LAPISABIEN
El sí lugar de los intercambiadores
Los 'seguratas' saludan a los habituales con esa amistad que da el mismo sitio, la misma hora, un torno dilecto
Suplemento musical
De los aeropuertos se ha hablado hasta la saciedad. El no lugar. El hombre, hacinado o no, que espera sin que le dejen fumar en las largas vísperas de desafiar a la gravedad, de mejorar a Ícaro. Es cierto que algo de eso ... hay, que al viajante, que va a descansar a tampoco más de dos horas de Barajas, un retraso lo hunde, lo conduce a pensares trágicos, que se van, que se diluyen en cuanto el 'bicho' toma el vuelo.
Luego, a un nivel más doméstico, están los intercambiadores, absorbentes de madrileños, que entre obras y no obras, viajes gallináceos al metro o a Guadalajara, pasan allí el tiempo. Y hay romances furtivos, aunque es una intuición en los mingitorios.
Me gustaba el de Avenida de América cuando anochecía, o cuando el sueño iba abatiendo a los de lejos y a los de cerca. Las cafeterías, y los camareros con uniforme, vendiendo a quien probablemente no vean más; o lo vean reiteradamente. Para mí es un sí lugar, si es que existe tal terminología.
Es todo un mundo, un aeropuerto, y vuelvo a la metáfora del aeropuerto, de tentaciones. Pero de tentaciones baratas por sentarse, descafeinado con soja, e ir viendo al paisanaje. Que sonríe, pese a todo.
Arriba, cerca, el edificio de la UGT evoca sus cosas al que todo lo lleva a la política. Pero bajo tierra, a muchos metros bajo tierra, hay alguien que canta por José Alfredo, por Cafrune. Personal que apura con la maleta llegar al camastro lejano que lo acune. Asientos incómodos, de metal que ha sostenido muchas vidas, muchas existencias. Todo eso entra en el micromundo del intercambiador, al que no se le he cantado lo que se debería.
Un intercambiador es el Rastro, y te venden baratijas que están ahí, expuestas, al mileurista que ni las mira. Hay estancos, para que el paquete de tabaco, en el bolsillo, vaya calmando las angustias del trayecto. Entonan bien y mal a José Antonio Jiménez, pasan raudos los jueves los jovenzuelos con su «me renta» para arriba y para abajo.
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Los 'seguratas' saludan a los habituales con esa amistad que da el mismo sitio, la misma hora, un torno dilecto. El milagro de la costumbre.
Quizá un viaje no muy caro a la América española ponga una mueca de esperanza a aquel o aquella, que lleva prisa y que va a subirse al metro en una extraña postura.
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