MONARQUÍA RENOVADA
La ejemplaridad, caiga quien caiga, el hilo conductor del reinado de Felipe VI
DIEZ AÑOS DE REINADO
Felipe VI lo tenía claro: o la institución era ejemplar o no tenía futuro. Empeñó su palabra en que la Familia Real tendría un comportamiento intachable y ha cumplido. Aunque haya tomado decisiones dolorosas
Aniversario coronación del Rey Felipe VI, en directo: última hora del desfile de las tropas y los actos de celebración en el Palacio Real hoy
Don Felipe: «Es preciso que las acciones del Rey se guíen por la ejemplaridad»

«La Corona debe buscar la cercanía con los ciudadanos, saber ganarse continuamente su aprecio, su respeto y su confianza; y para ello, velar por la dignidad de la institución, preservar su prestigio y observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a ... su función institucional y a su responsabilidad social. Porque, sólo de esa manera, se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones. Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren –y la ejemplaridad presida– nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos».
Con estas palabras, pronunciadas en su discurso de proclamación ante las Cortes Generales, hace ahora diez años, Felipe VI dejaba muy claro que llegaba un tiempo nuevo y que no iba a permitir la menor desviación en cuanto a sus comportamientos de ningún miembro de la Familia Real.
El nuevo 'patrón' de la Casa del Rey sabía muy bien que su llegada al trono se había precipitado por las actuaciones, cuando menos discutibles, de su padre, Don Juan Carlos –aún no se habían apagado los ecos de su accidentado viaje a Botsuana en compañía de su 'amiga entrañable'–, y de su hermana, la Infanta Cristina, salpicada junto a su entonces marido, Iñaki Urdangarin, en el caso Nóos.

Don Felipe era muy consciente, por tanto, de que la imagen de la Monarquía había sufrido un serio deterioro, así que no se podía permitir el menor error en estas cuestiones. Sabía –y sabe– muy bien que una institución como la Corona sólo puede subsistir en la medida en que, primero, sea eficaz –una condición indispensable pero no suficiente–, pero también impecable en sus actuaciones. Y desde el primer día tenía en su cabeza un plan, muy doloroso en lo personal, pero imprescindible para que la Casa recuperara su prestigio.
No hubo que esperar mucho para que se viera el primer gesto claro de que un tiempo nuevo había llegado a la Monarquía española. El 4 de diciembre de 2014, apenas seis meses después de la proclamación, se publicó un código de conducta para el personal de la Casa con 20 principios de actuación y donde se establecen también derechos, deberes, obligaciones, régimen de incompatibilidades y procedimientos administrativos y disciplinarios de todos aquellos que forman parte de ella. Para entonces el caso Nóos ocupaba amplios espacios en los medios de comunicación, lo que unido al episodio de Botsuana era aprovechado por los enemigos de la Monarquía para sembrar dudas sobre la Institución.
Reducción de sueldo
Aún quiso profundizar más en este objetivo y el 10 de febrero de 2015; es decir, sólo dos meses después de la anterior medida, la Casa del Rey anunció que Don Felipe se bajaba el sueldo un 20 por ciento respecto a lo que había cobrado su padre el año anterior. En aquel primer año íntegro de reinado sus emolumentos ascenderían a 234.204 euros, lo que suponía 58.548 euros menos de los que percibía Don Juan Carlos. El gesto, más allá de la cuantía concreta, era necesario y oportuno en un momento en el que muchos españoles sufrían las consecuencias de una durísima crisis económica que había causado estragos en la sociedad. A día de hoy su sueldo no alcanza el de su padre de 2014…
Pero lo más duro para el Rey estaba por llegar. La situación de Doña Cristina por el caso Nóos ponía en aprietos la imagen de la Familia Real y Don Felipe, en pos de la ejemplaridad a la que se había comprometido, estaba dispuesto a hacer lo que fuese necesario, costase lo que costase y sin que ningún vínculo familiar o de amistad le frenara. Lo demostró, por primera vez, el 11 de junio de ese mismo 2015 cuando revocó a través de un real decreto el título de Duquesa de Palma a su hermana, que le había sido concedido en 1997 por su padre, Juan Carlos I.
Don Felipe era muy consciente, por tanto, de que la imagen de la Monarquía había sufrido un serio deterioro, así que no se podía permitir el menor error en estas cuestiones
La tarde anterior Don Felipe comunicó personalmente a Doña Cristina la decisión que había tomado y eso supuso un desgarro emocional para él. Era la primera vez, desde la restauración de la Monarquía, que se revocaba un título nobiliario, ya que ni siquiera se tomó esa medida con Rafael Medina Fernández de Córdoba, duque de Feria, condenado por el Supremo, entre otros delitos, por corrupción de menores.
Hay que recordar que en esos momentos Doña Cristina e Iñaki Urdangarin aún no habían sido condenados, y de hecho la primera sentencia, de la Audiencia de Palma, es de julio de 2017 y de junio de 2018 la del Tribunal Supremo. Finalmente, la hija menor de Don Juan Carlos y Doña Sofía fue absuelta como cooperadora necesaria de dos delitos fiscales cometidos por su marido en los años 2007 y 2008. Eso sí, el Supremo finalmente le condenó a una multa de 136.950 euros por responsabilidad a título lucrativo. La Infanta no era miembro de la Familia Real desde el relevo en la Corona, pero ya había sido apartada de toda actividad institucional por su padre en noviembre de 2011, cuando se conocieron las primeras informaciones del caso Nóos.

Si lo sucedido con ese asunto había sido un quebradero de cabeza, lo que vendría a continuación lo superó con creces. Los medios de comunicación comenzaron a hacerse eco de las actividades supuestamente irregulares de Don Juan Carlos. Casi cada mañana Don Felipe se desayunaba con un nuevo escándalo. Comprendió que era necesario actuar, poner distancia con su padre y demostrar que ni siquiera él podía saltarse los códigos de conducta sin consecuencias.
El 12 de abril de 2019 el Rey renuncia a su designación como beneficiario de la Fundación Lucum. La Fiscalía suiza investigaba entonces la donación de 100 millones de euros de Arabia Saudí a Juan Carlos I a través de dicha fundación. Sólo un mes después, el 27 de mayo, la Casa Real anunciaba el cese de las actividades institucionales de su padre. Pero ni siquiera se detuvo ahí: el 15 de marzo de 2020, renunció a toda herencia de su progenitor, al que retiró además la asignación presupuestaria que tenía fijada. Y el 3 de agosto el padre de Don Felipe anunció su salida de España.
La ruptura con su padre, terriblemente dolorosa en lo personal, era la prueba de que el Rey no estaba dispuesto a tolerar comportamientos poco ejemplares. Hubo quien no entendió entonces sus decisiones, pero los hechos han demostrado que había acertado. Hoy Don Juan Carlos, libre ya de toda acusación judicial pero no del reproche ético, puede volver a España con normalidad. Estuvo en el Palacio Real de El Pardo con motivo de la jura de la Constitución de su nieta, la Princesa Leonor, y las relaciones familiares, también con Doña Cristina, se han recompuesto.
Don Felipe, sin embargo, ha tenido mucho cuidado a la hora de arropar a su madre, Doña Sofía, que siempre ha tenido una conducta intachable. La sintonía con la Reina es evidente, y de hecho el carácter del Rey es muy parecido al suyo. Doña Letizia, al margen de un gesto poco elegante con su suegra tras la misa del Domingo de Resurrección en 2018 en la Catedral de Palma, también ha cuidado su relación con ella, consciente de que es un activo importante para la Familia Real y que es una figura que suscita el cariño de la mayoría de la sociedad española.
Un Rey a la altura del desafío
El Rey sabe que la apuesta por la ejemplaridad, un valor que junto a la Reina ha inculcado desde muy pequeñas a la Princesa Leonor y a la Infanta Sofía, no tiene fecha de caducidad y debe ser, como ya anunció en el discurso de proclamación, uno de los hilos conductores de su reinado. En realidad, para él no supone esfuerzo alguno; sabe lo que España le exige y él está a la altura de ese desafío. Es prudente, sí; pero ha demostrado con creces que cuando es necesario no le tiembla el pulso a la hora de corregir conductas.
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