DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA RENUNCIA A LAS ARMAS
ETA quiso matarnos a todos
Los archivos hallados en zulos, en registros, los sumarios judiciales, interrogatorios, la hemeroteca, la memoria documentan holocaustos que ETA planeó pero no logró ejecutar. La acción policial, con la Guardia Civil siempre al frente, fue la clave. Pero también los topos, los chivatos, la colaboración ciudadana. Y la casualidad
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ETA quiso matar a todos. Cualquiera fue objetivo potencial de su maquinaria. De eso trata el terrorismo. De que en cada casa se sintiera el aliento caliente del atentado cercano , ese ver el coche bomba humeante en el telediario y saber que ha ... sido a dos minutos del colegio de tus hijos, que el Hipercor reventado es el tuyo, qué poco ha faltado esta vez... Y si alguien no sintió el escalofrío físico, el pellizco en la boca del estómago, es porque quizás no supo a tiempo que, por ejemplo, el 22 de diciembre de 1999, el «Comando Madrid» planeó pulverizar con 1.700 kilos de dinamita la Torre Picasso, en el corazón de la capital. Para volar la Casa Cuartel de Zaragoza emplearon cincuenta. Esta vez eran 43 pisos de oficinas, caben cinco mil trabajadores. Un rascacielos del mismo arquitecto de las Torres Gemelas del 11-S, lo que es el hilo invisible y macabro del mal...
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La Guardia Civil interceptó aquella primera 'caravana de la muerte', como acuñaría el entonces ministro del Interior, Jaime Mayor Oreja. «Era el atentado que estábamos esperando después de que rompieron la tregua. Hubiera sido una catástrofe -rememora-, buscaban un estallido en un lugar emblemático, pensé que iban a por el Bernabéu». Uno de los cuatro etarras detenidos habló del Vicente Calderón, un puente de la M-30 y el ferial del Campo de las Naciones. Hubo otra 'caravana' más. Sinónimo de lo espeluznante, del siniestro total: la de Cañaveras (Cuenca), pillada en 2004, días antes del 11-M, con 536 kilos de cloratita y titadine directa a un polígono industrial madrileño. E incluso una tercera en 2007, cuando se capturó una lanzadera procedente de Zaragoza que ensayaba lo que iba a ser una masacre en el complejo de Azca, el centro de negocios en plena Castellana por los aires.
Esquivar tu fin
Cualquiera pudo haber estado allí. Usted o alguno de los suyos. Sus padres, ni siquiera habríamos nacido, pudieron haber desaparecido en una de esas matanzas, perdido las piernas, quedado ciego, su familia desguazada para siempre. También de haber andado a las cuatro de la tarde de la Nochebuena de 2003 -otra vez navidades, cuando más duele- por la estación de Chamartín, ser uno más de la avalancha de viajeros turrón bajo el brazo, subiéndose a trenes con destino a toda España. A su pueblo de usted o al mío. Ajenos a que ETA pensó descuartizarles con 50 kilos de explosivos ocultos en dos maletas. Como los yihadistas en el aeopuerto de Bruselas en 2016. Y así un parque infantil en 2004 en Almería, el polideportivo de Mendizorroza en Vitoria durante un partido contra el Lérida en 1985, con cien kilos de metralla habían cebado la goma-2.
El catálogo del horror etarra que quedó pendiente, la nómina de los que esquivaron la muerte, superaría de largo los 853 cadáveres que dejó la banda, cifras del Ministerio del Interior. La documentación que se incautó en los zulos, en registros, sumarios judiciales e interrogatorios, la hemeroteca dibujan holocaustos. Indiscriminados y 'ad hominem', a la nuca. De esos con nombres y apellidos. Unos más anónimos que otros, todos hecatombes domésticas o de alcance social, de país, que no fueron.
El 21 de febrero de 1980 dispararon con un lanzagranadas a La Moncloa, con Adolfo Suárez y el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado reunidos dentro. De haber acertado, la Transición española habría dado un vuelco, seguramente hacia lo salvaje. Impactó en el helipuerto. En el juicio, los polimilis declararon que fue culpa del coronel de Al-Fatah que les entrenó en el Líbano, que no tenía ni idea de morteros. Más atrás, en 1974, se organizó el rapto en Mónaco del entonces Príncipe Juan Carlos y su familia para exigir de 200 a 300 millones de pesetas y el acercamiento de presos so pena de matarles a todos. Eso es, como a Miguel Ángel Blanco. La represión del caudillo hubiera sido feroz y adiós a la democracia. Un confidente salido de las tripas de ETA lo filtró a la Policía.
