evidentemente, si
No a la trampa saducea de Sánchez, sí al Toisón a Doña Sofía
El Gobierno agrede la Transición dando la matraca por la muerte de Franco y sembrando la discordia entre españoles mientras obvia que el gran protagonista de aquel proceso fue Juan Carlos I, el Rey Demócrata. Por eso es simbólico y pertinente el reconocimiento de Felipe VI a su madre
El año 2025 es peculiar, y Sánchez debía saberlo. Es el número que resulta de multiplicar 45 por 45, y esto no pasa todos los años. De hecho, sucede muy pocas veces. La última fue curiosamente en 1936, inicio de la guerra civil, ... resultado de 44 por 44. De modo que sí, el sanchismo tiene también un anclaje en la numerología, esa creencia que establece una relación oculta entre los números, los seres vivos y las fuerzas físicas o espirituales. La prueba es la obsesión de la izquierda actual por resucitar los fantasmas del pasado, agredir el espíritu de consenso que presidió la Transición y arrojarnos a la discordia, ya sea por el inicio de la Guerra Civil, ya sea por el día en que murió Francisco Franco.
El primer acto del presidente del Gobierno en 2025 fue un aquelarre de ministros para resucitar al dictador con un doble objetivo: por un lado, recuperar aunque sólo sea durante un rato el dominio sobre la agenda mediática (de qué se habla en el debate público). Si Sánchez tiene una virtud es ésa: controlar de qué hablamos los españolitos. En eso es un maestro, y lo es desde que llegó a La Moncloa. Nadie como él ha sabido marcar permanentemente el paso a la opinión pública y dejar a la oposición intentando sacar cabeza como el perro semihundido de Goya.
Pero todo esto cambió en el segundo semestre de 2024, cuando los escándalos judiciales se convirtieron en los principales asuntos de portada y de apertura de los informativos de radio y televisión. Por eso Sánchez ha vuelto en 2025 agarrándose a Franco: para construir un marco comunicativo en el que la sociedad discrepante (los del otro lado del muro) se quede atrapada ante una duda existencial: o apoyas los actos de Franco, o eres un franquista. No sé si Sánchez conoce bien la Transición, pero su actitud es un reflejo sanchista de un pasaje bíblico que hizo fortuna en 1973, «la trampa saducea»: hacer una pregunta de manera que si respondes sí, malo; y si respondes no, malo también. Por eso, los que creen que lo que hay que conmemorar no es la muerte de Franco sino la proclamación de Juan Carlos I no deben aceptar ese planteamiento capcioso que hace el Gobierno. Entender que no tiene sentido recordar insistentemente el 20-N no significa ser nostálgico de nada, como pretende Sánchez, sino todo lo contrario.
El segundo objetivo que persigue Sánchez es dividir a la sociedad y para ello también le sirve manosear la Transición. ¿De verdad la fecha elegida para conmemorar la Democracia es la muerte de Franco? ¿Y qué pasa con la proclamación de Don Juan Carlos, que fue tan sólo dos días después? ¿No es más lógico conmemorar la llegada del Rey que la muerte del dictador? ¿De verdad este Gobierno no tiene arrestos para reconocer la inmensa labor de Don Juan Carlos en aquellos años trepidantes que acabaron en abrazo? Menos mal que Felipe VI ha estado a la altura esta semana entregando a Doña Sofía el Toisón de oro, un reconocimiento que no sólo es merecido, sino que es especialmente simbólico en este momento en el que el Gobierno está tratando de negar el pan y la sal a Juan Carlos I.
Me pregunto cómo bautizarán los historiadores al hijo de Don Juan. Yo propongo el Rey Demócrata, porque él y sólo él fue quien renunció al poder absoluto y se lo entregó a los españoles en tan sólo 19 meses. ¿Puede haber mayor obra política? Ninguno de los errores cometidos por Don Juan Carlos puede hacer sombra al significado que aquel proceso tuvo para todos y cada uno de los españoles, los de entonces, los de hoy y los de mañana. Por eso es una indignidad que en el centenar de actos que este Gobierno ha preparado para hablar de la libertad no haya dedicado ni uno solo al Jefe del Estado que llevó España a la Democracia. La primera prueba la dio sólo tres días después, cuando aprobó un indulto general que propició la inmediata excarcelación de Marcelino Camacho, el líder de CC.OO., perseguido por el franquismo. Pero a Sánchez todo eso, y muchas otras cosas, le da igual.
Es, además, de especial mal gusto celebrar el primer acto sobre Franco dos días antes de que el dictador de hoy, que es Nicolás Maduro, usurpe el poder al legítimo vencedor de las últimas elecciones venezolanas. Ni una palabra de aliento a la diáspora, ni un miembro del Gobierno en la manifestación de la oposición en la Puerta del Sol. La nada, salvo Franco.
Los que somos aficionados a la cultura (que no es sinónimo de cultos), solemos quedarnos con la primera de las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre. Sin embargo, como me recordó este jueves el director de la tertulia de Historia del Casino de Madrid, Luis Español, la que gusta a los historiadores es la decimoquinta: «Dejemos a los troyanos, que sus males no los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias; no curemos de saber lo de aquel siglo pasado, qué fue de ello; vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello». En La Moncloa deben empezar a leer a los clásicos y dejar de arrastrarnos al pasado. A lo peor de nuestro pasado.
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