Junqueras, ante el reto de reconstruir un partido roto
En el PSC temen que la volubilidad emocional del renacido líder de ERC genere inestabilidad
Junqueras recupera el control de ERC con casi la mitad de los militantes en contra

En el seno del gobierno de Salvador Illa, el proceso de elección de la nueva dirección de ERC se ha vivido con una exquisita neutralidad, pero no es ningún secreto que entre los socialistas la previsible victoria de Oriol Junqueras, como así ha sucedido, ... se veía como un vaticinio de problemas en el horizonte, nada nuevo por otra parte con respecto a un partido que, empieza ya a ser un dogma político, ha hecho de la falta de fiabilidad su razón de ser.
El perfil y personalidad del ya nuevo presidente de Esquerra Republicana es conocido por todos, y por ello precisamente en el PSC se temía una nueva etapa marcada por el personalismo y la volubilidad emocional, todo lo contrario precisamente de lo que pretende el presidente Illa en la nueva fase política en Cataluña que él encarna, es decir, previsible, sin sobresaltos, aburrida en el mejor sentido, lo que la región demanda tras los sincopados y negros años del 'procés'.
La paradoja es que esta preferencia, sin entusiasmos, del PSC por la candidatura rovirista liderada por Xavier Godàs, finalmente perdedora aunque por los pelos, era en detrimento de un Oriol Junqueras que tras los sucesos de 2017 fue el principal teórico e impulsor de la asunción de ERC de la vía pragmática y de los acuerdos con el socialismo, tanto en Madrid como en Barcelona. Una estrategia posibilista, la de abrir el partido a sectores incluso no estrictamente independentistas –'ensanchar la base', se resumió– que permitió a la postre una presidencia de Pere Aragonès sin excesivas estridencias y cuajar los acuerdos con el PSC y el PSOE. El contraste con la estrategia de choque y refractaria a todo de un Junts aún secuestrado por la voluntad de Carles Puigdemont era su mejor bandera.
Estas prevenciones ante Junqueras tienen una explicación: durante el largo y agónico proceso que ha tardado ERC en culminar su renovación –medio año de cuchillos largos tras las elecciones autonómicas–, fue la dirección provisional liderada por Marta Rovira la que cuajó el acuerdo para la investidura del 'president' Illa, un pacto trabajado, validado por la militancia aunque de manera ajustada, y que sirvió para afianzar una relación de confianza entre ambos partidos que ahora, de nuevo, va a ponerse a prueba.
De hecho, el renacido presidente de ERC no ha llegado a aclarar cuál fue su voto en la consulta interna para aprobar el pacto con los socialistas, una manera de marcar distancias y de no sentirse ahora, ya como nuevo líder del partido, responsable de nada. Con todo, nadie espera ni virajes inesperados ni grandes sorpresas, más allá, eso se da por seguro, de una retórica más punzante y exigente con el PSC. Nada en cualquier caso que no pueda encajar un socialismo especialista en la contorsión política. Nadie imagina por ejemplo un voto contrario de ERC a los presupuestos del próximo año, en Madrid y en Barcelona.
La nueva etapa con Junqueras al frente de ERC vendrá marcada de manera inevitable también por el quebranto interno que ha sufrido el partido, con un porcentaje de la militancia (47% en la votación del sábado) abiertamente contraria a la continuidad de Junqueras, no en vano, todo el proceso ha acabado contaminado por el personalismo. De hecho, la candidatura avalada por Rovira no se fraguó hasta que Junqueras dio el paso y anunció su voluntad de seguir; más allá de cuestiones de matiz, ningún militante, más allá de los nombres, ha sido capaz de atribuir cuestiones estratégicas de calado a una u otra lista. La votación fue en realidad un plebiscito.
En todo caso, lo ajustado de la votación el sábado –resumen de un partido fracturado– podría acabar teniendo implicaciones en la estabilidad en el Parlament y en el Congreso. La candidatura de Xavier Godàs rechaza constituirse como corriente interna, pero a nadie escapa que, con el apoyo recibido, tienen la legitimidad política de convertirse en elemento de tutela para que Junqueras cumpla con lo prometido, en especial por lo que respecta a la promesa de poner en revisión permanente los pactos con el socialismo. Pueden caer gobiernos, vino a decir Junqueras en una entrevista reciente en lo que fue un más que probable exceso verbal, y sus críticos están en la misma línea, por no hablar del 12% de militantes que en la primera vuelta votaron por la candidatura Foc Nou (fuego nuevo), netamente independentista y contraria al acercamiento con el PSC y el PSOE.
Por contra, y frente a la mayor inestabilidad que se otea en el Congreso y en el Parlament, la victoria de Junqueras es una buena noticia para el alcalde de Barcelona, Jaume Collboni (PSC), que prácticamente tenía cerrada la incorporación de los republicanos a su gobierno antes del verano, una confluencia que el proceso de renovación en ERC puso en suspenso. Ahora, la principal impulsora de la entrada de ERC en Barcelona, Elisenda Alamany, además de líder de los republicanos en el Consistorio, es desde el sábado la nueva secretaria general de los republicanos, con lo que se da por hecho que el acuerdo en Barcelona, aunque se afirme ahora que debe negociarse de nuevo, va a producirse.
A nivel interno, lo que tiene por delante Junqueras tampoco es fácil. Primero, volver a pegar la vajilla rota durante los últimos meses, vividos de manera dramática por muchos militantes, aún estupefactos ante la virulencia que ha enfrentado a unos y a otros, arruinando en pocas semanas la imagen de partido fiable y ordenado que ERC vendía en contraste con la banda de Junts. Como un dirigente del partido aseguraba a ABC en medio de todo el proceso, «nos hemos hecho mucho daño». La constatación de que en ERC había una estructura 'B' y el episodio de los carteles contra los hermanos Maragall, de los que Junqueras asegura no saber nada, han generado una desconfianza interna sobre la que ahora la nueva dirección deberá construir un partido nuevo.
Para más adelante queda por decidir un aspecto no menor, como quién será el candidato del partido para las autonómicas de, sobre el papel, 2028, una responsabilidad que Junqueras –pese a que las encuestas apuntan a que no es precisamente un nombre ganador–, considera que tiene el derecho moral a asumir. De hecho, según la última encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO, el equivalente al CIS catalán), apenas un 17% de los simpatizantes de ERC elegiría a Junqueras como presidente de la Generalitat. Como Junts con Puigdemont, ERC elige construir su futuro sobre el líder del naufragio de 2017.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete