Flamenco
Campo de la Verdad, la gran reserva del cante de Córdoba
Reportaje
ABC reúne a ocho cantaores de la zona más emblemática del flamenco en la ciudad para evocar el pasado de un barrio que no ha dejado de generar artistas desde hace más de un siglo
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Mediodía de otoño en el Campo de la Verdad, la Córdoba de la orilla izquierda del Guadalquivir. Un barrio tranquilo, afanoso, alejado de las rutas turísticas, en el que se reúnen a petición de ABC ocho cantaores flamencos que son memoria y orgullo de estas calles y plazas. La imagen les sorprende hasta a ellos mismos, pues no recuerdan algo así, todos juntos. El escenario elegido también tiene sabor: la Peña Flamenca del Campo de la Verdad, donde a esa hora se van reuniendo aficionados que asisten sorprendidos a este encuentro de talentos. Llega desde la cocina un delicioso aroma a sofrito casero, que es pureza. Con el Día Internacional del Flamenco a la vuelta de la esquina, pocos lugares mejores que éste para evocar las esencias del flamenco cordobés, pues no existe barrio en la ciudad que tenga esta nómina de cantaores, que se completa con otro buen número de guitarristas y bailaores. Sin duda, la gran reserva del flamenco y del cante cordobés, que a través de varias generaciones se va extendiendo hasta hoy.
Lo primero, pasados los saludos, es por supuesto la fotografía de grupo, que todos saben histórica. En el escenario de la peña se disponen los siete cantaores que asisten al encuentro de inicio. El más veterano, flamante de traje y corbata y luciendo un elegante sombrero, es Agustín Fernández, Califa del Cante, una leyenda que nació en este barrio a finales de la década de los 30. Lo acompañan nada menos que un cantaor de saber enciclopédico como Rafael Mesa 'El Guerra' o Rafael Montilla 'Chaparro', que junto a Paco Peña ha protagonizado cientos de espectáculos a lo largo del mundo. Se extiende el grupo con cantaores de pureza como Antonio de Patrocinio, Manuel García Moreno 'Morenín', Eva de Dios y Manuel Rueda 'El Céntimo' y más tarde se amplía con la llegada de otro histórico como Rafael Ordóñez. Casi imposible resulta calcular el número de premios, festivales y conciertos que acumulan entre todos, nacidos entre la década de los 30 y la de los 70. «Mira, tengo los vellos de punta», explica la más joven, Eva de Dios, para resumir las sensaciones que se viven en este momento en el que tampoco faltan las bromas y las risas.
Acabada la sesión, comienza la charla entre recuerdos y medios de Montilla. Con formato de tertulia, a veces la conversación se unifica y a veces se dispersa, pero entre unos trazos y otros se va construyendo la vida vieja del barrio. Agustín Fernández y El Guerra, los más veteranos, hacen memoria de los años 50 y 60. Aparecen nombres de lugares que abrieron el camino en el Campo de la Verdad, como la histórica Peña de Los Bordones, la taberna de Pepe Cantares, El Estanco y el bar de Juanito El Estraperlista o el Bar de los Peces de Rafael Villegas, que así se conoció un local célebre en diferentes etapas y en el que convivían el flamenco con la gastronomía autóctona: tapas de barbos del cercano Guadalquivir en adobo. También de nombres pioneros como el cantaor Pepe Lora, Pepe Pinto o Pedro Lastre. Y de compañeros fallecidos como los cantaores Juan Navarro Cobos o Rafael Muñoz 'El Toto'.
«Vivíamos todos en un palmo de terreno, en siete calles», recuerda sobre esta circunstancia Morenín, mientras que Agustín Fernández explica que entre las casas de unos y otros «no había ni cien metros de distancia». Así se fraguó este especial microclima en un barrio en el que los vecinos se sentían casi que fuera de la ciudad, por lo que decían «Voy a Córdoba» cuando tenían que desplazarse al centro de la urbe. Allí despertó la vocación de los jóvenes en esas décadas duras, un movimiento que es la base sobre la que construyó la leyenda flamenca del barrio. Eran años en los que no había escuelas de cante ni formación reglada y todos los invitados coinciden en que se aprendía en la casa y en los bares y calles. «Yo cantaba ya antes de echar los dientes», explica Agustín Fernández.
La mítica flamenca del Campo de la Verdad también se nutre de los ilustres visitantes que por aquí pasaron en esos años. Chaparro recuerda por ejemplo haber visto aquí al gran cantaor sevillano Manuel Vallejo, que era amigo de un aficionado de la zona, el confitero Pepe López, y al que visitó en algunas ocasiones en la década de los 50. Tampoco se olvida el hecho de que el alcalde de la ciudad en esos años, Antonio Cruz Conde, se dejase caer algunos días por estos predios de la margen izquierda con el gran cantaor gaditano Aurelio Sellés.
