Darán que hablar...
Cooper Flagg, la gran esperanza blanca del baloncesto
El alero, solo 18 años, aspira a ser el primer estadounidense caucásico desde 1977 en ser elegido como número uno del Draft de la NBA. Incluso la selección de su país lo utiliza de esparrin con sus estrellas
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La NBA, cada vez más internacional y multicultural, sigue siendo la liga de los negros estadounidenses. Aproximadamente el 70 % de los más de 450 atletas que la forman pertenecen a este grupo. Esta cifra, unida a los 125 jugadores de 47 países extranjeros que ... acoge, evidencia el bajo número de blancos caucásicos estadounidenses que participan en la mejor liga de baloncesto del mundo. Ninguno de ellos es considerado una superestrella y los más destacados, como Austin Reaves (Los Angeles Lakers), Payton Pritchard (Boston Celtics) o Brandin Podziemski (Golden State Warriors), suelen ser complementos de las grandes figuras. Una tendencia que parece estar a punto de cambiar, pues desde hace unos meses el baloncesto universitario estadounidense solo tiene ojos para una joya con nombre y apellido: Cooper Flagg.
El alero, 206 centímetros de estatura y un auténtico búfalo a campo abierto, aunque con buena mano para el tiro, tiene enamorados a los ojeadores de la NBA desde su debut el pasado noviembre con la Universidad de Duke, una institución que ya ha formado a astros de la talla de Kyrie Irving, Brandon Ingram, Jayson Tatum y Zion Williamson. Desde entonces, ha promediado 19,2 puntos y 8,1 rebotes por encuentro, mientras que sus jugadas monopolizan cada vez más las redes sociales. Su última obra de arte, los 42 puntos que metió el 14 de enero ante Notre Dame, números que nadie había conseguido desde J.J. Redick, actual entrenador de Los Angeles Lakers, en 2007.
Muy pocos dudan de que será el número uno del Draft de la próxima campaña, un honor que le reconocería como el mejor jugador de su generación y que, además, no ha conseguido ningún baloncestista estadounidense caucásico desde 1977, cuando Kent Benson fue seleccionado por los Milwaukee Bucks. De hecho, en toda la historia del Draft, que se inició en 1947, solo hay trece jugadores que tengan las características raciales de Cooper y Benson y que hayan conseguido este hito.
Su futuro se antoja brillante, pero Cooper, pese a ser un desconocido para el público europeo, ya ha dejado su huella en el poco tiempo que lleva sobre el planeta. La historia de este joven, estereotipo físico del clásico estadounidense de ascendencia británica, rubio, ojos azules y pecas, comenzó hace 18 años en Newport, una pequeño pueblo del estado de Maine con menos de 2.000 habitantes y que sería el escenario ideal para que Stephen King ambientara alguna de sus macabras novelas.
Sin embargo, su nacimiento estuvo a punto de no producirse. Su madre, Kelly, una estrella del baloncesto en el instituto, dio a luz en 2004 a dos gemelos, Hunter y Ryder, pero el segundo murió por unas complicaciones tras solo dos días de vida. La tragedia golpeó a la familia y el patriarca, Ralph, pidió a su esposa que nunca volvieran a pasar por algo tan doloroso. Aun así, en 2006, la felicidad volvió al seno del clan Flagg y tuvieron otros dos gemelos, Ace y el famoso Cooper, ambos con una salud de hierro.
Los tres hermanos se enamoraron del baloncesto y llegaron a compartir vestuario en la escuela de Nokomis, el mismo equipo en el que había militado su madre. Aunque Hunter y Ace mostraban pericia para el baloncesto, era Cooper un caso excepcional. Tanto que acabó su formación estudiantil en Florida, donde jugó varios torneos de promesas nacionales. Pero sin duda, lo más sorprendente de su fulgurante carrera es que el pasado verano, cuando solo tenía 17 años, fue invitado por la selección estadounidense para la preparación de cara a los Juegos de París. En Las Vegas pudo hacer de esparrin de LeBron James y Stephen Curry entre otros, estrellas con las que muy pronto competirá en la NBA.
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