra precariedad como ciudad.
Por Huertas, por ejemplo, van grupos de turistas en una especie de trono con ruedas llamado Segway. Es tan grande y tan incómodo para el resto de peatones que, al verlos, me recuerda a un grupo de forajidos del Oeste que vienen a sembrar el pánico en nuestra otrora villa. Van de cinco en cinco o de diez en diez. Y se pasean la ciudad desde el hotel hasta el Museo del Prado, desde el Palacio Real hasta el Reina Sofía llenando de terror el todo a su paso.
Lo de la movilidad se está convirtiendo en algo irrespirable. Ya no se pasea, porque entre patinetes, bicis, tuctucs, segways, monoruedas, repartidores, motos eléctricas y drones (esperen dos minutos), Madrid se está volviendo una actividad de riesgo en sí misma.
Como en todas las modas, los viajeros intergalácticos de esta nueva ciudad, son además los dueños de la calle. Como a un peatón se le pase por la cabeza protestar por un inminente atropello, estos conductores suicidas son capaces de bajarse del trasto y amenazar al intrépido caminante con una violencia inusitada. No hay nada más peligroso que señalarles. Nada más insensato que increparles.
Ay Madrid, qué te pasa que no te atreves a decir nada porque si lo haces ya no eres internacional, o sostenible o gilipollas, en definitiva. Los niños van al cole en patinete. Sus padres al trabajo en bici eléctrica. Los profes al psiquiatra porque los peques les amenazan y, claro, todos andan conectados a los móviles buscando un nuevo punto de carga que les descargue esa droguita que tanto les vacía.
Este que escribe, como es un insensato, sigue caminando por la calle viendo el videojuego en el que nos estamos convirtiendo. De vez en cuando, me cruzo con algún otro insensato que también camina. Los dos nos miramos sabiéndonos en riesgo, como si fuéramos esos últimos de la fila a la espera que nos den el pase. Me imagino a los agentes de movilidad en dos o tres telediarios: Oiga, usted no puede ir andando por aquí. Esta calle está hecha para personas sostenibles. Debe ir acompañado de un motor eléctrico porque así lo dicta Bruselas. Tiempo al tiempo. Nos estamos haciendo así a golpe de talonario de fondos europeos.
La ciudad está expulsando a las personas normales porque hoy en día, ser normal, es sinónimo de exclusión. Los mercados se vacían porque los mayores no se la quieren jugar. Las plazas son puntos de carga. Las calles, una verbena de motores silenciosos que van y vienen sin control alguno. Y yo me pregunto que hasta cuándo. Y si de pronto fueran los mayores quienes empujan a los usuarios de patinetes. Y si las señoras mayores volvieran de la compra llenando de aceite el asfalto. Y si Madrid dijera basta de movilidad, sostenibilidad y demás basura eléctrica. Y si los conductores de coches abrieran la puerta contra el ciclista que se salta un semáforo. Y si llovieran macetas sobre los techos de los tuctucs. Y si todo eso en vez de ser un sueño fuera una realidad. Madrid sería aquello fue, y no lo que es a golpe de bobada. Y la semana que viene, los pisos turísticos. Que vaya guasa tenemos con eso también.
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