Más amplios son aún los recuerdos de las visitas al Campo de la Verdad de Antonio Mairena, que acudía junto a su amigo Ricardo Molina, poeta del Grupo Cántico. El Guerra recuerda las visitas de Mairena y la presencia ilustrada por las calles del barrio del autor de las 'Elegías de Sandua' y se discute a fondo sobre la capacidad de Mairena para captar de unos y otros y luego reconvertirlo en algo propio. Otra figura destacada en todo el movimiento de esas décadas fue Fosforito, que en el Cine Benavente actuó con una expectación enorme a los pocos meses de arrasar en el Concurso Nacional del 56. «Fosforito hizo muchísimo por los cantaores jóvenes, porque nos enseñó un camino», explica Antonio de Patrocinio. Fruto de esta vía de profesionalización de los cantaores fueron más adelante los primeros discos de Chaparro y de Agustín Fernández, que, tras marcharse a Madrid, cantó con los grandes de su tiempo y triunfó en el programa televisivo de nuevos talentos 'La gran ocasión'.
La historia flamenca del barrio da por ello para un libro de largo aliento, por lo que sorprende que no tenga ni de lejos la fama de barrios como el de Santiago de Jerez o el sevillano de Triana. Eva de Dios, que ha estudiado el asunto, explica que «el flamenco se desarrolló en la ruta del tráfico comercial con América, con las Indias, en las ciudades portuarias». Ahí se forjó el triángulo Sevilla-Jerez-Cádiz, según añade Rafael Ordóñez, mientras que a Córdoba llegó más tarde y la ciudad quedó fuera del foco. Otro debate abierto que da para una charla propia es el de las características de los cantaores del Campo de la Verdad, sobre si hay un estilo propio. Antonio de Patrocinio, hombre reflexivo, considera que sí existe un rasgo común que los engloba. «Los artistas de aquí somos todos muy serios», explica. Es decir, que hacen pocas concesiones a florituras y que se centran en lo esencial. Otra característica la define Morenín, que explica que entre todos ellos hay muchos lazos familiares y de afectos, lo que facilita que la relación sea de amistad. «Nunca ha existido rivalidad», explica Agustín Fernández. «Yo siempre me he sentido muy arropada por todos mis tíos y hoy se lo quiero agradecer aquí y declararles mi amor», añade Eva de Dios. «Lo has estado, Eva, y lo vas a estar siempre», le contesta sentencioso El Guerra, descendiente de Lagartijo y una enciclopedia sobre los cantes cordobeses.
Precisamente sobre ello, sobre los cantes de Córdoba, se extiende también la conservación. No es un tema suave, sino pasional. «Antes los cantes de aquí sólo los hacíamos dos cantaores del barrio y para mí es un orgullo que ahora sea mucho más habitual», explica El Guerra. Morenín añade que hace unos días ilustró una conferencia en Sevilla sobre los cantes de Córdoba y fue un éxito, algo que todos coinciden en que sería «impensable» hace solo unos años. Pero también hay apreciaciones menos optimistas, como la de Ordóñez cuando explica que «los cantes de Córdoba los conocemos todos y sabemos cantarlos, pero como es muy desagradecido hacerlos pues casi nadie se atreve a cantar por serranas o soleás de Córdoba porque no atraes al público». El Céntimo secunda la opinión y explica que es «un problema gordo», y pone el ejemplo de un festival en Belalcázar, en Los Pedroches, cuando un conocido artista cordobés cantó tras el Lebrijano su repertorio de cantes de Córdoba y el público mostró su rechazo. El problema, según explica Agustín Fernández, es que tampoco «los jurados de los premios los valoran, pues muchas veces son aficionados que imponen sus propios gustos», y por eso apenas aparecen. «No se está respetando al que canta bien y el flamenco así se queda sin desarrollo», concluye el decano de los cantaores del Campo de la Verdad.
El debate podría seguir durante horas, cruzando opiniones sabias hasta el atardecer. Por eso, al concluir en el tiempo pactado, todos coinciden en que tienen que volver a reunirse más. «Ahora estamos casi todos jubilados y no tenemos excusa», explica Chaparro. El encuentro, tras más de hora y media de intensa tertulia, concluye con un brindis y con la sensación de que lo vivido en esta mañana de otoño es solo la punta del iceberg: un apunte de la historia flamenca de un barrio que se sigue escribiendo día a día a través de sus artistas y cuya fantástica historia está aún por contar. «Por el flamenco y por la amistad», es la frase con la que concluye la celebración. Chocan las copas en el aire y alguien agrega: «Y por el Campo de la Verdad». Lógico que así sea en un barrio que, gracias a sus artistas, es historia grande de la cultura cordobesa. Reserva viva del flamenco cordobés.
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