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Vuelco en Barcelona: comunes y PP hacen alcalde al socialista Collboni (PSC)

En un giro de última hora, el pacto impide que el independentismo se haga con la capital catalana

Sirera: «Por responsabilidad damos nuestro apoyo a Collboni. Colau ya es historia»

Editorial ABC: Sábado dramático para la izquierda

Jaume Collboni, en el pleno municipal en el que ha sido elegido alcalde abc

Una inédita alianza de socialistas, comunes y populares propició ayer un sorprendente e inesperado vuelco en Barcelona, que en un giro de última hora, cuando se daba por hecho que el independentista Xavier Trias (Junts) se haría con la alcaldía de Barcelona, eligió a Jaume Collboni (PSC) como nuevo primer edil. El secesionismo, de forma imprevista, y tras haber pactado ya un gobierno a medias entre Junts y ERC, pierde la capital catalana. Gran enojo del independentismo, que volvió a clamar contra una «operación de Estado».

Aunque ya hace días que el PSC trabajaba para lograr un acuerdo que parecía imposible, el giro definitivo sólo fue posible a menos de una hora para el inicio del pleno, cuando los comunes anunciaban en un comunicado su apoyo al PSC por la «necesidad de evitar un gobierno de Junts que extienda alfombras rojas a los 'lobbies' y a los sectores favorables a las políticas de la derecha». El hecho clave de que los comunes comunicaran que no iban a entrar en el gobierno municipal deshacía uno de los nudos que impedía el acuerdo, ya que esta era precisamente la principal condición que el PP –casi parecía que imposible, para frustrar el acuerdo– había impuesto para dar su apoyo a un alcalde socialista.

De golpe, y tras el paso atrás de los comunes, toda la presión se trasladó al PP, en cuyo seno se reconocía a ABC que la decisión última la había tomado el presidente del partido, Alberto Núñez Feijóo, en un paso con una innegable trascendencia nacional, a pocas semanas de las elecciones generales. Fuentes políticas señalan que si para el PP un ejecutivo con Trias al frente ya era difícil de explicar, el hecho que se pactase un acuerdo entre Junts y ERC había ayudado a tomar la decisión, pasando por encima también del afecto personal que se tienen Feijóo y Trias y el hecho de que, en realidad, y por encima de la cuestión independentista, el «modelo de ciudad» de unos y otros es muy similar. Si el papel de Feijóo ha sido determinante, fuentes socialistas apuntan que la interlocución con el PP no la ha tenido Ferraz sino el PSC, particularmente Salvador Illa.

En cualquier caso, la tensión y bronca con la que se vivió el pleno de ayer por la tarde reflejaban la trascendencia del momento, con la alcaldía de la capital catalana en juego. Abucheos, ovaciones y duros reproches entre los distintos líderes, y un enojo agrio, sonoro, entre el independentismo, que como en 2019, en ese momento con el concurso decisivo de Manuel Valls, ve cómo se le arrebata la alcaldía. Con extrema dureza, el alcaldable burlado, Xavier Trias, acusó al resto de partidos de «hacer tonterías», de mentir, desligitimando la inédita alianza para desalojarlo. «Yo me voy a casa, que os zurzan», acabó su intervención en un tono bronco que contradecía su propia intención, aseguró, de »saber perder con elegancia«. El mismo tono empleó Ernest Maragall (ERC), que a sus 80 años se ve, como en 2019, fuera del gobierno municipal.

Ya desde su llegada a plaza Sant Jaume, todas las miradas se posaron sobre el líder municipal del PP, Daniel Sirera. Minutos antes del pleno aún paseaba por la galería gótica del edificio consistorial pegado al móvil: tarde de infarto. En su intervención, con Collboni ya con la vara consistorial en mano, el popular justificó el giro sobre el hecho que no pensaban tolerar ni un alcalde independentista ni otro gobierno con los comunes. «Cumplidas esas condiciones, por responsabilidad, damos nuestro apoyo a Collboni», zanjó Sirera. «A pocas semanas de las elecciones no ha sido fácil dar la alcaldía a un socialista», reconoció. «Pero siempre dije que priorizaríamos los intereses de la ciudad por delante de los míos o de mi partido», apuntó a la vez que anticipaba la tensión que puede marcar el mandato. Sirera advirtió a Collboni de que su apoyo se basa en la garantía –inconcreta, debe decirse– de derogar el legado de Colau, citando por ejemplo la turismofobia o la persecución del vehículo privado: «Colau es historia, ahora a trabajar para que esa pesadilla no vuelva».

Queda claro que la gobernabilidad no va a ser fácil para el PSC, con una muy exigua fuerza de diez ediles sobre un pleno de 41. Por ahora todo quedará en el aire hasta la vuelta de verano, una vez pasadas las elecciones generales de julio, pero parece improbable que los socialistas puedan aguantar todo el mandato en solitario.

Pleno de infarto: Daniel Sirera, minutos antes de la votación efe

Lo sucedido ayer en Barcelona tiene una innegable lectura nacional. Fuentes del PP presumieron de que con su voto «logramos retirar de la gobernabilidad de la Barcelona tanto al partido de Carles Puigdemont como a la izquierda rupturista y soberanista que tanto daño ha hecho a la ciudad». En una lectura ya en clave 23J, desde el PP se apuntó que es posible que «el PSOE no actuara con la misma responsabilidad de tratarse de una circunstancia inversa. Pero el Partido Popular tiene unos principios sólidos que nos exigen no fallar donde otros sí lo harían». Nadie podrá reprochar al PP haber propiciado una Barcelona en manos 'indepes', aunque el precio a pagar es ciertamente muy alto. En el seno del PP en Cataluña había voces que ayer no tenían claro si se había acertado con la decisión.

Lectura distinta se hizo desde el PSOE, donde ni el día en que los populares les entregaron en bandeja Barcelona evitaron cuestionar a Feijóo: «Las dudas que hasta última hora ha tenido el PP no dicen nada bueno de Alberto Núñez Feijóo. La decisión final, obligada y a regañadientes, será buena para Barcelona, y evitará al señor Feijóo un nuevo ridículo en su política de pactos postelectorales».

De alguna manera, en Barcelona se ha repetido la situación de 2019. Hace cuatro años, en 2019, Manuel Valls, desde la responsabilidad y por encima de políticas partidistas, dio sus votos a Ada Colau para impedir que Esquerra, que había ganado las elecciones, gobernase la ciudad en un momento en el que el 'procés' seguía vivo y la ciudad estaba a pocos meses de los graves disturbios tras la sentencia del 1-O. La generosidad del exprimer ministro galo solo fue reconocida con sordina. Ahora, cuatro años después, su ejemplo ha cundido.

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