La nueva obsesión de Trump: ¿por qué quiere poner un arancel especial a la tecnología?
De la ausencia de tasas comerciales a móviles y chips, a un cobro diferente; EE.UU. estudia todas las alternativas
Apple, la gran insignia empresarial de Estados Unidos, habría tenido mucho peso en las toma de decisiones
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, anunció la semana pasada que daba una tregua arancelaria: suspendía 90 días estas tasas, y tan solo quedaba el suelo del 10% que puso a todos los países. Pero este pasado fin de semana ha vuelto todo ... a saltar por los aires. El sábado trascendió, a través de una comunicación de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP), que todos los componentes tecnológicos quedaban exentos de aranceles, incluidos los de China. El mandatario estadounidense, en otra pasada de frenada, no calculó el daño que provocaba en sus propias empresas.
Pero en esta sucesión de idas y venidas sin mucho control, el domingo fue el propio Trump quien dijo que esto de los 'aranceles cero' a los productos tecnológicos, semiconductores, chips y electrónica de consumo en general no era del todo cierto. Matizó que, durante uno o dos meses, se estudiará poner una tasa especial a estos productos. No obstante, en ningún caso se quedarían sin su respectivo arancel.
¿Por qué se ha convertido en algo trascendental para Trump todo lo que tiene que ver con la tecnología? No es casualidad la controversia que ha surgido en torno a la electrónica de consumo y toda su cadena de valor. Apple, Microsoft, Intel… las grandes compañías que construyen hardware y componentes iban a sufrir un fuerte impacto en sus costes debido a cómo se han configurado sus procesos de suministro. De hecho, de inmediato trascendió a través de medios especializados que los iPhone más básicos tendrían aumentos de precios por encima de los 2.000 dólares. Un severo problema para mantener los márgenes.
Y todo eran problemas. Desde el 2 de abril, fecha en la que Trump anunció la lista de aranceles, las acciones de Apple han caído un 11% hasta el pasado fin de semana. Las de Intel un 10%; y las de Qualcomm y AMD un 9% respectivamente.
El mejor ejemplo del problema
Un caso paradigmático de esta situación lo representa Apple. La compañía de la manzana, uno de los grandes símbolos de Estados Unidos en materia tecnológica, tiene una exposición externa tan importante que, finalmente, Trump tendrá que valorar unos aranceles especiales. No obstante, la propia incertidumbre que ha provocado en el sector tecnológico tampoco es positiva para nadie.
Según diversas estimaciones, en la cadena de valor para la fabricación de un iPhone intervienen cerca de 40 países. Proveedores, fabricantes de chips, pantallas, ensamblajes, manufactura anexa... y todo eso ha sido externalizado desde hace años.
Y el momento último, el de la fabricación del terminal, ha sido delegado a dos mercados: China e India. Al menos, Apple ha tenido el acierto de diversificar mercados, pero ahora, con unos aranceles universales, se encontraba afectado cualquier país, tanto para las compras que se realicen en EE.UU., como los ya existentes entre otros mercados. Es decir, los márgenes de un iPhone empezaban a caer.
Alrededor del 80% de los iPhone que se comercializan en Estados Unidos se fabrican en China, mientras que el otro 20% se producen en India, a pesar de los intentos de Apple orientados a diversificar su cadena de suministro.
Hasta ahora, la estrategia había tenido éxito. Las grandes fábricas de producción están distribuidas globalmente, pero se concentran en China debido a la mano de obra económica y abundante. Los salarios en el país asiático son significativamente más bajos que en Estados Unidos. Además, las políticas fiscales y de licencias en China son mucho más favorables en comparación con las de Europa o Estados Unidos, lo que facilita aún más la producción. Pero ahora se generaba un problema.
¿Por qué impacta a la tecnología?
Las reglas que regulan las relaciones comerciales están lejos de ser sencillas. En principio, el criterio que prima a la hora de imponer un arancel es el de origen del producto; es decir, el lugar desde el que se produce; no desde el que se envía, que se define como criterio de procedencia.
Pero, tal y como advierte el presidente del Club de Exportadores, Antonio Bonet, la determinación de ese origen «tiene una complejidad técnica elevada». La globalización y la deslocalización de los procesos de producción han hecho que el proceso de montaje o ensamblaje de cualquier producto tenga una naturaleza multinacional, lo que ha obligado a desarrollar reglas para determinar qué porcentaje del valor final del producto se genera en cada país a la hora de determinar el origen real de ese producto a efectos arancelarios.
El objetivo final de Trump es conseguir que todos los procesos productivos vuelvan a EE.UU. Y, algo en su cabeza, estimaba que eso sería algo de unas cuantas semanas. Pero será imposible. Empresas como Apple han diversificado tanto su negocio que ya es imposible. Por tanto, solo queda amortiguar el impacto, pero el presidente americano no quiere que sus idas y venidas suenen a bajada de pantalones, y menos con China. Por eso, la solución que busca es una suerte de aranceles particulares para toda la electrónica de consumo.
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