Ambos intentos de magnicidio los refiere el responsable de investigación del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo y autor de «El terrorismo en España», Gaizka Fernández Soldevilla, que resume que «los planes de ETA eran mucho más ambiciosos de lo que consiguió ejecutar. Aspiró a niveles de violencia que la realidad le impidió alcanzar». Como factor decisivo de desactivación de infinitos ataques de la banda la acción policial. Pero no solo. En el fracaso de la maldita escalada de muerte que programaron enumera la intervención clave de los topos -sin duda, también encarnada en la estrategia de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad-, de los etarras traidores que se chivaron de barbaridades no por filantropía, sino para resguardar su pellejo a tiempo y, cómo no, la intervención de la casualidad.
«El azar ha salvado y ha condenado», reflexiona el historiador. Sin ir más lejos, recuerda que ese claroscuro es fundacional, impregnó el primer asesinato premeditado de la banda. El 2 de agosto de 1968, cuando tirotearon al jefe de la Brigada Político Social de San Sebastián, Melitón Manzanas , pero no como pretendían a su homólogo de Bilbao, a José María Junquera. No lo encontraron, se había ido de vacaciones.
La suerte se ha confabulado muchas veces con el Instituto Armado, sin duda la gran víctima y el mayor verdugo de los pistoleros, reconocido por ellos mismos.
Las caravanas de la muerte: una se paró en 1999, iban a volar Torre Picasso. Otra, en Cuenca en 2004, camino de un polígono de Madrid. En 2007 el objetivo era la 'city', Azca
Fuentes operativas de la lucha antiterrorista de la Benemérita, que no pueden ser identificadas por que la investigación continúa -quedan muchos asesinatos por esclarecer, en el último año han entregado 150 informes a la Audiencia Nacional- admiten que la fortuna actuó. Pero también subrayan lo más importante: les pilló trabajando. Y siempre alerta, en toda su actividad cotidiana, con el olfato educado para detectar a aquella gentuza. Ya fueran guardias de Tráfico, como los que abortaron la carnicería de la Torre Picasso. En un control rutinario: una Citröen Jumper con más peso de la cuenta, sin distintintivo de transportista... y resulta que va hasta arriba de explosivos. Y al día siguiente hallan una segunda. Supieron inmediatamente que existía: «La experiencia da conocimiento pericial del método y los procedimientos de ETA; estaba claro que había otra», explican.
Alerta también los guardias de Seguridad Ciudadana. Como los que atraparon en un dispositivo común en abril de 1990 camino de Sevilla a Henri Parot. El de los homenajes de la vergüenza en el País Vasco este septiembre, 39 crímenes, más de 200 frustrados. Caza mayor. Su captura permitió desarticular la 'joya de la corona', el comando itinerante, el «Argala», ese atajo de franceses corrientes, padres de familia que anduvieron doce años llevándose por delante por orden directa y secreta del jefe a todo lo que pudieron. Y hasta que no pasó esto de Parot, François Miterrand no consintió en colaborar para desmantelar ese santuario de serpientes que era el sur de su país. Ceguera política del diablo.
Trescientos diez kilos de amonal llevaba el terrorista en un Renault 14 para volar la Jefatura Superior de Policía de Sevilla, pegada entonces a El Corte Inglés y a una escuela de monjas. La dimensión cósmica del siniestro hubiera condenado a España a un drama. Cualquiera que pasara por allí, un bombazo sin avisar... o avisas con trampa, la famosa llamada de ETA y así la deflagración pilla a las patrullas en plena faena.
Bidart y los vivos
El apocalipsis habría sido incompatible con la celebración de la Expo 92 y las Olimpiadas. Detrás de ensangrentarlos estuvo la banda, pero la captura en marzo de ese año de su cúpula en Bidart desorientó al terrorismo, desbarató sus fechorías y dio moral a quienes iban a por ellos. Nunca podrá cuantificarse cuántos españoles siguieron vivos gracias a aquel golpe maestro.
Bidart no fue providencia, aunque nunca falte en alguna dosis, sino pico y pala de los servicios de Información y de las unidades antiterroristas. La élite. El origen de la pista fundamental que condujo al caserío hay que buscarlo en un 'ataque de cuernos', la venganza tres años antes de un sujeto que daba alojamiento y desayuno a los miembros del 'Comando Eibar', que a su vez aprovechaban para meterse de paso en la cama de la señora del colaborador y de su hija. Así es que el despechado les delató, acabó contándoselo a las autoridades y convirtiéndose en confidente de la Benemérita, a cambio de un buen dinero -también hay que decirlo- y de instalarse como si tal cosa en Lourdes, desde donde como topo acabará ayudando a poner en jaque a los jefazos terroristas.
