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Reclusos de Ocaña portan por vez primera al Cristo de la Misericordia y Soledad de los Pobres en Toledo

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La cofradía más antigua de España, fundada por Alfonso VI, protagonizó una procesión marcada por el silencio, la sobriedad y un nuevo recorrido con sabor a redención

Las imágenes del Cristo de la Misericordia y Soledad de los Pobres por las calles de Toledo

La Virgen que descubrió Toledo bajo la lluvia

El Cristo de la Misericordia y Soledad de los Pobres congregó numeroso público en la calle Comercio
El Cristo de la Misericordia y Soledad de los Pobres congregó numeroso público en la calle Comercio h. fraile
Fernando Franco

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No era el Cristo Cautivo, pero fue portado por reclusos. Por primera vez en la historia reciente de la Semana Santa toledana, una cuadrilla de internos del centro penitenciario de Ocaña cargó sobre sus hombros al Cristo de la Misericordia y Soledad de los Pobres. Lo hicieron en la plaza de Zocodover y en la calle Cervantes, allí donde siglos atrás se dictaban condenas, se ejecutaban sentencias y se abría un abismo entre el mundo de los vivos y los muertos. No fue un gesto menor. Fue un reencuentro entre la esencia de esta cofradía y aquellos que en la actualidad buscan la redención.

La Cofradía, la más antigua de España, fundada por Alfonso VI tras la toma de Toledo en 1085, volvió a salir a la calle en la noche del Martes Santo con la misma sobriedad, austeridad y gravedad que la define desde hace casi mil años. A las 21:30 horas, media hora antes de lo habitual, partía desde su sede canónica, la iglesia de las Santas Justa y Rufina, una procesión que este año no tuvo que esperar a que el Cristo de los Ángeles hiciera su paso por Zocodover. Lo hizo con la compañía del deán de la Catedral, Juan Pedro Sánchez Gamero -miembro honorífico de la Cofradía- y de representantes de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, que flanquearon al mayordomo de finados.

Nada rompió el silencio salvo un tambor desafinado, como un latido imperfecto que marcaba el paso irregular de los penitentes. La imagen anónima del Cristo de la Misericordia, crucificado en un madero del que brotan yemas verdes, avanzaba a hombros de ocho cargadores que se fueron turnando, entre ellos los internos de Ocaña. El cortejo alcanzó poco a poco la plaza de Zocodover. Allí, se rezó un responso por las almas de los condenados que eran ejecutados en la plaza y entregados a esta hermandad para recibir sepultura cristiana. Este año, las miradas del Cristo de la Misericordia y el Cristo de la Sangre no se cruzaron debido a que las ventanas de la capilla del segundo no se abrieron: las obras en la Delegación del Gobierno no lo permitieron.

El responso se repitió junto al Pradito de la Caridad, ese espacio del actual paseo del Carmen donde la Cofradía daba sepultura a los ahogados, a los pobres sin nombre, a los miserables entre los miserables. Allí, junto al bramido del Tajo, embravecido por las recientes lluvias y la presa del Artificio, se entonó el Kyrie Eleison -una antigua plegaria de la liturgia cristiana que significa «Señor, ten piedad»-, mientras el Castillo de San Servando se mantenía iluminado como testigo en la noche.

Este año, por fin, pudo estrenarse el nuevo recorrido que en 2024 fue imposible a causa de la lluvia. Desde el Pradito de la Caridad, la comitiva enfiló la Cornisa para llegar a la iglesia de San Lucas, uno de los enclaves patrimoniales recuperados por esta Semana Santa. Allí, ante el templo, se volvió a rezar. Después vinieron las calles de San Juan de la Penitencia, San Justo —donde el Cristo de las Cuchilladas recordaba la antigua historia de amor entre miembros de los Ayala y los Silva, familias enfrentadas en el Toledo medieval—, y luego Sixto Ramón Parro, Plaza Mayor, la Puerta del Reloj de la Catedral, Chapinería, Comercio y Toledo Ohio, hasta regresar a Justa y Rufina.

En el nuevo trazado, especialmente en la Cornisa, el cortejo discurrió casi sin público. El silencio, la oscuridad, el andar pausado de los cofrades con el rostro cubierto por el capuz y la tenue luz de los farolillos ofrecían una estampa que recordaba a la Santa Compaña, esa procesión de ánimas de la tradición gallega y del noroeste peninsular. La atmósfera, lejos de parecer vacía, adquiría un peso ritual difícil de olvidar. Aun así, desde algunas ventanas abiertas en la calle San Juan de la Penitencia, algunos vecinos observaban en silencio el paso del Cristo. Incluso dos mujeres, en bata de casa, salieron a la puerta para verlo más de cerca.

El Cristo de la Misericordia y la Soledad de los Pobres no compite. No necesita espectáculo, ni paso de palio, ni saetas, ni bandas. Le basta el peso de la historia. Y este año, por primera vez, esa historia la escribieron también quienes buscan volver a empezar.

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