Es Fútbol y es femenino
«Mi hija juega al fútbol»
«Cada domingo, en un campo de cualquier rincón de España, seguirán hordas de padres desgañitándose en campos perdidos animando a las chicas. Felices de renunciar a planes de fines de semana porque esas niñas cumplan su sueño»
La Liga F, un tren a toda velocidad directo a chocar
Recientemente se han hecho públicas las cifras del número de licencias federativas de fútbol femenino en España. El incremento en los últimos 12 años es exponencial: un 23% en el último año, superando por primera vez las 100.000 federadas, y confirmando la tendencia al ... alza con un aumento del 191% en en el mismo periodo, pasando de las 39.023 en 2012 a las 107.853 en 2024.
¿Y a qué se debe? Los más simplistas responderían que a la consecución de un mundial inesperado, al tirón mediático que supuso el lío monumental que (con razón) se formó después, a la cada vez más frecuente exposición mediática de las futbolistas, a los balones de oro de dos jugadoras españolas… Pero eso son consecuencias, no causas. Y también sería injusto y reduccionista decir que sólo responde a una moda. Además de los enormes éxitos deportivos de la selección española, del arraigo de clubes como el FC Barcelona y de jugadoras con infinidad de títulos a nivel individual, a prácticamente todas las edades, la importancia que se le ha dado al fútbol femenino tiene un motor invisible que ha sido capaz de arrancar el resto de la maquinaria: las familias de todas esas niñas que llegaron un día a casa diciendo: «Quiero jugar a fútbol».
Cuando eso sucedía, hace solo 12 años, cabían dos respuestas. Una, la más común, era intentar reconducir las pretensiones de la niña: «En el cole no hay fútbol para chicas»; «Es un jaleo, ¿Qué chica juega al fútbol?», «¿No te gusta más el tenis?». Y a eso, sumando la inquietud de padres y madres por si la niña sería la rara del colegio, si no la irían a estigmatizar, o si no sería un 'chicazo'. Eso pasaba en 2012. La otra respuesta, la más rara, era la del apoyo total y la de la búsqueda de soluciones para que la niña jugara al deporte que le apasionaba. Lo más común era que, ante la insistencia de la niña, la primera postura acabara transformándose en la segunda. Porque, eso sí, las chicas futbolistas están acostumbradas a que se lo pongan difícil, y por ello son inasequibles al desaliento.
Una vez tomada la decisión había que buscar un equipo (que en ciudades grandes era posible, pero en pueblos y pequeñas ciudades españolas podía convertirse en una pesadilla), o bien si era menor, sería la niña que jugaba al fútbol con los chicos en el recreo del patio del colegio. El éxito, 12 años después, es que ese esfuerzo ímprobo se ha transformado en orgullo y admiración por lo conseguido por unas niñas que siempre fueron a la contra de un sistema que les instaba a hacer deportes considerados 'de chicas'. Hoy, padres, madres, abuelos y abuelas, se llenan de orgullo: «La niña juega al fútbol».
La niña que quiere jugar al fútbol, adora jugar a ese deporte. Y no quiere hacer otro. El fútbol, para ellas, no es sólo deporte: es su pasión. En eso, justamente, hay una enorme diferencia con los niños. Muchos de ellos lo practican a instancia de sus padres, porque es lo clásico, y porque no se plantean otro deporte para un chico. Eso supone que, a los pocos años, casi la mitad abandonen porque definitivamente no es lo suyo, aunque les guste como espectadores. A eso hay que sumar que practicar fútbol supone dinero, fines de semana enteros de romería, idas y vueltas a entrenos, pérdida de horas de estudio… Y mucho, pero mucho les tiene que gustar para que las familias estén dispuestas a hacer ese nivel de sacrificio. Eso se ha visto por ejemplo en los JJOO: el número de medallas tan escaso es, en parte, fruto de que a las familias les cuesta apoyar que su hijo practique deportes minoritarios y hace ese esfuerzo sólo en contadas ocasiones.
En este escenario, hay que ensalzar sin paliativos el gran trabajo de los clubes más humildes, auténticos responsables de ese brutal crecimiento de licencias. A cambio, como vergonzante premio, las chicas siguen en los peores campos, teniendo los peores horarios, usando muchas veces el peor material y con los entrenadores con menor titulación (si la tienen), y por lo tanto peor remunerados y sin estructura alguna. Sería bonito decir que eso ha cambiado, y puede que quizá aparentemente un poco, pero se avanza lento. Y aquí no cabe el debate absurdo de que ellas no generan lo mismo que los chicos. Las niñas pagan exactamente las mismas cuotas por sus entrenamientos y formación. Y los clubes, que tienen que organizar ese embolado con escasos recursos técnicos y humanos, no reciben ningún apoyo económico ni de las federaciones territoriales ni de la RFEF. Sólo algunas federaciones territoriales asumen el coste de los árbitros en el fútbol de base. Crecemos en número de licencias, pero no en campos. ¿Dónde metemos entonces a tantas futbolistas?
Los equipos que son exclusivos de fútbol femenino pagan auténticas barbaridades por los campos. La publicación del crecimiento de licencias la hizo pública la Liga F. Pero se les olvidó comentar algunos datos: ¿Cuánto dinero se destina al fútbol base y al fútbol no profesional? ¿Dónde van los 34 millones de euros del CSD? La Liga F tuvo su germen en la Asociación de clubes de Fútbol femenino que, en su momento, necesitaba tener un gran número de clubes en su batalla contra la RFEF. Consiguió que se asociaran muchos pequeños y humildes pero, una vez conseguida la profesionalización y la visibilidad, se ha abandonado a la asociación y a todos eso clubes a su suerte. Eso, sin contar con la pelea en despachos por los cargos y puestos representativos, que se repartían como condecoraciones, sin que eso mejorara en nada a las bases.
Ni en el mejor de los sueños hubiésemos imaginado semejante escenario: ser las actuales Campeonas del Mundo, quedar cuartas en unos JJOO, ganar todos los torneos FIFA de selecciones inferiores, atesorar tres Champions del FC Barcelona, presumir de tener a las últimas balones de oro y contar con un crecimiento del 192% en licencias federativas. ¿Quién en su sano juicio iba a soñar con eso con las bases que tenemos? Si a este espléndido palmarés pudiéramos añadir una buena gestión y una optimización de recursos, seríamos imparables. Eso haría que la parte más baja de la pirámide tuviera los recursos necesarios para afrontar su retos y poder formar a las niñas tanto como deportistas como personas, sin la incertidumbre con la que conviven los clubes pequeños. Pero no es así.
No hay peor conductor que el que ni conoce el camino, ni el coche que lleva ni sabe dónde va. Y eso les pasa a los gestores del fútbol femenino en España: que tienen un Ferrari, pero no saben conducirlo ni dónde llevarlo. Sólo se pelean por él. En esa gerencia, en las instituciones locales y nacionales, parece ser que lo que prima son los intereses personales por encima de los del grupo que trabajamos en el fútbol femenino. No nos despistemos: la primera gran rueda del engranaje la mueven las futbolistas, sus familias y los pequeños clubes que van a la batalla con lo puesto.
En silencio, cada sábado o cada domingo, en un campo de un barrio de Madrid, de Santander, de pueblos de Málaga, de Valencia o Salamanca, seguirán hordas de padres desgañitándose en campos perdidos animando a las chicas. A todas. Felices de renunciar a planes de fines de semana porque esas niñas cumplan su sueño. Se ha logrado mucho, muchísimo. A nivel social, cultural, emocional, deportivo y profesional. Ojalá que los actuales gestores, los de la Liga F, los de la Federación, los de los ayuntamientos y territoriales, comiencen a preocuparse de verdad por el fútbol femenino y dejen de lado intereses personales. Y ojalá escuchen las más de 100.000 niñas y mujeres que se dedican a ello. Es un deporte que, bien gestionado, está destinado a darnos muchas alegrías.
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