Una familia «normal» de fuertes convicciones religiosas y dos niños con «buen expediente académico»
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La noticia de la muerte violenta de Silvia López ha caído como una auténtica bomba de relojería en el hospital de Basurto, en Baracaldo (Vizcaya). Sus compañeros se enteraban a media mañana de que la mujer asesinada en Castro Urdiales (Cantabria) el miércoles presuntamente a manos de sus dos hijos menores era la celadora alegre y amable que se cruzaban por los pasillos del hospital. Igualmente conmocionados han despertado hoy los feligreses de la iglesia del Sagrado Corazón de de la localidad cántabra, donde Silvia era una de las catequistas más queridas.
«Estamos en shock», «no puede ser», eran las frases que repetían una y otra vez quienes alguna vez coincidieron con ella. Silvia trabajaba como celadora interina en el hospital de Cruces. Era habitual, relatan a este periódico, que formara parte del retén que en cada turno atiende las necesidades que van surgiendo en el servicio. Todos la recuerdan como una buena trabajadora, muy amable con sus compañeros.
También en su parroquia el recuerdo que guardarán para siempre de Silvia es el de una mujer «cariñosa» y muy comprometida con la vida pastoral. Basta mirar las publicaciones de sus redes sociales para darse cuenta de que era una mujer con firmes convicciones religiosas. Desde hace tres años, además, ejercía como catequista. Uno de los párrocos explica a ABC que era habitual ver a los cuatro integrantes de la familia acudir a misa los domingos y que estaba «muy comprometida» con la comunidad de la parroquia.
La última vez que la vieron fue esta misma semana. Acudió como venía haciendo desde el inicio del curso, a impartir sus clases de catequesis. Aseguran que tenía una actitud «normal» y que no vieron nada en el ella que les hiciera sospechar del trágico desenlace. «Eran una familia normal», insiste el párroco que asegura que toda la comunidad está en shock. «Era una persona muy dulce, los niños de la catequesis la adoraban», asegura.
En la parroquia del pueblo también conocían a los dos menores que presuntamente han asesinado a su madre. De nacionalidad rusa, la pareja les adoptó cuando eran pequeños, eran hermanos biológicos, y aparentemente llevaban una vida normal. En declaraciones a los medios de comunicación, Susana Herran, alcaldesa de Castro Urdiales, ha confirmado que contaban con «un buen expediente académico» y que no constaban intervenciones de servicios sociales en la familia. «No hay registrado ningún incidente», ha asegurado.
La Fiscalía ha pedido seis meses de internamiento provisional para el mayor de los hermanos. Ahora, será el juez que instruye el caso el que tenga que decidir.
Todo el entorno de los menores coincide en señalar que eran buenos estudiantes. El padre de un compañero de clase ha relatado a ABC que el mayor de los hermanos era algo más introvertido aunque en ningún caso podría considerarse un «niño problemático». También apunta a que podría haber tenido alguna disputa con sus compañeros de colegio, aunque nada que hiciera presagiar que se vería envuelto en un suceso tan truculento.
Su educación también estaba marcada por las convicciones religiosas de la familia. Debido a ello, algunas fuentes apuntan a que los padres imponían una disciplina estricta. De ahí que «no salieran mucho» con otros chicos de su edad.
Castro Urdiales es un pequeño municipio cántabro situado a poco más de media hora de Bilbao. Cuenta, además, con numerosas zonas residenciales. La familia de Silvia vivía en una de esas urbanizaciones y aunque los niños estudiaban en el municipio, la familia hacía numerosos viajes al País Vasco, muchos de ellos por motivos laborales. Su padre trabajaba en una empresa metalúrgica de la localidad alavesa de Llodio. El miércoles se disponía a realizar el turno de noche, y fue al poco de empezar cuando se enteró de la trágica noticia. Su entorno confirma que «está destrozado».
Las autoridades han decretado tres días de luto tras el suceso, y la localidad ha suspendido la celebración de sus carnavales.
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