En esto de cómo se fue neutralizando la furia asesina, el coronel Manuel Sánchez Corbí, jefe de la Unidad Central Operativa (UCO) de la Benemérita hasta 2018, describió en la revista de estudios 'Cuadernos de la Guardia Civil' que cuando Bidart, el Cuerpo ya supo que iban a ganar, que no tenían techo. Durante la dictadura, «la falta de preparación y de información de calidad» impidieron hacer frente con antelación a los ataques. En la etapa posterior, tacha de «generosidad irresponsable» e «inmenso error» la amnistía de 1977 que sacó de la cárcel a los caníbales y les permitió recobrar la plenitud en un momento en que el Cuerpo Superior de Policía -afirma- tuvo a ETA «prácticamente desmantelada».
La Guardia Civil jugaba aún un papel secundario y sin embargo era la carne de cañón: casi uno de cada tres de los 252 asesinados entre 1978 y 1980, el peor de los años de plomo, pertenecía a sus filas. Las familias en el punto de mira. «Los guardias civiles hicimos de esto una cuestión personal sobrepasando la propia exigencia de la profesión. Era una cuestión de supervivencia, o ellos o nosotros», sentencia el mando. Menciona dos motores clave, la creación en esa época del Grupo Antiterrorista Global (GAR) y la acción del «incipiente Servicio de Información» de la Comandancia de Guipúzcoa, la más castigada. Inchaurrondo.
El historiador Fernández Soldevilla distingue que el Instituto Armado pasó de ir por detrás y limitarse a «reaccionar» a la brutalidad etarra a ser «anticipativo» en tiempos de Juan José Rosón al frente de Interior, entre 1980 y 1982. «Él empieza la modernización, tecnología, entrenamiento, cambio de tácticas...». De camino a las negociaciones de Argel de 1989, cuando ETA extremó la violencia con el fin de sentarse con el gobierno de Felipe González en posición de fuerza, se salvan muchas vidas gracias a éxitos basados en la investigación de Guardia Civil, de Policía Nacional y, en otra medida, del CNI. Ahí está la Operación Sokoa (1986), a partir de la venta de falsos misiles a los terroristas, en la que se incautaron listas enteras de ertzainas señalados como objetivo o la detención en 1987 del Comando Donosti, con registros en los que los papeles contribuyeron a parar hasta «diez atentados planificados en marcha».
Con nombre y apellidos
La frustración continuada llevó a ETA a aquello de «socializar el sufrimiento». Fueron los 90. Políticos, empresarios, periodistas. En 1997 liberan a José Antonio Ortega Lara, literalmente arrancado de una condena a muerte en el zulo. La eficacia de la lucha, recalcan sus autores, fue tal que adquiriró poderes disuasorios. «La mayor cifra de atentados de ETA que se han evitado o no se han producido se deben a que desistieron ante la presencia de una patrulla que podía dificultar su huida» . Se cuenta hasta donde es prudente y no olvidan la colaboración ciudadana. El aviso en 1991 de aquel repartidor al que unos tipos pidieron ayuda para empujar un Opel Corsa en Zaragoza y vio con horror que la matrícula era la de su Renault. Llevaba 35 kilos de amosal y 20 de tornillería, lo desactivó la policía.
Cancelada su propia tregua (septiembre de 1998, noviembre de 1999), en 2001 tratan de matar a Manuel Fraga; en 2002, de reventar la boda de la hermana de Miguel Ángel Blanco, Marimar, a la que acudía lo más del PP. Tenían hasta la distribución de los invitados por mesas. En octubre de 2006 -en pleno alto el fuego, que quebrarían con el atentado de la T4- se entretuvieron planeando cómo lanzar un artefacto incendiario a la Audiencia Nacional, uno de sus azotes, según consta en un auto de procesamiento del juez Javier Gómez de Liaño. En 2009, le hubiera tocado a otro juez, Baltasar Garzón. Una botella de coñac envenenado era la inédita arma elegida, según se leyó en los papeles de un arrestado en Perpignan, en los que barajaban como víctimas también a Santiago Pedraz o Fernando Grande-Marlaska , o los tres a la vez. Creatividad letal, en esos documentos hablaban de atacar la Casa Cuartel de Urdax, Navarra, con fusiles de francotirador, como los del 'Equipo A'.
Conocidos son los intentos de asesinar a Juan Carlos I o siendo ya presidente del Ejecutivo, a José María Aznar, en el punto de mira del mismo misil tres veces en trece días en 2001. Falló el proyectil, lo que conecta con las veces en que a favor de los vivos ha jugado la profunda impericia de los etarras: 23 de junio de 1983, un error en el mecanismo deja sin explosionar una carga instalada en el tejado del maltrecho hospital militar de Atocha, en San Sebastián, que se hubiera venido abajo como casa de palillos. Dentro dormían 500 policías. En 2001, un coche bomba no desató el fin del mundo cerca del desfile del 12 de Octubre en Madrid, calle Alcántara, porque en vez de programarlo a las 12 AM, lo hicieron para las 12 PM y los municipales retiraron el vehículo.
Hasta 36 etarras cayeron mientras manipulaban sus propias bombas.
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