Análisis
Lo que ganó Feijóo y la factura que tendrá que pagar
Un líder con elevado sentido del Estado debería abstenerse para evitar un Gobierno en manos de Puigdemont
El líder popular pierde la primera votación pero gana el liderazgo ante el PP y Sánchez
La pérdida de la primera votación de investidura de Alberto Núñez Feijóo fue un baño de realidad para la bancada popular. Tras día y medio de éxtasis por la talla parlamentaria desplegada por su líder, llegaba el momento de pagar una factura que parece ahora ... más alta precisamente por el sentido de Estado exhibido ante España.
Presidenciable, en estos días del sanchismo, resulta poca cosa. No hace falta tener una idea determinada de la Nación ni gobernar con respeto férreo a la Constitución y el Estado de derecho. Tampoco resulta necesario legislar teniendo como prioridad el progreso económico y social del país o la concordia entre los españoles. Sin nada de ello, Pedro Sánchez va camino de volver a ser jefe presidente del Gobierno.
En este día y medio, Núñez Feijóo ha demostrado ser algo más que presidenciable. Con un parlamentarismo que no se escuchaba en el Congreso desde hace años, tan brillante y contundente como cortés, el líder popular probó a los millones de españoles hastiados de la bronca continua en las Cortes que también es capaz de hacer política de otra manera. Y sin un solo insulto, solo con propuestas de gestión, palabras certeras, datos y argumentos, el político gallego logró varios objetivos que no le darán la presidencia del Gobierno en el futuro inmediato pero sí le hacen avanzar en su camino a ella.
Frente a la izquierda, Núñez Feijóo dejó claro que la goleada que le metió a Sánchez durante el cara a cara que ambos mantuvieron en la campaña electoral no fue flor de un día, sino la consecuencia de que el popular supera al socialista en forma y fondo discursivos.
De hecho, observando a Feijóo durante este día y medio, es fácil llegar a la conclusión de que su equipo se equivocó cuando decidió que no debía acudir al debate a cuatro en campaña, con Santiago Abascal y Yolanda Díaz. Quizás el resultado electoral hubiera sido otro.
El que Núñez Feijóo logre exhibir buena política cada miércoles frente a un Sánchez instalado en la bronca y el exabrupto no es una buena noticia para el PSOE. Especialmente, porque la dependencia de Carles Puigdemont y de grupos que compiten entre sí va a hacer muy difícil que el nuevo Ejecutivo sea capaz de aguantar cuatro años.
De momento, la primera confrontación de estrategias parlamentarias le ha proporcionado una clara victoria al líder popular frente al socialista. La Prensa de forma prácticamente unánime ha aplaudido las hechuras de Feijóo al tiempo que ha criticado las de Sánchez. Solo los palmeros dicen entender que haya despreciado al Congreso y humillado a Patxi López al enviar a Óscar Puente. Todo por no dar explicaciones sobre las negociaciones de amnistía y, de paso, motivar a las bases socialistas.
Dentro del bloque de la derecha, Feijóo también dio un paso hacia adelante porque Vox salió desdibujado del debate, sin que esté claro su papel ante nuevo gobierno de Sánchez y cosechando otra pérdida del foco mediático. Muchos echan de menos la mano de Iván Espinosa de los Monteros.
No es una cuestión baladí porque Núñez Feijóo debe aglutinar a la derecha si quiere llegar a La Moncloa y gobernar en solitario. Si algo demostró el 23J es que mientras Vox exista, es muy probable que Sánchez siga obteniendo votos suficientes para seguir gobernando de la mano de los independentistas.
Hasta aquí los logros. No cabe añadir la alabada intervención frente al PNV porque el tiempo dirá si el líder popular no cometió algún exceso. Y no porque dijera algo que el grupo vasco no mereciera sino porque mantuvo un cuerpo a cuerpo con Aitor Esteban que probablemente hubiera sido más inteligente dejar a Cuca Gamarra. Es de sobra conocido que el portavoz vasco es de los que apuntan y pasan facturan, y también que tiene influencia sobre Andoni Ortuzar, el presidente del partido.
Pero la factura que le toca ahora pagar a Feijóo no será ésta sino la de ser un líder con sentido de Estado. Porque ¿cómo explicar que un estadista de su talla no otorgue una abstención quirúrgica, como último recurso, para evitar que el previsible nuevo Gobierno se encuentre en manos de Carles Puigdemont?
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