BUENOS DÍAS, VIETNAM
Escribir con los pies
Y en este limbo de los justos de un domingo nuevo y almidonado, como una camisa blanca, con el cielo enharinado, nosotros, y a lo lejos el mundo

Leer el periódico por placer, no como si publicasen nuestra esquela o descifrásemos códigos secretos para los Aliados. Leerlo de principio a fin aunque nos lleve todo el domingo. Acabarlo incluso si se nos hace de noche. Que el periódico no sea una navaja, con ... su actualidad tajante de diario, como una amenaza, como la cabeza de un caballo entre las sábanas. Tener libros pendientes desperdigados por la mesilla, tantos que nunca llegaremos a leer… Que la mesilla entera parezca la biblioteca de Alejandría en llamas. Dar vueltas en la cama. Arreglarse, que es vestirse con alegría –para no ir a ninguna parte–, mientras se extiende por la mañana un largo olor a café. Bajarse de la actualidad. No pensar en el CIS, ni en mayo, ni en titulares. No hacer campaña de nada, mucho menos de nosotros mismos. Hacer las cosas a fondo, llegar hasta el final de lo que sea: tomar el aperitivo, enamorarse, escuchar a Mhaler o pasar el polvo, pero hacerlo con los cinco sentidos puestos en ello. No escribir una sola palabra en toda la mañana que no sea un mensaje de buenos días. El resto de los asuntos, todo lo que no esté en esta lista, pueden esperar al lunes. La vida misma sin ir más lejos, acelerar el paso, pensar en la muerte, en las cosas que quedan pendientes para el día siguiente o en la burocracia de que nos intenten comprar el voto de aquí a las municipales más veces de las que te ofrecen las gitanas una rama de romero en el Parque de María Luisa. Y en este limbo de los justos de un domingo nuevo y almidonado, como una camisa blanca, con el cielo enharinado, nosotros, y a lo lejos el mundo.
Poner algo al fuego, unas lentejas por ejemplo, y dejarlas toda la mañana bajo una estricta desatención. Una olla es el metrónomo de los domingos de enero. Y extender mantel sobre la mesa y tener gente a comer, padres, amigos, desconocidos y quedarnos a oscuras sin darnos cuenta, sin que nadie se mueva. Fregar después a mano, nada de meter los platos y las copas al lavavajillas, que es hacer examen mientras se deja la conciencia a remojo. Y cuando la casa vuelve a estar tranquila al fin salir despacio, de puntillas, para no romper el silencio e irse a pasear como Delibes por el Campo Grande entre la niebla, porque los artículos que merecen la pena se escriben con los pies a estas horas en que la ciudad parece el cuerpo muerto de «no sé qué grandeza rota». Y así mañana será lunes y volveremos a nuestras cosas, aunque todas nuestras cosas vivan en un domingo como el de hoy.
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